HILLARY, LA REFORMADORA |
“Los
códigos culturales profundamente arraigados, las creencias religiosas y
las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben
emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos
tradicionales”.
Estas palabras de Hillary Clinton, pronunciadas públicamente y sin tapujos en un simposio pro abortista, han dejado a más de uno con la boca abierta. ¿Reformar coercitivamente las religiones? ¿Dónde queda entonces la libertad religiosa? ¿Modificar las identidades culturales? ¿Dónde queda entonces la libertad, simplemente, de existir? Semejantes intenciones, en boca nada menos que de la principal candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, deberían haber abierto un fuerte debate. No ha sido así. Muy significativamente, los principales medios de comunicación en todo occidente han preferido silenciar el asunto. Revelador.
Estas palabras de Hillary Clinton, pronunciadas públicamente y sin tapujos en un simposio pro abortista, han dejado a más de uno con la boca abierta. ¿Reformar coercitivamente las religiones? ¿Dónde queda entonces la libertad religiosa? ¿Modificar las identidades culturales? ¿Dónde queda entonces la libertad, simplemente, de existir? Semejantes intenciones, en boca nada menos que de la principal candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, deberían haber abierto un fuerte debate. No ha sido así. Muy significativamente, los principales medios de comunicación en todo occidente han preferido silenciar el asunto. Revelador.
¿Qué
significa eso que ha dicho Hillary Clinton? Uno, que los “códigos
culturales profundamente arraigados”, esto es, las identidades
culturales tradicionales, son en realidad nidos de “fobias
estructurales”, es decir, prejuicios que es justo y razonable eliminar.
Dos, que dentro de esas “fobias estructurales” están “los dogmas
religiosos tradicionales”. Tres, que los gobiernos, el poder público,
están legitimados para utilizar su fuerza coercitiva contra los dogmas
religiosos y las identidades culturales. Cuando se repara en que esa
fuerza coercitiva es, en plata, el “monopolio legal de la violencia”,
uno frunce inevitablemente el ceño en un gesto de preocupación. Cuando
además se constata que las “fobias” y los “dogmas” son los principios
tradicionales de la civilización occidental, es decir, la filosofía
natural (por ejemplo, el derecho a la vida), entonces la preocupación
asciende hasta la alarma. Lo que Hillary Clinton ha expresado es un
proyecto político totalitario de ingeniería social y cultural. Ni más,
ni menos.
Ese proyecto ya está en marcha
¿Sorprendente?
En realidad, no tanto. Esos tópicos no son nuevos: circulan en la
ideología moderna desde la revolución francesa. Por otro lado, guardan
perfecta consonancia con lo que hemos venido viendo en occidente en los
últimos veinticinco años, desde la caída del Muro de Berlín en 1989: los
programas de ingeniería social de la ONU –con frecuencia avalados por
los Estados Unidos-, las políticas abortistas y homosexualistas
adoptadas por casi todos los países europeos y el desmantelamiento de
las identidades étnicas en el espacio occidental. Hillary Clinton se ha
limitado a hacer patente lo que ya estaba latente.
Estas
palabras de Hillary Clinton han sido interpretadas en clave
estrictamente norteamericana: son un proyecto de ingeniería social –más
bien diríamos espiritual- en un país que se precia de haber nacido sobre
la base de la libertad religiosa. Es cierto que, en el contexto
norteamericano, semejantes ideas no dejan de ser una rectificación de la
propia identidad fundacional del país, de manera que es comprensible el
estupor de muchos. Sin embargo, los propósitos de Clinton forman parte
de los temas habituales de la izquierda yanqui desde 1968. Por así
decirlo, lo que hemos visto ahora es su “puesta de largo”, su
transformación en programa político sin camuflajes.
Del
mismo modo, muchos observadores han visto en estas declaraciones de
Hillary Clinton una especie de declaración de guerra contra el
cristianismo. Es también una perspectiva correcta, pero incompleta: la
guerra no atañe sólo a las religiones tradicionales, sino que se
extiende, como dice la propia señora Clinton, a los “códigos culturales
arraigados”. Es decir que toda identidad cultural histórica, sean cuales
fueren su espacio y naturaleza, deben también ser reformadas
coercitivamente por el poder público. No es sólo la religión la que
corre peligro; la amenaza se extiende a cualquier rasgo identitario que
no encaje con el programa del “tiempo nuevo” marcado por la
globalización y su potencia hegemónica, que son los Estados Unidos de
América.
¿Y los europeos qué hacemos? En
general, seguir la estela. Bien es cierto que el camino presenta
complicaciones inesperadas y éstas han tardado poco en surgir. Es
francamente difícil mantener la cohesión social en un contexto de
desmantelamiento de los “códigos culturales profundamente arraigados”. A
este respecto la experiencia francesa es sumamente interesante: desde
los años 80, Francia ha vivido un proceso de construcción de una nueva
identidad sobre la base de la llamada “identidad republicana” que, en la
práctica, ha consistido en la destrucción de los referentes clásicos de
la nación y su sustitución por dogmas nuevos. “Francia –decía De
Gaulle- es una nación europea de raza blanca y religión cristiana”.
Empezó a dejar de serlo muy poco después de la muerte del general. El
europeísmo se convirtió en una suerte de cosmopolitismo que veía a
Francia como protagonista de un mundo sin fronteras, un mundo en el que
la propia Europa no es otra cosa que una región privilegiada en el
contexto global. Asimismo, cualquier factor de carácter étnico –racial,
cultural, etc.- empezó a ser tabú en provecho de una sociedad de nuevo
cuño edificada sobre la afluencia masiva de población extranjera. En
cuanto a la religión, iba a ser sistemáticamente postergada en la estela
de un laicismo radical que no ha amainado ni siquiera cuando Sarkozy,
en San Juan de Letrán, descubrió ante Benedicto XVI los valores del
“laicismo positivo”. El resultado ha sido una nación desarticulada en lo
político, lo económico y lo social. El discurso oficial sigue caminando
hacia el mismo sitio, pero la realidad social ya marcha por otra. El
crecimiento del Frente Nacional no es un azar. Los políticos tratan de
reaccionar adaptándose al terreno. Lo último fue ver al primer ministro
Valls, que el año anterior había abierto institucionalmente el ramadán,
reivindicar ahora el carácter inequívocamente cristiano de Francia.
Quizá demasiado tarde.
Sea como fuere, lo que ha
expuesto la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos
es mucho más que una declaración de intenciones: es cabalmente el
programa del nuevo orden mundial, que para imponerse sin grandes
resistencias necesita, precisamente, derruir los arraigos culturales y
las religiones tradicionales. Era inevitable que alguien terminara
invocando la fuerza del Estado para ejecutar coercitivamente la
operación. Hillary Clinton lo ha hecho. La izquierda europea, muy
probablemente, se subirá al carro. Así veremos a nuestra izquierda
respaldar la política mundialista en nombre del progreso. Las vueltas
que da la vida
http://www.gaceta.es/noticias/hillary-clinton-delata-agenda-oculta-nuevo-orden-mundial-03052015-1507
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