Por. Luis Asis Damasco
Todo régimen tiránico debe empeñar grandes esfuerzos para mantenerse en el poder, o como mínimo, echar mano a cualquier método para no perder ni ceder un ápice del mismo. Para ello utiliza un conjunto de elementos que tributan diariamente a su jefe el estipendio de su deshonra y estupidez. Su duración puede ser efímera, o al contrario, abarcar muchos años y hasta décadas (pero no mas de tres), siendo reclutados de entre los peores de sus respectivas sociedades, luego de ser convenientemente verificadas su indecencia y necedad. Son instrumentos del mal, pues su misión última es rebajar a todos los que por su mérito y jerarquía puedan llegar a destronar a su esperpéntico jefe, siempre desgraciado y desnudo
Aristóteles, en “La Política” precisaba los fines de la tiranía: “primero, el abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan nunca en conspirar; segundo, la desconfianza de unos ciudadanos respecto de otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén bastante unidos para poder concertarse; y así es que el tirano persigue a los hombres de bien como enemigos directos de su poder, no sólo porque éstos rechazan todo despotismo como degradante, sino porque tienen fe en sí mismos y obtienen la confianza de los demás, y además son incapaces de hacer traición ni a sí mismos ni a nadie; por último, el tercer fin que se propone la tiranía es la extenuación y el empobrecimiento de los súbditos….”.
Los elementos que sirven al tirano son fáciles de advertir, al llamado o gesto de éste, salen presurosos de sus fétidas guaridas escalando y resbalando para alcanzar esa superficie a la que sólo pueden llegar arrastrándose. Repletas están sus alforjas de inmundicias, que piensan esparcir entre los hombres, que sin saberlo, son acechados y atacados sigilosamente. Traición entre amigos, envidia entre compañeros, desconfianza entre hermanos y desunión en las familias, son inoculados por estos seres de las mas diversas maneras, para ello acuden a todo tipo de ingenio, y lo logran, lamentablemente. Pero no sacian éstos sus ansias de destrucción, pues el alcance del daño que irrogan siempre les parece poco. En oscuros conciliábulos intercambian sus perversas ideas para sacar de entre ellas la peor, y llevarla en bandeja de plata a su embotado jefe para su asentimiento y su posterior ejecución. Aunque sean eficientes en su ruin tarea de sostenerlo, nada ayuda mas al déspota que una masa conformista y acomodaticia; José Ingenieros en “El hombre mediocre”, con su conocida lucidez nos dice: “No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo. Para obtener el favor cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajas alabanzas disfrazadas de ideal; más cobardes porque se dirigen a plebes que no saben descubrir el embuste. Halagar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad.”
A los esbirros del tirano los podemos clasificar en: descartables, mercenarios y operadores, sin perjuicio que puedan combinarse entre sí e incluso ser encarnadas en un solo individuo.
Los descartables (atentan contra la Jerarquía) deben ser personajes sombríos que tengan algún crimen que ocultar, o estén huyendo de algo o de alguien; su propia culpa los atormenta y buscan desesperadamente el cómodo y seguro regazo del poder, que los recibe con solicitud para sus faenas. Ante el mas mínimo atisbo de titubeo o de incumplimiento de lo encomendado por sus mandantes o en el caso que ya dejen de ser funcionales al tirano de turno, serán extorsionados o presionados con amagues de quitarle la jugosa impunidad que usufructúan y/o de la renta que gozan, o son simplemente desechados.
El mercenario es el cobarde por excelencia, casi podríamos afirmar que constituye el perfeccionamiento de la cobardía, ya que temeroso de perder su posición se reacomoda con quien sea el tirano de turno. Generalmente, es un infeliz dominado por un insuperable sentimiento de inferioridad y fracasado crónico pues nunca ha tenido el valor en la vida para realizar algo loable o digno de estima, por ello ve en aferrarse al faldón de su jefe, una cuestión de supervivencia. Es, quizás, el mas peligroso, ya que en su persona sólo caben la vagancia, el vicio y la vanidad. La sed de dinero fácil para solventar sus malas costumbres choca con su pereza que lo aleja de toda labor digna. El mercenario es la negación de la militancia y el coraje (que es su carencia básica, de allí su cobardía); la militancia, noble tarea a que se aboca un patriota que, aún sin tener poder, lucha por el Bien Común, da el posterior mérito para ocupar lugares relevantes en la política, resulta repugnante e inservible para la mentalidad degenerada del mercenario que sólo entiende de “oficialismos” y puestos mendigados.
El operador, por su parte, es la negación del conductor político, éste es el hombre notable, es el militante con jerarquía, cuya principal cualidad es la autoridad moral de quien convoca a la lid, y él mismo se apresta en las primeras filas. Aquél, no conduce, arrea, no actúa con los pueblos, maneja a las masas; no exactamente todos, pero algunos tienen innegables vínculos con el hampa y cuya impunidad es garantizada por su jefe, que ejerce influencia sobre él. Otra característica de este individuo, es que su relevancia es proporcional a su “capacidad de daño” rayano en lo extorsivo, ello hace que sea temido, suministrándosele lo que pide, ya que es la única posibilidad de mantenerlo obsecuente; si no fuera de esa manera, se rebela y se pasa a otra facción (de las que abundan en las “segunda” y “tercera” línea de las tiranías), vendiéndose como el mejor mercenario a cualquier capitoste del régimen. Por lo tanto, el operador “mas valioso” o “mas importante” será aquel que sería peligroso si se pasa de bando; este truhán politiquero lo sabe muy bien y aprovecha sus beneficios.
Vemos como las tres categorías descriptas: el descartable, el mercenario y el operador, son la antítesis de la jerarquía, la militancia y la conducción política respectivamente, que son las que hacen a la verdadera ACCION POLITICA que enaltece a los pueblos y revitaliza a las naciones.
Identificar a estos individuos es sencillo, “por el fruto se conoce el árbol”, sin caer en las sofisticadas maniobras de engaño y disimulo, de la que son expertos, se los puede descubrir en el día a día cuando llevan adelante sus perversos planes que no tardan en destilar su hedor, aún cuando se los disfrace de buenas intenciones y falsos valores.
1 comentario:
Quien no conoce a alguno de estos parásitos... punteritos de estos hay en todos las localidades lamentablemente.
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