Hemos escuchado y leído en numerosas ocasiones que “sólo el nacionalismo salvará a la Patria”. En rigor, sólo Dios la salvará. Pero es el nacionalismo la actitud política integral y completa que puede conjugar la vocación nacional y la misión histórica de la Argentina. Nuestro país no puede resignarse a llevar un mero papel de colonia o factoría de ninguna potencia, mucho menos de la finanza internacional. La liberación está pendiente. Pero esta creencia en la que nos afirmamos todos los nacionalistas jamás podrá ser siquiera pensada si no se logra la conformación de un Movimiento que sea fiel expresión de este anhelo.
La organización del nacionalismo ha sido un tema que frecuentemente ha despertado polémica entre quienes se consideran nacionalistas. Pese a ello ha sido una problemática que ha recorrido todas las épocas en los más de ochenta años que lleva transcurridos desde que sus pioneros se lanzaran a la lucha. Con muy diversos actores, planteos y propuestas, las opiniones variaron notablemente y no faltó quien afirmara que el nacionalismo no podía organizarse más que en una milicia armada. Lo cierto es que ni la milicia tuvo dinero para armarse ni quienes sabían manejarlas estuvieron de acuerdo en asesorar a los potenciales revolucionarios.
La necesaria conformación de un Movimiento
¿Por qué este párrafo? Porque consideramos que es hora de iniciar un proceso de organización del nacionalismo, de realizar un esfuerzo coherente, sacrificado y urgente con miras a congregar las expresiones más importantes del Movimiento. Y léase bien, congregar, que no es unir, pues somos perfectamente conscientes de que cargamos con una herencia donde se ha perdido mucho tiempo buscando la utópica unidad. A veces mejor congregar con un objetivo concreto, determinado, manteniendo saludables autonomías. De esta forma, siempre conservando unidad de principios en lo fundamental, puede construirse un Movimiento, una expresión sólida, dinámica, amplia en su número y rica en su calidad. Pero la fábrica de este edificio debe tener en cuenta que los materiales a usar son diversos. En nuestro tiempo, poco se advierte la nobleza de todos los materiales y herramientas, y agudizando los sentidos habrá que saber con qué y con quienes se trabaja. No es cosa fácil, no es cosa de un día, pero el edificio debe levantarse, el Movimiento debe conformarse. Habrá quienes aporten el material, quienes sepan trabajarlo, quienes conozcan las diversas técnicas, quienes tengan la pericia suficiente para captar la visión final de conjunto. Pero es inútil esperar que aparezca un sabio que todo lo sepa, que traiga la receta milagrosa o llegue con una maquinaria que solucione todos los problemas de la noche a la mañana. Esa intervención está en manos de Dios, no en la nuestra, y muchos menos en manos militares. Se acabó la política del alzamiento, como se acabaron aquellos que apostaron a preservarse y terminaron disfrutando de su retiro y las engalanadas mesas del Cofa o el Círculo Militar.
La nueva coyuntura
Hay que empezar de nuevo, de cero, contando con que ya no hay uniformes o sotanas que conformen un factor político o social condicionante. A los factores ausentes que hemos mencionado no puede suplantárselos. Ya no existen como tales, no podrían, ya que la sociedad política de hoy no tiene absolutamente nada que ver con el pasado remoto o cercano. La coyuntura ha variado radicalmente. Hay que barajar y repartir nuevamente. Ahora está el nacionalista solo, sea cual fuere su profesión o condición particular, y de él depende la estructuración de un Movimiento. Hay solitarios en la cátedra, al volante de un remis o en las líneas de producción de una fábrica. Los hay.
Hay que reunirlos, atraerlos, convocarlos, muchos de ellos jamás han tenido militancia política.
Es la potencial adhesión, la del hombre sencillo, que quizás no responde a la pureza doctrinaria que quisiéramos, pero que en su corazón siente vibrar el alma de la Patria, de Malvinas, de los Caídos, de su Bandera, que siente un profundo rechazo por la clase dirigente que ha hecho del país un enclave colonial moderno y progresista para la cultura K. Ese hombre no conoce la alta filosofía, y posiblemente honre a próceres que debieran no serlo, pero es dueño de una ira contenida, de una amargura sin nombre porque aún puede discernir donde se agazapan los enemigos de la Patria. De esos hay muchos, y hay que captarlos con el trabajo, el testimonio y la palabra.
Dos elementos de importancia: calidad y cantidad
Para que esa tarea tenga un desarrollo eficiente hay que tener los pies en la tierra. Y nada mejor que la calidad moral de un buen líder para llevar adelante la empresa. Por ello la organización tiene que contemplar la calidad de sus dirigentes, contando con hombres de probada honradez, que coincidiendo en los principios estén dispuestos al sacrificio personal. Pero lo cualitativo no puede convertirse en un fin en sí mismo. No armamos un Movimiento para enriquecer noblemente a sus dirigentes o conformar una cofradía. Sería necio negar la importancia del número, sin él las limitaciones para organizar una estructura movimientista no tendrían pausa. Se necesitan buenos dirigentes, como buena tropa, tan buena como numerosa y dinámica. Pero esta calificación del nacionalista no puede basarse en severísimos códigos morales que permitan la huída del 99 por ciento de quienes desean acercarse al Movimiento. En este aspecto, la organización debe ser considerada como escuela, matriz y medio para encauzar las voluntades receptivas al mensaje nacionalista. La severidad dentro de la organización será un medio de aunar y consolidar la unión de los camaradas, jamás tomada como un código exclusivista y sectario. La fina selección hasta de quienes no ocuparían más que puestos en la última retaguardia ha contribuido a esterilizar iniciativas muy nobles. Lo que en un momento parecía realista se termina convirtiendo en una capilla más.
Los que no quieren la organización
El peor enemigo de la organización no ha sido el liberal o el comunista, ha sido –o es- el mismo nacionalista convertido en un divulgador del derrotismo apocalíptico. Por lo general es un solitario, que creyéndolo todo perdido se ha recluido en su ámbito doméstico; en otros se ha retirado a un ambiente social cerrado, cenáculo de amistades acordes a su pensamiento, o simplemente al seno familiar que lo tiene como a una patología incurable. El solitario es un francotirador: siente que solo podrá llevar adelante la batalla, bastando con tener buena puntería y dar en el blanco. Estos solitarios pululan en todo ámbito y suelen llevar un mensaje final, amargo, agrio. Y peor que esto, poner obstáculos a todo aquel que desea llevar en alto las banderas del nacionalismo con nuevas propuestas o medios que él considera no tradicionales. Convencido de su verdad, ve en todos los nacionalistas ajenos a su capilla a un enemigo del nacionalismo genuino. Este mal ha sido endémico y ha provocado innumerables deserciones. Es gente que no desea llevar la sangre al río, que habla por lo bajo y que disimula cuanto puede su condición de patriota. El confeso nacionalista le parece imprudente y el reflexivo le sabe a cobarde. Nada ni nadie le caerá en gracia, por eso destila un celo amargo que tortura a quienes le prestan oído.
Si logramos evitar los males que obstaculizan la organización de un Movimiento podremos darnos perfecta cuenta –con trabajo permanente e inclaudicable- que hay un nacionalismo latente que sólo busca el cauce para darse a conocer. Sin ese cauce no habrá expresión política que lo permita. Por eso es deber ineludible la organización del Movimiento.
Hernán Capizzano
Aparecido en "Lucha por la Independencia"
2 comentarios:
EXCELENTE LAS PALABRAS DEL CAMARADA HERNÁN CAPIZZANO!
atinadisimas reflexiones que marcan el tenor del excelente periodico que estan editando nuestros camaradas de "Lucha por la Independencia"
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