“Desde mi punto de vista personal, creo que nunca mejor que ahora debe reverse el juicio histórico sobre Rosas”.
“He dicho que el Rosas de la tradición se nos ofrece hoy como un
Rosas adulterado, pero estoy muy lejos de afirmar que ya tenemos
conocido al que va a reemplazarlo. Nada de eso. Lo que sí puede
concretarse, en definitiva, es que se hace necesario desechar todo lo
que se afirma sobre Rosas y estudiarlo a él y a su época totalmente de
nuevo, sin más afán que el de la verdad, cualquiera que sea la que se
nos vaya evidenciando”. Rómulo D. Carbia. (Año 1927)
Disconforme y como protesta contra la dictadura de Rosas y aceptando los
ruegos de su amigo don Miguel Cané, para colaborar con “El Nacional” de
Montevideo, don Juan Bautista Alberdi emigró del país luego de
solicitar su pasaporte en Noviembre de 1838, siendo acompañado hasta el
puerto por sus amigos los señores Posadas y Echeverría. Era un emigrado y
no un perseguido el que se alejaba. (1)
“Historiadores” fabulistas y “escritores” cuentistas, cuando nos hablan
o se ocupan de la vida de Alberdi se refieren al destierro de éste
durante la época de Rosas, pero guardan el más llamativo y enigmático
silencio sobre el otro ostracismo de Alberdi, el sufrido después de la
caída de Rosas en 1852. Ese extrañamiento no existe para ellos, porque
ocurrió en épocas de “libertad”. Alberdi, después de esa fecha, fue
perseguido, calumniado y hasta dejaron de abonarle sus sueldos como
embajador argentino ante las cortes europeas para crearle de ese modo
toda clase de dificultades y todo género de contratiempos; y cuando en
períodos de “libertades” quiso regresar a su patria, se le amenazó con
procesos. Esto no es cuento, ni literatura terrorífica, ni fábula de
mala ley, como las que se hacen correr sobre don Juan Manuel de Rosas. A
don Juan Bautista Alberdi, le dejamos la palabra, si se nos permite la
frase, para probar lo que afirmamos. En carta enviada al doctor Quesada,
Alberdi le decía: “… Ya he dejado de ser; soy una sombra que espera la muerte. (pág. 4) El
martirio que he sufrido pocos lo comprenden; usted mismo no tiene aún
la experiencia suficiente para sospecharlo. No conozco entre nosotros
hombre alguno a quien sus contemporáneos hayan hecho víctima de igual
ferocidad y calculada crueldad”. Más crudas, elocuentes y desgarradoras, no pueden ser las palabras de Alberdi.
En el año 1863 Alberdi se quejaba de que no le habían abonado los
sueldos que como embajador argentino debía haber percibido por los años
1859 y 1860. He aquí su lamento:
“París 30 de Abril de 1863. - Señor Máximo Terrero. Mi querido señor y
amigo: No quiero dejar pasar ni un día sin cumplimentarle y darle
gracias por su espiritual y brillante carta que acabo de recibir:
brillante, sí, por el lujo de nobles sentimientos que rebosa en ella”.
“La idea que por sus escritos diplomáticos tengo del personaje
aludido, corresponde de tal modo a la que me da usted de su persona y
conducta privada cerca de la familia del General Rosas, que se puede
decir que usted la describe por completo. En carta que me ha escrito
últimamente –(semioficial porque no le conozco de otro modo) – ha tenido
la bondad de decirme, “que no es este gobierno sino el otro”, el que me
debe mis sueldos; que yo debí cobrarlos a su tiempo y que viendo que no
me los pagaban, yo debí renunciar”.
“Para apreciar mejor el alcance de esta moral política, es preciso
que usted sepa que los sueldos que me deben corresponden a los años 1859
y 1860, en que hice mis dos últimos viajes a España, el uno para
negociar el tratado de reconocimiento de nuestra independencia nacional,
y el otro para canjear las ratificaciones”.
“Sabrá usted que al mismo tiempo que así ultraja el nombre del General Rosas –(porque “La Nación”
es periódico semioficial)– el señor Elizalde ha entrado en sus últimos
trabajos diplomáticos con la misma política exterior que el General
Rosas tuvo antes que conociera la Europa. Fiel
a su destino, se ve que Elizalde marcha siempre a raya del General
Rosas. ¡Ah! ¡Si al menos imitaran su energía y dignidad!. Alberdi”.
Todavía en el año 1869, cuando don Juan Bautista Alberdi, redacta su
testamento (en París, el 11 de Julio) se le adeudaban sus sueldos, pues
al disponer de los pocos bienes que tenía en ese tiempo, entre lo que
dice que deja, expresa en la cláusula décima primera del mismo, lo
siguiente: “…y siete mil pesos fuertes que me adeuda la República Argentina por resto de mis sueldos atrasados…”.
Así trataron a don Juan Bautista Alberdi, autor de las “Bases” y de “El
crimen de la guerra”, algunos gobiernos posteriores a Rosas, haciéndole
pasar necesidades y tal vez vergüenzas.
Debemos recordar que Alberdi murió desamparado y en la miseria el 18 de
Julio de 1884, en una Casa de Sanidad, en Neuilly y que “en la pieza
mortuoria, donde expiró, apenas había una pobrísima cama, donde estaban
tendidos sus restos; sobre una silla había una lamparita medio apagada.
Estos restos del más eminente argentino, se encontraban abandonados,
encerrados bajo llave en una pieza en dicho establecimiento, envuelto en
sábanas sucias…”
Y refiriéndose Alberdi al destierro de Rosas y al suyo, escribió:
“St. André, 26 de Noviembre de1876.- Señor Máximo Terrero. Apreciable
amigo y señor mío: Están en mi poder sus dos atentas cartas del 18 y
23, y le confieso que me ha sorprendido la noticia que contiene la
última de su inminente viaje a la patria, no porque en sí sea muy
natural y comprensible, sino porque no lo esperaba. Soy de opinión, por
demás, que su presencia en Buenos Aires influirá favorablemente en la
gestión de sus reclamos que, según he (pág. 5) oído con mucho
gusto, están en manos de mi amigo el doctor Fidel López y después que
obtenga usted los bienes de su señora como es de esperar, será llegado
el día de trabajar en remover las dificultades, que la política más que
la justicia impidió el regreso del señor General a su país nativo.
Habría una afectación mentida de liberalismo en mantener obstinadamente
su proscripción, hasta el fin de sus días. Al menos es de creerlo en
hombres, que, en el fondo no profesan ni sostienen sino lo mismo que
sostuvo el General Rosas en lo sustancial de nuestra política interior.
¿No tiene usted la prueba de ello en su actitud a mi respecto? ¿Estoy
menos proscripto que el General por haber sido el opositor de su
gobierno? ¿No es curioso que los dos estemos en Europa, llevando nuestra
vida solitaria, el Canal de la Mancha,
de por medio, uno por haber sostenido el pro y el otro el contra de los
mismos problemas? Yo no he sido condenado es verdad; pero sin estar
condenado, mi seguridad habría sido menor en mi país, que lo sería la
del General Rosas no obstante su condenación de mera parada en gran
parte”.
Usted que ha pasado su proscripción voluntaria en el país libre por
excelencia, sabe que la más viva divergencia de opiniones políticas, es
del todo conciliable con el mutuo respeto y aprecio personal. Así no le
costará convenir que mis tradiciones de opositor a la administración del
General Rosas no incluye mis simpatías por sus padecimientos y la
sinceridad de mis votos por verlos terminados”.
Doña Manuelita se muestra digna de su rango y de la admiración que no
dejará de excitar su partido de quedar al lado de su señor padre,
durante la ausencia de usted; pues bien que esa determinación es la más
natural del mundo no es poca virtud el respetar la naturaleza de los
grandes deberes que su moral nos impone. Hágame el gusto de saludarla de
mi parte, lo mismo que al señor General, y a sus interesantes jóvenes”.
“Muy agradecido de las órdenes que me pide para Buenos Aires,
recibiré con gusto en Europa las que quiera usted dejarme, mientras no
nos veamos por allá, como es posible que suceda antes que tal vez lo
piensa usted”.
“Créame entretanto su afmo. S. S. y amigo. J. B. Alberdi”.
Hemos dicho que cuando intentó volver al país fue amenazado con procesos. He aquí las propias afirmaciones de Alberdi: “…Bajo
el mismo gobierno de Sarmiento yo hubiese vuelto a nuestro país; pero
usted oyó o leyó en los diarios que me amenazó con procesos, cediendo a
viejos y pobres rencores literarios”. (De Alberdi a don Máximo Terrero, en carta fechada en Caen el 6 de Julio de 1874).
Como se ve, parece que después de la época de Rosas, también se
pretendía perseguir y molestar a los hombres, y, en este caso, nada
menos que al padre de la Constitución Nacional,
a don Juan Bautista Alberdi, que todavía espera su estatua, no obstante
que otros con menos títulos que él ya están parados en el bronce de las
suyas.
Y, cuando por fin resuelve regresar a su patria, empezó a recibir en
París, con una precisión y continuidad sorprendente, libelos y cartas
difamatorias. ¡Adiós promesas de dichas, esperanzas de quietud en el
seno de la propia tierra! Los rescoldos del odio habíanse avivado de
pronto. ¿Quién escribía o inspiraba esos libelos? Alberdi creyó
reconocer la mano experta en el manejo de la maza, según lo expresa en
carta fechada el 5 de Abril de 1879. Dice Alberdi: “Al momento
comprendí que esos envíos no provocados, venidos de un agresor frío,
eran calculados para intimidarme; terrorismo estratégico de la escuela
de los Facundo, de la cual es (pág. 6) propia la “doctrina de que
sólo en teoría son vedados los medios ilegítimos”. Era la moral de
Troppmann, cuando usaba el ácido prúsico para ganar fortuna. Tampoco
dudé que fueran ajenos a Tucumán los que me insultan (2).Al
momento reconocí la inspiración y la pluma que había escrito en Chile
los “Ciento y una” –libelos más sucios y salvajes que esos artículos–
doce años antes de la guerra del Paraguay, es decir, de la pretendida
traición a la patria”. (3)
Y siguen las desdichas e infortunios de Alberdi. Cuando el General Roca llegó a la Presidencia de la República,
dictó un decreto con fecha 12 de Noviembre de 1880, ordenando la
publicación de las obras completas de Alberdi y es entonces cuando este
comprende definitivamente que está de más en su propia patria, que es un
extranjero en ella, y en plena época de libertad se ve obligado a
emigrar de nuevo, como en la época de Rosas, pues a raíz de ese decreto,
el General Mitre, con fecha 16 de Noviembre de 1880, “inició en su
diario una serie de artículos con el fin de criticar las ideas de
Alberdi y de establecer el alcance del inoportuno decreto, “muestra
clásica de la ignorancia –decía– y la falta de conciencia de la
administración que lo ha formulado, dándole la solemnidad de un acto
trascendental”. “Y de seguida el hombre el hombre múltiple, militar,
historiógrafo, periodista y traductor del Dante, ensayaba una crítica
destinada a demostrar la falta de originalidad de las ideas de Alberdi,
algunos de cuyos más afamados postulados eran patrimonio de Rousseau
cuando no del jurisconsulto helvético Rossi. Ese y otros ataques
maduraron en Alberdi la idea de marcharse. ¿Para qué había venido? Su
casa de Paris, sus horas afables y tranquilas, sus libros y objetos
familiares presentáronsele de pronto con la fuerza de una incitación
irrenunciable. Comunicó su determinación a los amigos. El hombre con el
alma cruzada de heridas, anhela el silencio, la soledad bienhechora, el
contacto escaso de unos pocos amigos. Y así se aleja, como vencido,
después de la ruda lección recibida. La hospitalidad es cosa relativa,
fruto máximo de los espíritus selectos, y nadie como los griegos
supieron practicarla con más inteligencia y alegría de alma. Alberdi,
por la vez última, desde el barco que ha de volverse a Europa, contempla
la ciudad todavía colonial, la gran aldea de Lucio López con sus casas
blancas y bajas y las torres desiguales de sus iglesias provincianas. .
.” (4)
Esta vez Alberdi, al embarcarse, no tuvo necesidad, como en 1838, de sacarse del ojal de la levita “la divisa roja que a todos nos ponía el gobierno ese tiempo” y que Alberdi echó “al agua con algunas palabras bromistas que dieron risa a los testigos”, como él mismo escribiría después.
– “Mire usted, que pueden verlo desde tierra y detener el bote, –me
dijo el señor Balcarce–, que era uno de los compañeros de embarcación.
El señor Balcarce emigraba para servir en el extranjero al tirano en su
país; yo para combatirlo. Esto debía valer un día a mi compañero la
simpatía, y a mí la aversión y persecución de los liberales de mi
país”. (5)
Después de la caída de Rosas, no tuvo Alberdi necesidad de hacer esas
“bromas”, pero, sí, emigrar de nuevo, volver al ostracismo, a ese
ostracismo ignorado del cual los “historiadores” “fabulistas” y
“escritores” cuentistas no dicen (pág. 7) palabra. No figuran en las
páginas de la “historia” o de sus libros, los años amargos en que
Alberdi estuvo exiliado en el extranjero después de los sucesos
relatados.
Se fue triste y desconsolado, con su espíritu aplastado, el cual ya no
estaba para “bromas”. El desengaño fue grande, tremendo. “La desventura
moral pronto iría acompañada de la desventura física. En llegando a
Burdeos sufrió las consecuencia de un ataque de parálisis”.
Y todavía “más allá de la tumba” le sigue la saña de Sarmiento que,
1886, intenta lapidarlo desde las columnas de “El Censor”. Pero ¿por qué
entrañarse si en 1912, en oportunidad de dársele el nombre de Alberdi a
una calle de Buenos Aires. “La Nación” saltará a la arena articulando el mismo rencor?”
“Bajo epígrafe”: “Un premio a la traición”, “dijo el gran diario muy
crueles palabras sobre Alberdi, reprochándoles a las autoridades
edilicias de Buenos Aires que recordaran su nombre en una calle, aún
secundaria”: “Después de la lectura de las siguientes manifestaciones,
podrá pensarse que el concejo habrá hecho un flaco servicio a la memoria
del doctor Alberdi, ya que cada chapa de su calle, a medida que la
historia se vaya haciendo de tan sólidos materiales como los presente
habrá de asemejarse día por día a una lápida”.
“En seguida reproduce “La Nación”,
a dos columnas varias cartas cambiadas entre el Presidente López –(del
Paraguay)– y su Ministro en Francia, don Cándido Barreiro. Fechadas
todas antes de la guerra, aluden a Alberdi y Urquiza y en nada ofenden
su fama de patriotas. ¡La montaña parió un ratón! Nada lesivo brota de
los papeles con acritud tanta remozados”.
“En coro rechazó la prensa argentina el gratuito agravio”.
Uno de los diarios de época, decía: “Para resucitar esta tremenda
acusación, que ha sido desmentida definitivamente hace rato: para lanzar
una especie semejante sobre el nombre de un patricio, “La Nación”
se apoya en varias cartas que nada prueban ni nada agregan a lo
conocido al respecto. Esas cartas no son sino un pretexto para renovar
el dicterio”.
Corroboró “La Razón”:
“¿Cuáles son las nuevas pruebas? Fragmentos de cartas del presidente
López al representante del Paraguay, señor Barreiro, suministradas por
“un historiador residente entre nosotros”. En un juicio, nadie,
absolutamente nadie, llegaría a presentar como pruebas de un delito, del
delito de traición a la patria! – tales elementos fragmentarios. Si
Alberdi tuviera sucesión o esa sucesión tuviera un diario, nadie
arrojaría sobre su nombre de prócer la oscuridad de esta mancha”. (6)
Esas fueron algunas de las muchas vicisitudes que tuvo que soportar
Alberdi en sus destierros y en su patria, después de la caída de Rosas,
vicisitudes sobre las cuales nadie nos habla. (7)
Presumimos que ese mal trato dado y ocasionado a don Juan Bautista
Alberdi, se debe en gran parte a los juicios serenos y favorables a don
Juan Manuel de Rosas, emitidos desde el año 1837, cuando publica su
“Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho”, dedicado al Gobernador y
Capitán General de la Provincia de Tucumán, don (pág. 8) Alejandro Heredia, y donde puede leerse el siguiente párrafo:
“…por lo demás, aquí no se trata de calificar nuestra situación
actual: sería arrogarnos una prerrogativa de la historia. Es normal, y
basta: es porque es, y porque no puede no ser. Llegará tal vez un día en
que no sea como es, y entonces sería tal vez tan natural como hoy. El
Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme
sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la
buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por el pueblo no entendemos
aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también
la universidad, la mayoría, la multitud, la plebe. Lo comprendemos como
Aristóteles, como Montesquieu, como Rousseau, como Volney, como Moisés y
Jesucristo. Así, si el despotismo pudiera tener lugar entre nosotros,
no sería el despotismo de un pueblo: sería la libertad déspota de sí
misma; sería la libertad esclava de la libertad. Pero nadie se esclaviza
por designio, sino por error. En tal caso, ilustrar la libertad,
moralizar la libertad, sería emancipar la libertad”.
“Y séanos permitido creer también en nombre de la filosofía, que
nuestra patria, tal cual hoy existe, está, bajo ese aspecto, más
avanzada que los otros Estados meridionales”.
Diez años más tarde, sin dejar de ser enemigo de la dictadura, escribía: “Aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo esto con colores argentinos”.
“Rosas no es un simple tirano, a mis ojos. Si en su mano hay una vara
sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de
Belgrano. No me ciega tanto el amor del partido para no reconocer lo que
es Rosas bajo ciertos aspectos”: (J. B. Alberdi, “La República Argentina 37 años después de la revolución de Mayo”. Año 1847).
Y es Alberdi, por último el que declara sin ambages: “Para mí, la
vida del general Rosas tiene dos grandes fases: en una de ellas como
jefe supremo de Buenos Aires, he sido su opositor; en la otra de
refugiado en Inglaterra, SOY SU ADMIRADOR”. (De la carta enviada a don Máximo Terrero, en el año 1865).
Y así seguiría dando opiniones favorables a don Juan Manuel de Rosas,
hasta varios años después de la muerte de éste, ocurrida en el año 1877.
Por eso creemos que al ocuparnos de Rosas debemos remontarnos siempre a
la época en que le tocó actuar, sin olvidar que esos años “eran de
bronce y que no hay que aplicarles los principios morales de nuestros
tiempos” y que no se trata de defender tiranías ni dictaduras, sino de
la verdad histórica, que es cosa bien distinta, por cierto.
NOTAS:
(1) Una versión muy en boga es el de las persecuciones de Rosas a los
principales hombres de la época, escritores, literatos, etc. ”que se
vieron obligados a dejar el país por esas causas”. Nada más incierto.
¿Quién afirma que eso es incierto? ¡Pues algunos de los que se fueron!
Veamos lo que dice Alberdi en “La Revista
del Plata”, por él fundada en Montevideo: “Emigrados espontáneamente,
sin ofensas, sin odios, sin motivos personales, nada más que por odio a
la tiranía como millares de argentinos hubiesen venido también si los
hubiesen podido efectuar, nuestras palabras jamás tendrán por resorte
motivo alguno personal”.
En el año 1874 al publicar en parís su folleto “Palabras de un
ausente”, ratifica rotundamente lo expresado anteriormente. Con
posterioridad, en una carta a sus compatriotas de Salta, Alberdi, les
decía: “Nunca tuve el honor de ser desterrado por la tiranía de mi
país”. . .¿Qué los emigrados pasaron penurias y miserias? Otro exiliado
lo desmiente. Don Félix Frías, unitario, tuvo el valor de declarar en
1857, en plena legislatura de Buenos Aires, lo siguiente: “…que muchos
que emigraron se fueron a comer el pan amargo de la emigración,
saturado con vino champagne y buenas ostras”…
(2) Como se ha visto, también en el año 1879, se insultaba a los próceres.
(3) Ricardo Sáenz Hayes. – “El último viaje de Alberdi y su muerte”. “La Prensa”, 16 de febrero de 1930.
(4) Del mismo artículo
(5) J. B. Alberdi: “Autobiografía”
(6) En el año 1912, también se acusaba de traidores a los próceres.
(7) “Alberdi no pudo, pues, regresar al país durante las presidencias de
Mitre y de Sarmiento”. …”Hacía 41 años que había salido de su país”…
(José Nicolás Matienzo. De la conferencia dada en la Facultad
de Filosofía y Letras de Buenos Aires, celebrando el centenario del
nacimiento de Alberdi). Catorce años duró el exilio de Alberdi durante
la dictadura de Rosas, de 1838 a 1852 y veintisiete años de sufrido, después de la caída de éste, o sea de 1852 a 1879.
Fuente:
Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 3, Buenos Aires, Marzo de 1945.
Blog Crítica Revisionista
No hay comentarios:
Publicar un comentario