En uno de los más importantes diarios de Buenos Aires, podía leerse hace unos días en una de sus páginas culturales: “Francia retira al escritor Louis Ferdinand Céline de la sección de celebraciones nacionales”, “Se canceló el homenaje que se iba a hacer al novelista con motivo del 50 aniversario de su muerte”.
Cabe recordar que el ministro de cultura francés lleva el célebre apellido progresista Miterrand. La decisión política es previsible y ya nada nos debe resultar sorprendente. Pero ¿qué se condena aquí, la obra o el autor? Si la obra mereció ser incluida entre las “celebraciones nacionales”, será que algún mérito tiene para ello. ¿Cuál es el motivo entonces para retirarla después de haber sido elegida? Si es un castigo post mortem a Céline, a este poco le importará, sea cual fuere el lugar donde se encuentre. Si por el contrario el castigo es a la obra, es ridículo castigar aquello que hasta ayer queríamos celebrar.
Decididamente no entiendo al progresismo. Me parece que el castigo es en realidad a los lectores y a la cultura, que cada vez que la arbitrariedad lo decide, pierde a uno de los suyos.
No se dice qué parte de la obra de Céline merece castigo. Tampoco si como obra en sí, ha dejado de pronto de tener la altura suficiente para estar entre las “celebraciones nacionales” de la cultura francesa. Nada de eso se aclara.
Al parecer fueron ciertas opiniones de Céline que alguno se apuró a recordar, las que fueron tomadas en cuenta para inhabilitar toda su obra, contradiciendo lo anteriormente considerado. Si Céline se ha equivocado (cualquiera tiene el derecho de pensar así), ¿qué puede aportar a la cultura castigar lo mejor de Céline que es su obra? ¿No es Francia la campeona de las libertades? En todo caso: ¿puede el arte dejar de serlo, por las opiniones equivocadas de un autor? ¿Tiene entonces el arte que llenar algunos requisitos ideológicos para ser considerado como tal? Esta última y estrecha opinión parece prevalecer, ya que pesan más las opiniones de Céline que los cien millones de muertos que nos dejó el comunismo (nada más que en la URSS), porque ser o haber sido comunista (la mayoría de ellos ya se ha reciclado) ha sido y es la mejor carta de presentación y de “éxito” en los ambientes culturales.
En fin, así es el totalitarismo. Por mi parte seguiré leyendo a Céline y si son buenos, también autores comunistas. Sus obras no me llevarán al error ideológico, que en todo caso sería responsabilidad mía. Prefiero asumir la propia libertad de análisis y de pensamiento, a dejar de reconocer el genio artístico de alguien.
Juan Pablo Vitalihttp://elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=3638
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