Casi treinta y cuatro años ininterrumpidos de gobiernos democráticos.
Años atrás, los golpes militares eran la excusa perfecta para justificar la decadencia argentina ya que con ellos, decían los "analistas", se interrumpía el normal desempeño de las instituciones... bla, bla, bla...
Lo cierto es que con gobiernos democráticos o juntas militares, la Argentina entró en caída libre hace muchísimas décadas, independientemente de alguna etapa de crecimiento del PBI, de aumento del consumo, del menor déficit fiscal o el aumento de algunas exportaciones.
Decadencia religiosa, familiar, moral, social, y también económica. Esta última parece ser la única que preocupa a la población, pero es la consecuencia directa de las anteriores.
Una nación sin ejercicio de la soberanía ni políticas de largo plazo, ejecutadas estas con miras al bien común, podrá vivir alguna bonanza temporal para caer muy pronto nuevamente en la frustración.
Lo estamos viendo con nuestros propios ojos y sufriendo en nuestras carnes: el país lleva dos meses de palabras huecas, timbreos, actos de campaña, encuestas, alianzas, peleas, y millones de pesos gastados solo para renovar unos diputados que nadie conoce y que serán reemplazados por otros también desconocidos.
Lo único que se mantiene constante contra viento y marea es el endeudamiento del país, con nuevos bonos semana por medio, toma de deuda para pagar los intereses de una anterior, refinanciación de deuda, y así desde hace décadas. A los banqueros y usureros locales e internacionales se les atiende siempre el teléfono. A los abortistas y fogoneros de la contranatura también. A los jubilados, trabajadores, pymes, industriales y productores, el teléfono siempre les da ocupado. Los políticos, todos ellos, viven de ganar elecciones. Cuando las pierden, dejan de salir en la foto. Y fuera de la foto, hace mucho frío.
"Voto a A para que no gane B", dicen unos. "Voto a D porque siempre fuimos de D en la familia", dicen otros. "Votemos a F, porque F dijo que...", gritan otros. "Yo voto a L, porque habla muy bien y dice cosas que otros callan", susurra alguien. Todos mirándose el ombligo, pensando en "su tribu", sin mirar a la Nación. Y así, retrocedemos otros diez o quince años. Tanto retrocedimos, que un ministro inglés, nada menos, vino hace unos días a decirnos en la cara que debemos ser proveedores de alimentos, como éramos en el siglo XIX. Y nos dejó contentos... Eso sí. Estamos más que preocupados por lo que sucede en Venezuela.
Años atrás, los golpes militares eran la excusa perfecta para justificar la decadencia argentina ya que con ellos, decían los "analistas", se interrumpía el normal desempeño de las instituciones... bla, bla, bla...
Lo cierto es que con gobiernos democráticos o juntas militares, la Argentina entró en caída libre hace muchísimas décadas, independientemente de alguna etapa de crecimiento del PBI, de aumento del consumo, del menor déficit fiscal o el aumento de algunas exportaciones.
Decadencia religiosa, familiar, moral, social, y también económica. Esta última parece ser la única que preocupa a la población, pero es la consecuencia directa de las anteriores.
Una nación sin ejercicio de la soberanía ni políticas de largo plazo, ejecutadas estas con miras al bien común, podrá vivir alguna bonanza temporal para caer muy pronto nuevamente en la frustración.
Lo estamos viendo con nuestros propios ojos y sufriendo en nuestras carnes: el país lleva dos meses de palabras huecas, timbreos, actos de campaña, encuestas, alianzas, peleas, y millones de pesos gastados solo para renovar unos diputados que nadie conoce y que serán reemplazados por otros también desconocidos.
Lo único que se mantiene constante contra viento y marea es el endeudamiento del país, con nuevos bonos semana por medio, toma de deuda para pagar los intereses de una anterior, refinanciación de deuda, y así desde hace décadas. A los banqueros y usureros locales e internacionales se les atiende siempre el teléfono. A los abortistas y fogoneros de la contranatura también. A los jubilados, trabajadores, pymes, industriales y productores, el teléfono siempre les da ocupado. Los políticos, todos ellos, viven de ganar elecciones. Cuando las pierden, dejan de salir en la foto. Y fuera de la foto, hace mucho frío.
"Voto a A para que no gane B", dicen unos. "Voto a D porque siempre fuimos de D en la familia", dicen otros. "Votemos a F, porque F dijo que...", gritan otros. "Yo voto a L, porque habla muy bien y dice cosas que otros callan", susurra alguien. Todos mirándose el ombligo, pensando en "su tribu", sin mirar a la Nación. Y así, retrocedemos otros diez o quince años. Tanto retrocedimos, que un ministro inglés, nada menos, vino hace unos días a decirnos en la cara que debemos ser proveedores de alimentos, como éramos en el siglo XIX. Y nos dejó contentos... Eso sí. Estamos más que preocupados por lo que sucede en Venezuela.
Nestor Daniel Veiga Gomez
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