(UNA Mendoza)
Los manuales de historia suelen recordar al periodo que media entre el escape de Napoleón Bonaparte de la isla de Elba hasta su derrota en Waterloo como “Los Cien Días”. En ese breve, pero muy intenso periodo de tiempo, la estrella de Napoleón brilló en su máximo esplendor, en el momento de regresar triunfante a Paris, hasta terminar definitivamente opacada, bajo el asedio de las tropas inglesas y prusianas en los campos de Waterloo.
Muy lejos en el tiempo y en el espacio geográfico, se vuelve a utilizar una denominación similar, para describir un suceso, ahora acontecido en las ubérrimas pampas argentinas.
En este caso, los protagonistas son muy diferentes en relación a aquellos cien días del gran Napoleón, y la estrella que empieza a opacarse, es la de la oscura presidente de los argentinos, que la votaron…
Siguiendo con los paralelismos, vale recordar, que Bonaparte era conocido también como el gran corso en razón de su lugar de nacimiento. En estos cien días criollos hubo también corsos, pero de otra especie muy distinta.
Otro punto en común, es el las consignas guerreras, infaltables en una batalla como Waterloo, y también en encuentros como los de la Plaza de Mayo. Un impresentable D’elia hizo un llamamiento al genocidio de la raza blanca vernácula, mientras que la infaltable Hebe Bonafini, exhorto a la toma del congreso. Sin olvidar las arengas antioligarquicas, tanto de la primer mandataria de la nación, como de su consorte, ungido presidente de partido gobernante. Todos encolumnados en defensa de la sacrosanta democracia.
Pero para terminar con los paralelismos diremos que también se llegó al duro enfrentamiento no con la virulencia de Waterloo, pero si con la efectividad de los puños de D´elia, con los garrotes de los piqueteros K, el puntazo al custodio de De Angeli y la represión instrumentada contra los ruralistas en San Pedro y Gualeguaychú, por un gobierno que acusa a todo el mundo de ser cómplice de los represores, salvo cuando a el le toca el turno de reprimir.
El tema retenciones dio para todo, hasta nos permitió tomar conciencia que en la República Argentina no tenemos política agropecuaria. A lo que se suma el hecho de que los reiterados cortes de gas y luz, junto a la carencia de gasoil y nafta, nos permiten llegar a la conclusión de que tampoco tenemos política energética. Si recordamos la seguidilla de robos, hurtos, asaltos, salideras bancarias, violaciones y asesinatos nos difícil concluir que el área seguridad tampoco tiene una política acorde. Ni hablar del tema educación. Como conclusión nos queda decir como tantas veces antes, que el matrimonio gobernante carece totalmente de proyecto político. Un atenuante para ellos, es el hecho de que el resto de la clase dirigente tampoco lo tiene.
Es por ello que buena parte de la sociedad argentina salió en forma espontánea en apoyo del campo. Lo que en principio era un reclamo sectorial sirvió para evidenciar, el profundo malestar que sufre el argentino medio, asediado por la impotencia de tener que enfrentarse diariamente, a la incertidumbre que le produce la inflación en materia económica, la inseguridad, y las serias deficiencias de los servicios públicos, ya sea que estén en mano de privados o del estado, entre otras tantas circunstancias que por conocidas, seria ocioso enumerar.
Otra falencia que se manifiesta en estos días, es la imposibilidad de canalizar la disconformidad sobre aspectos puntuales, de la gestión de gobierno, por la vía institucional. Ejemplo de ello fue la inútil participación del denominado “Defensor del Pueblo” en el conflicto que nos ocupa. Claro defecto democrático, que en la faz práctica significa, estar sometido a los caprichos de los gobernantes de turno, por los cuatro años de su mandato. En otras palabras, la tan mentada democracia te permite elegir que tiranuelos, arrasaran con la Nación, en el lapso que ocupen sus funciones.
Un enfoque económico.
El debate por ahora ausente. La mayoría de los especialistas en materia de derecho, afirma la inconstitucionalidad de las retenciones, por superar el 33 % de los ingresos. Que lejos que ha quedado aquella época en la cual, la Iglesia Católica dictaminó, en una disputa entre un rey y sus súbditos, que las gabelas que se podían cobrar, no debían superar el 10% de los ingresos totales.
De todos modos, la exacción fiscal no se limita al cobro de las retenciones, que con el precio actual de la soja, ronda el 45% del valor de la misma. Los atribulados agricultores, deben abonar también el impuesto a la ganancias, con una alícuota del 35%. Aparte, en su costeo tienen que incluir las erogaciones que les demanda el pago de Bienes Personales y de Ganancia Mínima Presunta. Sin olvidar el impuesto a los Debitos y Créditos Bancarios. Significativo es el tema particular del IVA agropecuario, que por tener una tasa reducida del 10,50 % implica, saldos al favor crónicos en el contribuyente. No olvidar, tampoco, los tributos provinciales, como los impuestos inmobiliario, automotores e ingresos brutos. Y para terminar aquí, nos quedan las tasas municipales. Casi nada.
Algunos gobernadores provinciales, muy avispados ellos, notaron, otra de las acostumbradas trampitas, de que son objeto, por parte de la administración nacional. La aplicación de las retenciones, implica una disminución de la rentabilidad de las explotaciones agropecuarias y por ello la consiguiente baja en la recaudación del impuesto a las ganancias. Este impuesto es coparticipable con las provincias, cosa que no sucede con las retenciones aduaneras, que quedan en su totalidad para las arcas nacionales. Un nuevo avance del centralismo porteño. Y un manejo discrecional, de dichos fondos, por parte del provinciano, matrimonio gobernante.
Varias voces de protesta se hicieron notar. Otros prudentemente callaron, a los efectos de seguir medrando con las migajas del festín kirchnerista. El servilismo se ha convertido en moneda corriente en estos veinticinco años de democracia. Basta recordar la actitud de Néstor, durante la gestión menemista. En aquel entonces, un obcecado defensor de la convertibilidad y de las privatizaciones.
Lo macroeconómico
Entrando estrictamente en el análisis macroeconómico del tema retenciones, los efectos que sobre el crecimiento, tiene la mayor voracidad fiscal, no serán de los más convenientes en la actual coyuntura.
Es prudente recordar, que incluso un economista tan alejado de la ortodoxia liberal, como el renombrado Lord Keynes, afirma, que una imposición ilimitada es un obstáculo para la producción.
En la teoría hacendística, una de las causas que hacen que la imposición excesiva resulte un impedimento de la productividad, es el gasto abusivo, sin sentido económico, para fines no productivos, como son las erogaciones por viajes, de propaganda, de reuniones y movilizaciones, de los cuales esta gestión, ha hecho un uso y abuso descarado, de todos los ítems ante citados.
En la faz práctica y dejando de lado, lo que para algunos, pueda parecer una mera especulación teórica, la pérdida de mercados que empieza a generalizarse por lo prolongado del conflicto, invita a pronosticar, que nada en el futuro, será como fue otrora.
Se ha frenado a la locomotora que motorizó la recuperación de estos últimos años, que fue ni más ni menos, el ahora, tan denostado campo. Con ello, la muy vulnerable situación económica del país se empieza a evidenciar nuevamente. En este mes de junio, por primera vez, en largo tiempo, lo que se recauda será inferior a lo que se gasta.
Las importaciones siguen creciendo y en contrapartida, se pierden mercados para colocar nuestros productos en el exterior. Los denominados superávits mellizos (fiscal y comercial) están llegando a su fin.
Para colmo de males, los vencimientos de la deuda externa, en el resto del año son suculentos. Dicha deuda vuelve a alcanzar los niveles que tenía en la época del default. Desde ya un claro condicionamiento a nuestro futuro y una pregunta obligada ¿Qué pasó con el desendeudamiento de los Kirchner?
El esfuerzo desmedido, para hacer bajar el dólar, y mantenerlo a un nivel similar al de hace dos años, le cuesta al erario público, un importante drenaje de reservas, que dicho sea de paso, no son del todo legítimas. La oficialista Unión Industrial Argentina se queja de que, con este tipo de cambio, la industria argentina deja de ser competitiva.
La estrategia antiinflacionaria se perfila hacía la poca original mecánica, dentro de la más pura ortodoxia liberal, del enfriamiento de la economía. Cabe recordar, los excesos retóricos de doña Cristina, afirmando, que de ningún modo, se va a proceder a dicho enfriamiento.
Por todo ello, es claro, que pase lo que pase, con el tema de las retenciones en el congreso, el gran perdedor de los cien días, es como siempre el pueblo argentino.
Muy lejos en el tiempo y en el espacio geográfico, se vuelve a utilizar una denominación similar, para describir un suceso, ahora acontecido en las ubérrimas pampas argentinas.
En este caso, los protagonistas son muy diferentes en relación a aquellos cien días del gran Napoleón, y la estrella que empieza a opacarse, es la de la oscura presidente de los argentinos, que la votaron…
Siguiendo con los paralelismos, vale recordar, que Bonaparte era conocido también como el gran corso en razón de su lugar de nacimiento. En estos cien días criollos hubo también corsos, pero de otra especie muy distinta.
Otro punto en común, es el las consignas guerreras, infaltables en una batalla como Waterloo, y también en encuentros como los de la Plaza de Mayo. Un impresentable D’elia hizo un llamamiento al genocidio de la raza blanca vernácula, mientras que la infaltable Hebe Bonafini, exhorto a la toma del congreso. Sin olvidar las arengas antioligarquicas, tanto de la primer mandataria de la nación, como de su consorte, ungido presidente de partido gobernante. Todos encolumnados en defensa de la sacrosanta democracia.
Pero para terminar con los paralelismos diremos que también se llegó al duro enfrentamiento no con la virulencia de Waterloo, pero si con la efectividad de los puños de D´elia, con los garrotes de los piqueteros K, el puntazo al custodio de De Angeli y la represión instrumentada contra los ruralistas en San Pedro y Gualeguaychú, por un gobierno que acusa a todo el mundo de ser cómplice de los represores, salvo cuando a el le toca el turno de reprimir.
El tema retenciones dio para todo, hasta nos permitió tomar conciencia que en la República Argentina no tenemos política agropecuaria. A lo que se suma el hecho de que los reiterados cortes de gas y luz, junto a la carencia de gasoil y nafta, nos permiten llegar a la conclusión de que tampoco tenemos política energética. Si recordamos la seguidilla de robos, hurtos, asaltos, salideras bancarias, violaciones y asesinatos nos difícil concluir que el área seguridad tampoco tiene una política acorde. Ni hablar del tema educación. Como conclusión nos queda decir como tantas veces antes, que el matrimonio gobernante carece totalmente de proyecto político. Un atenuante para ellos, es el hecho de que el resto de la clase dirigente tampoco lo tiene.
Es por ello que buena parte de la sociedad argentina salió en forma espontánea en apoyo del campo. Lo que en principio era un reclamo sectorial sirvió para evidenciar, el profundo malestar que sufre el argentino medio, asediado por la impotencia de tener que enfrentarse diariamente, a la incertidumbre que le produce la inflación en materia económica, la inseguridad, y las serias deficiencias de los servicios públicos, ya sea que estén en mano de privados o del estado, entre otras tantas circunstancias que por conocidas, seria ocioso enumerar.
Otra falencia que se manifiesta en estos días, es la imposibilidad de canalizar la disconformidad sobre aspectos puntuales, de la gestión de gobierno, por la vía institucional. Ejemplo de ello fue la inútil participación del denominado “Defensor del Pueblo” en el conflicto que nos ocupa. Claro defecto democrático, que en la faz práctica significa, estar sometido a los caprichos de los gobernantes de turno, por los cuatro años de su mandato. En otras palabras, la tan mentada democracia te permite elegir que tiranuelos, arrasaran con la Nación, en el lapso que ocupen sus funciones.
Un enfoque económico.
El debate por ahora ausente. La mayoría de los especialistas en materia de derecho, afirma la inconstitucionalidad de las retenciones, por superar el 33 % de los ingresos. Que lejos que ha quedado aquella época en la cual, la Iglesia Católica dictaminó, en una disputa entre un rey y sus súbditos, que las gabelas que se podían cobrar, no debían superar el 10% de los ingresos totales.
De todos modos, la exacción fiscal no se limita al cobro de las retenciones, que con el precio actual de la soja, ronda el 45% del valor de la misma. Los atribulados agricultores, deben abonar también el impuesto a la ganancias, con una alícuota del 35%. Aparte, en su costeo tienen que incluir las erogaciones que les demanda el pago de Bienes Personales y de Ganancia Mínima Presunta. Sin olvidar el impuesto a los Debitos y Créditos Bancarios. Significativo es el tema particular del IVA agropecuario, que por tener una tasa reducida del 10,50 % implica, saldos al favor crónicos en el contribuyente. No olvidar, tampoco, los tributos provinciales, como los impuestos inmobiliario, automotores e ingresos brutos. Y para terminar aquí, nos quedan las tasas municipales. Casi nada.
Algunos gobernadores provinciales, muy avispados ellos, notaron, otra de las acostumbradas trampitas, de que son objeto, por parte de la administración nacional. La aplicación de las retenciones, implica una disminución de la rentabilidad de las explotaciones agropecuarias y por ello la consiguiente baja en la recaudación del impuesto a las ganancias. Este impuesto es coparticipable con las provincias, cosa que no sucede con las retenciones aduaneras, que quedan en su totalidad para las arcas nacionales. Un nuevo avance del centralismo porteño. Y un manejo discrecional, de dichos fondos, por parte del provinciano, matrimonio gobernante.
Varias voces de protesta se hicieron notar. Otros prudentemente callaron, a los efectos de seguir medrando con las migajas del festín kirchnerista. El servilismo se ha convertido en moneda corriente en estos veinticinco años de democracia. Basta recordar la actitud de Néstor, durante la gestión menemista. En aquel entonces, un obcecado defensor de la convertibilidad y de las privatizaciones.
Lo macroeconómico
Entrando estrictamente en el análisis macroeconómico del tema retenciones, los efectos que sobre el crecimiento, tiene la mayor voracidad fiscal, no serán de los más convenientes en la actual coyuntura.
Es prudente recordar, que incluso un economista tan alejado de la ortodoxia liberal, como el renombrado Lord Keynes, afirma, que una imposición ilimitada es un obstáculo para la producción.
En la teoría hacendística, una de las causas que hacen que la imposición excesiva resulte un impedimento de la productividad, es el gasto abusivo, sin sentido económico, para fines no productivos, como son las erogaciones por viajes, de propaganda, de reuniones y movilizaciones, de los cuales esta gestión, ha hecho un uso y abuso descarado, de todos los ítems ante citados.
En la faz práctica y dejando de lado, lo que para algunos, pueda parecer una mera especulación teórica, la pérdida de mercados que empieza a generalizarse por lo prolongado del conflicto, invita a pronosticar, que nada en el futuro, será como fue otrora.
Se ha frenado a la locomotora que motorizó la recuperación de estos últimos años, que fue ni más ni menos, el ahora, tan denostado campo. Con ello, la muy vulnerable situación económica del país se empieza a evidenciar nuevamente. En este mes de junio, por primera vez, en largo tiempo, lo que se recauda será inferior a lo que se gasta.
Las importaciones siguen creciendo y en contrapartida, se pierden mercados para colocar nuestros productos en el exterior. Los denominados superávits mellizos (fiscal y comercial) están llegando a su fin.
Para colmo de males, los vencimientos de la deuda externa, en el resto del año son suculentos. Dicha deuda vuelve a alcanzar los niveles que tenía en la época del default. Desde ya un claro condicionamiento a nuestro futuro y una pregunta obligada ¿Qué pasó con el desendeudamiento de los Kirchner?
El esfuerzo desmedido, para hacer bajar el dólar, y mantenerlo a un nivel similar al de hace dos años, le cuesta al erario público, un importante drenaje de reservas, que dicho sea de paso, no son del todo legítimas. La oficialista Unión Industrial Argentina se queja de que, con este tipo de cambio, la industria argentina deja de ser competitiva.
La estrategia antiinflacionaria se perfila hacía la poca original mecánica, dentro de la más pura ortodoxia liberal, del enfriamiento de la economía. Cabe recordar, los excesos retóricos de doña Cristina, afirmando, que de ningún modo, se va a proceder a dicho enfriamiento.
Por todo ello, es claro, que pase lo que pase, con el tema de las retenciones en el congreso, el gran perdedor de los cien días, es como siempre el pueblo argentino.
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