martes, 4 de julio de 2017

PARA TENER EN CUENTA

ORGANIZACION: LIDERES, MILITANTES Y SIMPATIZANTES


Las organizaciones están en función de la vida, del desenvolvimiento orgánico de un pueblo. Ideas que conquisten a un cierto número de individuos siempre provocarán la necesidad de una cierta disciplina, absolutamente indispensable. Pero también aquí se debe tener en cuenta la debilidad humana, inclinada a oponerse, por lo menos al comienzo, contra una dirección superior.

En el caso de una organización sin vida surge inmediatamente el gran peligro de la aparición de un hombre, aceptado por todos, pero aún no completamente experimentado y que, por su poca capacidad, trate de impedir dentro del Movimiento la elevación de los elementos más calificados. El mal resultante de ello puede ser, especialmente en un Movimiento nuevo, de fatales consecuencias

Por dicha razón, conviene más difundir previamente una idea, mediante la propaganda dirigida durante un cierto tiempo, y luego examinar el material humano paulatinamente reclutado, estudiándolo cuidadosamente, a fin de seleccionar a los más capacitados para dirigentes. No será raro observar de esta manera que elementos aparentemente insignificantes merecen considerarse como hombres que reúnen condiciones innatas de líder. Sería totalmente erróneo querer encontrar en el acopio de conocimientos teóricos las pruebas características de aptitud y competencia inherentes a la condición de líder. Con frecuencia ocurre lo contrario.

Los grandes teóricos sólo muy raramente son también grandes organizadores, y esto porque el mérito del teorizante y del programático reside, en primer término, en el conocimiento y definición de leyes exactas de índole abstracta, en tanto que el organizador tendrá que ser ante todo un psicólogo. Debe ver a los hombres como ellos son en realidad. No les debe dar demasiada importancia ni tampoco subestimarles, en oposición a la masa. Debe tener en cuenta su debilidad como sus cualidades instintivas, para, tomando en consideración todos estos factores, organizar una fuerza capaz de sustentar una idea y de garantizar el éxito. Más raro todavía es el caso de que un gran teorizante sea al mismo tiempo un gran líder. Para ello tiene más capacidad el agitador - y se explica-, aunque esta verdad la oigan con desagrado muchos de los que se consagran con exclusividad a especulaciones científicas. Eso es perfectamente comprensible. Un agitador capaz de difundir una idea en el seno de las masas será siempre un psicólogo, aun cuando él no sea sino un demagogo.

En todo caso, el agitador podrá resultar un mejor líder que un teorizante abstraído del mundo y extraño a los hombres. Porque guiar quiere decir saber mover muchedumbres. El don de conformar ideas nada tiene de común con la capacidad propia del líder. Inútil será discutir qué es lo que tiene mayor Importancia: ¿concebir ideales y plantear finalidades a la Humanidad, o realizarlos? Como pasa a menudo en la vida, también en este caso lo uno sería perdido sin lo otro. La más bella concepción teórica quedará sin objetivo ni valor práctico alguno, si falta el líder que mueva las masas en aquel sentido. E inversamente, ¿de qué serviría la genialidad del líder y todo su empuje si el teorizante ingenioso no precisase de antemano los fines de la lucha humana? Pero lo más raro en este planeta es hallar encarnados en una misma persona al teórico, al organizador y al líder. Esta conjunción es la que revela al hombre genial.

Como ya dije, durante la primera época de mi actividad en el Movimiento, me dediqué por entero a la propaganda. Gracias a ella debió crearse, poco a poco, un pequeño núcleo de hombres imbuidos en la nueva doctrina, formando así el material que después iba a darlos primeros elementos básicos de una organización. Cuidábamos más la propaganda que la organización.

Cuando un Movimiento tiene como finalidad demoler una situación existente, para reconstruir en su lugar un mundo nuevo, es preciso que sus líderes estén todos de acuerdo sobre los siguientes principios fundamentales: el Movimiento debe dividir el conjunto humano conquistado para la causa en dos grandes grupos: simpatizantes y militantes.

El cometido de la propaganda consiste en reclutar adeptos, en tanto que el de la organización es ganar militantes.

Adepto a una causa es aquél que declara hallarse de acuerdo con los fines a que tiende la misma; militante es el que lucha por ella. El adepto se alista a un Movimiento por medio de la propaganda. El militante es conducido por la organización a cooperar personal y activamente para la incorporación de nuevos adeptos, de los cuales entonces se pueden seleccionar nuevos militantes.

Como la calidad del adepto exige solamente el reconocimiento pasivo de una idea, y la cualidad del militante la representación activa y su defensa, entre diez adeptos se encontrarán al máximo uno o dos militantes.

La adhesión radica en el solo reconocimiento de la Idea, mientras que ser miembro supone el coraje de representar personalmente la verdad reconocida como tal y propagarla. Ese reconocimiento de la Idea en su forma masiva corresponde a la mentalidad de la mayoría humana, que es negligente y cobarde; el ser miembro obliga a la acción y es propio únicamente de la minoría.

Según eso, la propaganda tendrá que laborar incesantemente a fin de ganar adeptos, y la organización concretarse rigurosamente a seleccionar del conjunto de los adeptos sólo a los más calificados, para conferirles la calidad de miembros. La propaganda, por consiguiente, no necesita examinar el valor de cada uno de los convertidos por ella, en cuanto a eficacia, capacidad, inteligencia o carácter, en tanto que la organización debe escoger cautelosamente de la masa de estos elementos a los que efectivamente tienen capacidad para conducir el Movimiento a la victoria.

La propaganda trata de imponer una doctrina a todo el pueblo; la organización acepta en sus cuadros únicamente a aquellos que no amenazan transformarse en obstáculo para una mayor divulgación de la Idea.

La propaganda orienta a la opinión pública en el sentido de una determinada idea y la prepara para la hora del triunfo, en tanto que la organización pugna por ese triunfo mediante la cohesión activa, constante y sistemática de aquellos correligionarios que revelen disposiciones y aptitudes para impulsar la lucha hasta un final victorioso.

La victoria de una idea será más fácil cuanto más intensa fuere la propaganda y cuanto más exclusiva, rígida y sólida sea la organización que, prácticamente, toma a su cargo la realización del combate.

De esto se infiere que el número de adeptos jamás podrá ser suficientemente grande; el número de miembros, en cambio, es susceptible de resultar demasiado grande.

Cuando la propaganda ya conquistó a una Nación entera para una idea, surge el momento propicio para que la organización, con un puñado de hombres, saque las consecuencias prácticas. Propaganda y organización están en función la una de la otra.

Cuanto mejor hubiese actuado la propaganda tanto menor podrá ser la organización; cuanto mayor fuese el número de adeptos, tanto más exiguo puede ser el número de militantes y viceversa; cuanto peor fuese la propaganda, tanto mayor debe ser la organización, y cuanto más diminuto el número de adeptos de un Movimiento, tanto más numeroso debe ser el número de sus organizadores, si se quiere contar con el éxito.

El primer deber de la propaganda consiste en conquistar adeptos para la futura organización; el primer deber de la organización consiste en seleccionar los adeptos para engrandecer el Movimiento. 

El segundo deber de la propaganda es la destrucción psicológica del actual estado de cosas y la divulgación de la nueva doctrina; en cuanto que el segundo deber de la organización debe ser la lucha por el poder para conseguir, por ese medio, el éxito definitivo de la doctrina.

El éxito decisivo de una revolución ideológica consiste en lograr siempre que la nueva ideología sea inculcada a todos e impuesta después, por la fuerza si es necesario; en tanto que la organización de la Idea, esto es, el Movimiento mismo, deberá abarcar solamente el número de hombres indispensable para el manejo de los organismos centrales, en el mecanismo del futuro Estado.

En otras palabras: en cada gran Movimiento destinado a revolucionar el mundo, la propaganda primeramente tendrá que divulgar la ideología del mismo. Inmediatamente tendrá que aclarar a las masas las nuevas ideas, atraerlas a sus filas o, por lo menos, destruir las creencias en boga. Como, sin embargo, la difusión de una idea, esto es, la propaganda, debe tener un núcleo central de dirección, será necesaria una organización sólida. La organización recluta a sus miembros del número total de adeptos conquistados por la Propaganda.

El supremo cometido de la Revolución estriba en evitar que posibles divergencias surgidas en el seno de los miembros del Movimiento lo conduzcan a una división y, con ello, a un debilitamiento de la labor del conjunto. Debe cuidar, además, de que el espíritu de acción no desaparezca, sino más bien se renueve y se consolide constantemente. No es preciso que aumente infinitamente el número de combatientes; al contrario, como sólo una pequeña parte de la Humanidad posee un carácter enérgico y resuelto, quedaría forzosamente debilitado un Movimiento que aumentase desproporcionadamente su organización central. Organizaciones, es decir, conjuntos de miembros que sobrepasan un cierto límite, pierden paulatinamente su fuerza combativa y no son ya capaces de impulsar con interés y dinamismo la propaganda de una Idea, y menos de saber utilizarla convenientemente. Cuanto más fuerte y revolucionaria fuese una Idea, tanto más eficientes deben ser sus defensores, debiéndose apartar de ellos a los cobardes e incapaces. A escondidas, querrán pasar como adeptos, pero, en público, desistirán de probar su adhesión. Así se incorporarán a la organización de una doctrina efectivamente revolucionaria solamente los más eficientes de entre los adeptos conquistados por la propaganda. Es justamente en la eficacia de los miembros de un Movimiento, garantizada por su selección natural, donde reside la condición esencial para un combate bien orientado a la realización de la doctrina.

El mayor peligro que puede amenazar a un Movimiento es un número exagerado de adeptos adquiridos como consecuencia del triunfo fácil. Todos los cobardes y egoístas huyen de un Movimiento, en cuanto éste se tiene que enfrentar a luchas ásperas, al paso que se incorporan cuando el triunfo es fácil de prever, o se haya realizado.

Ése es el motivo por el que muchos movimientos victoriosos fracasan antes de alcanzar su finalidad, cesan la lucha y finalmente desaparecen. Como consecuencia de la victoria inicial, entran en su organización muchos elementos malos, indignos, sobre todo cobardes, y esos caracteres inferiores consiguen finalmente la preponderancia sobre los luchadores enérgicos y luego desvían el Movimiento en favor de sus propios intereses, degradándolo, sin hacer nada para culminar la victoria del primitivo Ideal. Desaparece el entusiasmo fanático, se anula la fuerza de combate. Es decir, "se ha echado agua al vino". Se ha destruido el alto vuelo del Movimiento.

Por eso es esencial que en el momento en que el éxito se ha puesto del lado del Movimiento, éste -obrando por simple instinto de conservación- suspenda automáticamente la admisión de nuevos miembros y amplíe en el futuro su organización con sumo cuidado y tras un minucioso examen de los respectivos elementos que lo constituyen. Únicamente así podrá el Movimiento mantener su núcleo incólume y sano; luego, hará que bajo tales circunstancias sea exclusivamente este núcleo el que guíe y conduzca al Movimiento, es decir, el que determine la propaganda destinada a lograr que se le reconozca universalmente y que-como dueño del poder- adopte los procedimientos necesarios a la realización práctica de sus ideas.

La organización debe reclutar del primitivo núcleo del Movimiento no sólo a los hombres que deben ocupar todos los puestos importantes en el terreno conquistado, sino también en la dirección general, y eso debe durar hasta que los principios y doctrinas del Partido se transformen en base del nuevo Estado. Sólo entonces podrá pasar, paulatinamente, el Gobierno a ser dirigido por la nueva Constitución, nacida del espíritu del Movimiento. Eso, sin embargo, también generalmente se realiza mediante luchas internas, porque no se trata de una cuestión de ideas sino de un juego de fuerzas que, en verdad, pueden ser previamente reconocidas, pero no pueden ser constantemente controladas.

Todos los grandes movimientos, sean de índole religiosa o política, debieron su éxito portentoso al conocimiento y aplicación de estos principios: sobre todo, no se conciben éxitos perdurables sin la observancia de tales leyes.

 



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