Este movimiento significa ejercer presión a la
baja en los salarios de los trabajadores franceses, reducir su celo de
protesta, y además, romper la unidad del movimiento de los trabajadores.
Los grandes jefes, “siempre quieren más”.
Cuarenta años más tarde, nada ha cambiado. En un
tiempo en que no hay partido político que se atrevería a pedir una mayor
aceleración del ritmo de inmigración, sólo los grandes empresarios
parecen estar a favor de ello – simplemente porque está en sus
intereses. La única diferencia es que los sectores económicos afectados
ahora son más numerosos, van más allá del sector industrial y el sector
servicios de catering y hostelería – ahora incluye a las otrora
profesiones “protegidas”, tales como ingenieros y científicos de
computadoras.
Francia, como sabemos, empezando desde el siglo
19, extendió el brazo enormemente a inmigrantes extranjeros. La
población inmigrante era ya de 800.000 en 1.896, solo alcanzó 1.2
millones en 1911. La industria francesa era el centro primario de
atracción para inmigrantes italianos y belgas, seguidos por inmigrantes
polacos, españoles y portugueses. “Tal inmigración, no cualificada, no
sindicada, permitió a los empleados evadir los requisitos crecientes
pertenecientes a la ley laboral” (François-Laurent Balssa, “Un choix
salarial pour les grandes entreprises” Le Spectacle du monde, Octobre,
2010).
En 1924, a iniciativa del Comité para minas de
carbón y grandes granjeros del noreste de Francia, se fundó una “agencia
general para la inmigración” (Société générale d’immigration). Abrió
oficinas de empleo en Europa, que operaban como bombas de succión. En
1932 había 2.7 millones de extranjeros en Francia, esto es, el 6,6% de
la población total. En este tiempo, Francia mostraba el más alto nivel
de inmigración en el mundo (515 personas por cada 100.000 habitantes).
“Esto fue un camino práctico para un gran número de grandes empresarios
que ejercieron presión a la baja en los salarios… desde entonces el
capitalismo entró en la competición de la fuerza de trabajo extendiendo
el brazo a los ejércitos de reserva de los gana-salarios”.
En el periodo posterior a la segunda guerra
mundial, los inmigrantes empezaron a llegar cada vez con más frecuencia
desde los países del Magreb; primero desde Argelia, y después desde
marruecos. Camiones fletados por grandes compañías (especialmente en las
industrias del automóvil y la construcción) llegaron con cientos de
inmigrantes reclutados en los asientos. Desde 1962 a 1974, cerca de dos
millones más de inmigrantes llegaron a Francia de los que 550.000 fueron
reclutados por el Servicio de Inmigración Nacional (SIN), una agencia
estatal, aún controlada bajo la mesa por los grandes negocios. Desde
entonces, la ola ha continuado creciendo. François-Laurent Balssa apunta
que cuanto ocurre una falta de fuerza de trabajo en un sector, entre
estas dos posibilidades uno debe elegir entre subir el salario, o debe
echar el brazo a trabajadores extranjeros. Normalmente era la segunda
opción la favorecida por el Consejo Nacional de Empresarios Franceses
(CNEF) y desde 1998 por su sucesor, el Movimiento de Empresas.
Esta elección, que sostiene el testigo del deseo
por los beneficios a corto plazo, retrasó el avance de las herramientas
de producción y la innovación industrial. Durante el mismo periodo, sin
embargo, como ejemplo que Japón demuestra, el rechazo de la inmigración
extranjera, mientras se favorecía la fuerza de trabajo interna, permitió
a Japón que lograse su revolución tecnológica, poniéndose delante de
muchos de sus competidores occidentales.
Los grandes negocios y la izquierda; una santa alianza
Al principio, la inmigración era un fenómeno
enlazado con los grandes negocios. Todavía continúa estando en este
camino. Aquellos que claman siempre por más inmigración son las grandes
compañías. Esta inmigración está de acuerdo con el espíritu del
capitalismo, que apunta a la eliminación de las fronteras (“laissez
faire, laissez passer”). “Mientras obedece a la lógica del “dumping”
social, Balssa continúa, un mercado laboral “de bajo coste” ha sido así
creado con los “indocumentados” y los de “baja cualificación”
funcionando como una solución intermedia “de mil usos”. Así, los grandes
negocios han extendido su mano hacia la extrema izquierda; los primeros
apuntando al desmantelamiento del estado del bienestar, considerado
demasiado costoso, los segundos para matar el estado-nación considerado
demasiado arcaico”. Esta es la razón por la que el Partido Comunista
Francés (PCF) y la Unión de Sindicatos Francesa (USF) –que han cambiado
radicalmente desde entonces- habían batallado, hasta 1981, contra el
principio liberal de fronteras abiertas, en el nombre de la defensa de
los intereses de la clase trabajadora.
Para el otrora inspirado católico liberal-conservador, Philippe Nemo, solo confirma estas observaciones:
“En Europa, hay gente al cargo de
la economía que sueñan con traer a Europa trabajadores baratos. En
primer lugar, para hacer trabajos por los que la fuerza de trabajo local
es pequeña; en segundo lugar, para ejercer considerable presión a la
baja en los salarios de otros trabajadores en Europa. Estos “lobbies”,
que poseen todos los medios necesarios para ser escuchados, o por sus
gobiernos o por la Comisión en Bruselas, están hablando en general,
tanto a favor de la inmigración como de la ampliación de Europa – que
facilitaría considerablemente las migraciones laborales. Son correctos
desde su punto de vista – una vista desde la pura lógica económica […]
El problema sin embargo, es que uno no puede razonar sobre este asunto
en términos puramente económicos, dado que el influjo de población
extra-europea tiene también graves consecuencias sociológicas. Si estos
capitalistas ponen poca atención a este problema, es quizá porque
disfrutan, en general, de beneficios económicos de la inmigración sin
sufrir ellos mismos de sus contratiempos sociales. Con el dinero ganado
por sus compañías, cuya rentabilidad está asegurada de esta manera,
pueden residir en bonitos barrios, dejando a sus compatriotas menos
afortunados que puedan con su propia población extranjera en las áreas
suburbanas pobres” (Philippe Nemo, Le Temps d’y pense r , 2010).
Según figuras oficiales, los inmigrantes que viven
en hogares regulares suman 5 millones de personas, lo que era el 8% de
la población francesa en 2008. Los nichos de los inmigrantes, que son
descendientes directos de uno o dos inmigrantes, representan 6,5
millones de personas, lo que es el 11% de la población. El número de
ilegales se estima que está entre 300.000 y 550.000. (La expulsión de
los inmigrantes ilegales costaría 232 millones de euros anualmente, esto
es, 12.000 euros por caso). Por su parte, Jean-Paul Gourevitch, estima
que la población de origen extranjero que vive en Francia en 2009 está
en 7,7 millones de personas (de las 3,4 millones son del Magreb y 2,4
millones del áfrica sub-sahariana), esto es, el 12,2% de la población
metropolitana. En 2006, la población inmigrante sumaba el 17% de los
nacimientos en Francia.
Francia está hoy experimentando asentamientos de
inmigrantes, que es una consecuencia directa de la política de
reunificación familiar. Sin embargo, más que nunca antes, los
inmigrantes representan el ejército de reserva del capital.
En este sentido es sorprendente observar como las
redes en nombre de los “indocumentados”, dirigidas por la extrema
izquierda (que parece que ha descubierto en los inmigrantes su
“proletariado sustituto”) sirven a los intereses del gran negocio. Redes
criminales, traficantes de personas y bienes, grandes negocios,
activistas por “derechos humanos”, y empresarios en negro – todos ellos,
por virtud del mercado global, se han convertido en los animadores de
la abolición de las fronteras.
Por ejemplo, es revelador el hecho de que Michael Hardt y Antonio Negri en su libro “Imperio y Multitud”, apoyan la “ciudadanía
mundial” cuando apelan a la retirada de las fronteras, que debe tener
como primer objetivo en los países desarrollados, el asentamiento
acelerado de masas de trabajadores del tercer mundo de bajo salario. El
hecho de que muchos inmigrantes hoy deben su desplazamiento para la
externalización, ocasionada por la lógica sin fin del mercado global, y
que su desplazamiento es precisamente algo que el capitalismo se
esfuerza por encajar a todo el mundo en el mercado, y finalmente, cada
territorio adjunto podría ser parte de las motivaciones humanas – no
molesta a estos autores en absoluto. Por el contrario, anotan con
satisfacción que “el capital mismo requiere movilidad incrementada del
trabajo así como migración continua a través de las fronteras
nacionales”. El mercado mundial debería constituir, desde su punto
de vista, un marco natural para la “ciudadanía global”. El mercado
“requiere un liso espacio de flujo sin codificar y desterritorializado”,
destinado a servir a los intereses de las “masas”, porque “la movilidad
lleva una etiqueta de precio del capital, que significa el deseo
realzado por la libertad”.
El problema con tal apología del desplazamiento
humano, visto como una primera condición de “nomadismo liberal”, es que
depende de una perspectiva completamente irreal de la situación
específica de los inmigrantes y gente desplazada. Como Jacques Guigou y
Jacques Wajnsztejn escriben, “Hardt y Negri se engañan a sí mismos
con la capacidad de los flujos de inmigración, pensados para ser una
fuente de nuevas oportunidades para valoración del capital, así como las
bases para la oportunidad de mejora para las masas. Sin embargo, las
migraciones no significan nada más que un proceso de competición
universal, mientras que los inmigrantes no tienen más valor emancipador
que estar en casa. Una persona “nómada” no está más inclinada a la
crítica o a la revuelta que una persona sedentaria” (L’évanescence de la valeur. Une présentation critique du groupe Krisis, 2004).
“Mientras que la gente siga
abandonado a sus familias, añade Robert Kurz, y mire por trabajar en
todas partes, incluso con el riesgo de sus propias vidas –sola y
finalmente serán trituradas por la rueda de molino del capitalismo-
ellos no serán los heraldos de la emancipación, sino los agentes de la
auto-felicitación del occidente postmoderno. De hecho, solo representan
su versión miserable” (Robert Kurz, «L’Empire et ses théoriciens», 2003).
Cualquiera que critique el capitalismo mientras
aprueba la inmigración, cuya clase trabajadora es su primera víctima, es
mejor que se calle. Cualquiera que critique la inmigración, mientras
permanece en silencio sobre el capitalismo, debería hacer lo mismo
Alain de Benoist
http://katehon.com/es/article/inmigracion-el-ejercito-de-reserva-del-capital
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