miércoles, 12 de febrero de 2014

EL GUERRERO Y LA CIUDAD

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Por Dominique Venner
En 1814, al final de las Guerras Napoleónicas, Benjamin Constant escribió con alivio: “Hemos llegado a la era del comercio, la era que debe necesariamente reemplazar a la de la guerra, tal como la era de la guerra tuvo que necesariamente precederle.” ¡Iluso Benjamin! Asumió la demasiado extendida idea del progreso indefinido apoyando el advenimiento de la paz entre hombres y naciones.
La era del comercio suave reemplazando a la de la guerra… ¡Sabemos lo que el futuro hizo de esta profecía! La era del comercio se impuso, de hecho, pero multiplicando las guerras. Bajo la influencia del comercio, la ciencia y la industria –en otras palabras, “el progreso” – las guerras incluso tomaron proporciones monstruosas que nadie hubiera jamás imaginado.
Hubo, sin embargo, algo de verdad en las falsas predicciones de Constant. Si bien las guerras continuaron e incluso prosperaron, por otro lado, la figura del guerrero perdió su prestigio social en beneficio de la sospechosa figura del mercader. Éste es el nuevo tiempo en el que aún vivimos, por el momento.
La figura del guerrero fue destronada, aún cuando la institución militar ha perdurado más que ninguna otra en Europa desde 1814. Ha perdurado desde el tiempo de la Ilíada –treinta siglos– mientras se transforma, adaptándose a todos los cambios; los de la época, los de las guerras, los de las sociedades y regímenes políticos, pero aún sigue preservando su esencia, el ser la religión del orgullo, del deber y el coraje. Esta permanencia a través de los cambios es sólo comparable con otra imponente institución: la Iglesia (o las iglesias). El lector está conmocionado. ¡Una sorprendente comparación! Y hay más aún…
¿Qué es el Ejército desde la Antigüedad? Es una institución cuasi-religiosa, con su propia historia, héroes, reglas y ritos. Una institución muy antigua, incluso más vieja que la Iglesia, nacida de una necesidad tan remota como la humanidad, y la cual ahora está cerca de extinguirse. Entre los europeos, nació de un espíritu que es propio de ellos y el cual  –a diferencia de la tradición China, por ejemplo– hace de la guerra un valor en sí mismo. En otras palabras, que nació de una religión civil originada a partir la guerra, cuya esencia, en una palabra, es la admiración por el coraje ante el rostro de la muerte.
Esta religión puede definirse como la de la ciudad, en el sentido griego o romano de la palabra. En un lenguaje más moderno, es una religión de la patria, sea de la grande o de la pequeña. Como Héctor dijo hace treinta siglos en el duodécimo libro de la Ilíada, para eludir un mal presagio: “No es por un buen resultado que luchamos por nuestra patria” (XII, 243). Patria y coraje están conectados. En la última batalla de la Guerra de Troya, sintiéndose amenazado y condenado, Héctor se aparta a sí mismo de la desesperanza con este grito: “¡Oh, bien! No, no moriré sin luchar, no sin gloria, no sin un gran acto que sea recordado en los tiempos por venir” (XXII, 304-305). Uno halla este clamor de trágico orgullo en todas las épocas de una historia que glorifica al héroe desventurado, engrandecido por una derrota épica: las Termópilas, la Canción de Rolando, Camerone o Diên Biên Phu.
Cronológicamente, el clan guerrero aparece antes que el Estado. Rómulo y sus belicosos compañeros trazaron primero los futuros límites de la Ciudad y establecieron su inflexible ley. Por haberla transgredido, Remo fue sacrificado por su hermano. Entonces, y sólo entonces, los fundadores raptaron a las Sabinas para asegurar su descendencia. En la fundación del estado europeo, el orden de los guerreros libres precede al de la familia. He aquí por qué Platón dijo que Esparta estaba más cerca del modelo de ciudad griega que Atenas. [1]
Aunque puedan ser débiles, los ejércitos europeos actuales constituyen islas en un entorno desmoronado donde estados ficticios promueven el caos. Aún disminuido, un ejército permanece como una institución basada en la férrea disciplina y participante en la disciplina cívica. Por esta razón, esta institución carga en ella una semilla genética de restauración, no por procurar el poder o militarizar a la sociedad, sino para reafirmar la primacía del orden por sobre el desorden. Es lo que las compagnonnages de la espada hicieron luego de la desintegración del Imperio Romano y muchos otros después de eso.
1. En Les métamorphoses de la cité, essai sur la dynamique de l’Occident (Paris: Flammarion, 2010), basado en la lectura de Homero, Pierre Manent destaca el rol de las aristocracias guerreras en la fundación de la antigua Ciu

El Frente Negro

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