Por: Onesimo Redondo
LA UTILIDAD DEL NACIONALISMO
15 - XI - 32
Nada teme tanto la bestia roja como al nacionalismo. Es España para muchas gentes, casi todo el pueblo, hablar del nacionalismo es ocuparse de las pequeñas particularidades del vasquimo, catalanismo o galleguismo. Precisamente estos movimientos son incompatibles, o al menos contrarios, al nacionalismo de que aquí hablamos: al nacionalismo español.
¿Quién duda que en España está decaída la idea de Patria? No lo está tanto el afecto patriótico, el amor a España, con estarlo mucho. Hay un pueblo verdadero, el que trabaja sin hacer política y no ha consentido en abandonar en manos de los revolucionarios traidores la fidelidad nacional adquirida por naturaleza y tradición: ese pueblo, la aplastante mayoría de la población hispánica, conserva amor a España bastante para ser el germen de una auténtica resurrección nacional.
Más decaída, decimos, que el afecto a la Patria, con estarlo tanto, se encuentra la idea nacional.
El nacionalismo es el movimiento decidido a restaurar esa idea, o si se quiere, la idea misma en sí, para poner en movimiento al pueblo.
Si titulamos este artículo "La utilidad del nacionalismo" es porque queremos hablar, brevemente, más que de su definición, de su conveniencia en la fase actual de la vida española.
En la recientísima admonición o repasata que los comunistas españoles, el partido de los traidores moscovitas, ha recibido de Rusia y que "El Sol" ha publicado ampliamente, una de las órdenes "concretas" que reciben los mercenarios del comunismo de sus amos rusos, es la de demostrarse contra la ofensiva nacionalista.
No ha empezado, puede decirse, ésta y ya el bolcheviquismo invasor, desde el centro de las Rusias, se encuentra vigilante.
Y es que para lo internacional bolchevique es bastante dura y de sobra aleccionadora la experiencia de sus luchas en toda Europa - Italia, Francia, Alemania, Hungría, Inglaterra - frente a la idea nacional corporizada en forma de fascismo cuando el peligro lo exige, o simplemente comunión sagrada de todas las fuerzas no traidoras, cuando la audacia roja no ha llegado a los extremos que hacen necesarios aquél.
Frente a un nacionalismo inteligente y juvenil, el comunismo lucha siempre en condiciones de inferioridad, y, al fin, es vencido. Nosotros queremos llevar al convencimiento de nuestros lectores castellanos, y particularmente clavar en los cerebros de los jóvenes que acompañan la actividad hispánica de "LIBERTAD", estas verdades escuetas:
A) Que trabajan contra la prosperidad de España y el bienestar del pueblo, fuerzas traidoras cuyo desenlace final es el comunismo, encadenadas entre sí a partir de la masonería llamada democracia que hoy gobierna.
B) Que sólo se puede hacer frente a los traidores y truncar sus planes de barbarización y expolio con un levantamiento nacionalista.
Caracteres del nacionalismo
1º- El nacionalismo, en sí, no es monárquico ni tampoco antimonárquico.
2º- No es tampoco confesional, pero de ningún modo antirreligioso.
3º- Es un movimiento de lucha múltiple, desenvuelta en todos los terrenos en que la necesidad de sojuzgar a los traidores lo haga preciso, sin excluir, por tanto, la actuación armada. Esta es una nota específica del movimiento.
4º- El nacionalismo debe ser ampliamente popular y desde luego, revolucionario. Su esencia en este aspecto, es el sindicalismo antiburgués - ordenación forzosa de las fuerzas productoras en un sistema corporativo fuertemente vigilado por el Estado - y a la vez antimarxista, porque excluye las bárbaras ilusiones de una proletarización completa de la sociedad.
Todos los puntos enunciados merecen más amplio desarrollo, que nos proponemos hacer en números sucesivos.
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EL NACIONALISMO, NI MONÁRQUICO, NI REPUBLICANO
22- II - 32
¿No es España tradicionalmente, íntimamente monárquica y religiosa? Luego no puede haber nacionalismo que no sea católico y monárquico. Otra cosa no es nacionalismo español.
Así discurren muchos que no han acertado a concebir el nacionalismo sino como un ropaje más - no decimos disfraz - de sus ideas viejas y de las premisas ciegas, sin duda nobles, de su parcial criterio político.
Nosotros contestamos: "el nacionalismo no es monárquico ni antimonárquico. Tampoco es confesional, pero de ningún modo antirreligioso".
Vamos a concretarnos por hoy, a explicar la primera de esas dos características, que a tantos parecerá incongruente.
¿Es posible que haya quien sinceramente no sea ni monárquico ni republicano?
La opinión española, el ambiente todo de duda política que conmueve y perturba el ser nacional, está dominado por convencionalismos vacuos, por problemas de artificio y por palabras que no aprovechan, a no ser a los políticos que precisamente de la confusión viven.
Uno de los convencionalismos o mitos más burdos y perjudiciales es el de dividir por fuerza a los españoles en republicanos y monárquicos, haciendo irreconciliables a los unos con los otros, sometiendo por necesidad y ante todo al pueblo, a la pugna ruinosa de esas dos tendencias.
Si el nacionalismo, que es un pensamiento esencialmente renovador, revolucionario, quiere limpiar su camino, y el camino de la nueva política española, de todo lo que traba la marcha del resurgimiento nacional, debe prescindir austeramente, brutalmente, de la mitología monárquica y de la mitología republicana.
Para el nacionalismo verdadero, no hay más numen que España, ni más venero de consulta que el hondo latir de los deseos del pueblo verdadero.
Cuando este pueblo, libre y claramente, mediante una voz de pujante sinceridad hispana diga que es monárquico, la monarquía sea la forma del nacionalismo. Y mientras la República sea consentida por el pueblo, lo mismo que si auténticamente es elegida por la voz histórica - que bien puede ser distinta que la voz electoral - de la nación hispana, respétese la República como forma del nacionalismo.
La "consubstancialidad" monárquica de ayer, lo mismo que el salvaje fanatismo republicano de hoy, son posturas perturbadoras y antipatrióticas.
Y a los traidores que se han adueñado de los mandos, y quieren ocultar su ineptitud famélica, sus ambiciones rapaces y sus planes de barbarización antinacional, bajo la espesa hipocresía de los problemas artificiales, les va muy bien con la lucha loca de los ciudadanos en torno al respectivo mito.
Eso de la defensa de la República, y el truco gastado de las "provocaciones monárquicas" es un comodín harto beneficioso para que los maleantes encumbrados esquiven sus responsabilidades y retrasen indefinidamente la solución de los problemas positivos.
Necio sería el nacionalismo si cándidamente hiciera de comparsa en ese juego de espejuelos, enredándose como casi todos los partidos en la trama incauta de las intransigencias sobre la forma de gobierno.
No: Hay algo que importa más que el nombre del régimen, y es su calidad de nacional o antinacional. El nacionalismo parte - por definición - de un luminoso convencimiento: el de que hay una nacionalidad postergada y una cuestión de independencia que urge solucionar radicalmente porque es de vida o muerte. España está dominada por fuerzas extrañas, por españoles traidores que sirven de ejecutoras a los planes concebidos fuera de la nación en contra nuestra, y este problema de restauración patriótica importa más que el de restauración monárquica y que el de consolidación republicana.
Quien prenda la suerte de España a la soberanía de una determinada persona, vuelve las espaldas al problema nacionalista y se empeña en detener al pueblo en preocupaciones insustanciales, lo mismo que esos traidores que han dicho: "Ante todo la República". El grito y el nervio nacionalista no puede ser otro que este sincero, práctico, rabiosamente sentido: ESPAÑA SOBRE TODO.
EL NACIONALISMO NO DEBE SER CONFESIONAL
29 - II - 32
Decir que es "confesional" un movimiento político, significa que éste se determina, de modo directo y específico, a enarbolar la religión como uno de sus lemas, a su defensa como uno de los fines característicos del partido.
En este sentido es como decimos que el nacionalismo, concretamente el nacionalismo español, no debe ser confesional. Esta afirmación, si no choca - de ningún modo - con la doctrina y las normas generales o concretas de la Iglesia, sí choca con el parecer de un sinnúmero de católicos de los que podemos llamar "militantes", o católicos entusiastas.
¿Con que el nacionalismo español debe o puede ser anticatólico? ¿Es que a la España nacional, la verdadera, la de la historia gloriosa, se la puede separar de la religión católica?
Ya los que así preguntan entienden colocar al pensamiento nacionalista en una estrecha disyuntiva: si contestamos de modo desfavorable a la intención de las preguntas, nos replicarán: "¡Pues eso no es nacionalismo español!" Y si respondemos - como sin duda es más exacto - de conformidad con el sentido de las preguntas, argüirá seguidamente el católico receloso: luego el nacionalismo español debe ser nacionalismo católico, es decir, confesional.
Y aquí está el error. Porque podemos reconocer que la grandeza de España va enlazada a su catolicidad, aceptar que el nacionalismo no puede ser anticatólico, y sostener, sin embargo, como es nuestra tesis: "EL NACIONALISMO ESPAÑOL NO DEBE SER CONFESIONAL, no debe ser nacionalismo católico".
¿RAZONES? Son innumerables: imposibles de situar completamente en un artículo y además de tan gruesa importancia y conveniencia, lo mismo desde el punto de vista religioso que desde el punto de vista nacional, que sólo se explica la discrepancia de muchos temperamentos de derecha por una de esas formaciones impulsivas y rutinarias tan acreditadas y extendidas en los modos políticos del catolicismo español militante.
1º El nacionalismo, por principio, y bajo pena de extinción, es un movimiento nacional totalitario, esto es, encaminado a dominar en la nación por completo.
2º El nacionalismo ha de ser, en esencia, desde el primer instante, popular: con mayores aptitudes de popularidad que ningún partido político.
3º El pueblo español, en su generalidad, comprendiendo todas las regiones de nuestro territorio, no posee catolicismo militante. Esto no quiere decir que la mayoría de España sea anticatólica.
4º El nacionalismo va a disputar amplia y rápidamente la hegemonía de la masa obrera a las organizaciones marxistas: y los obreros, en su mayor parte, no son confesionales, no son católicos militantes.
5º El nacionalismo es un movimiento de lucha; debe llegar incluso a las actuaciones guerreras, de violencia, en servicio de España contra los traidores de dentro de ella. No es posible, ni conviene, ejercitar esas violencias en lo política con la Religión como bandera.
6º Como movimiento esencial espiritualista, es decir, inspirado y basado en virtudes cívicas, el culto a la Patria, la veneración de la propia Historia, el respeto a la jerarquía, la abnegación en beneficio del pueblo, la defensa de la familia cristiana, el nacionalismo respeta eficazmente a la Religión Católica.
7º Decir que no es confesional no significa que el nacionalismo sea neutro. Es, precisamente, enemigo declarado de las fuerzas que se llaman neutras: liberalismo, masonería.
Como hay materia para más de un artículo, no pretendemos haber agotado las razones o proposiciones que fortalecen nuestra tesis; dejamos para números sucesivos el desarrollo de esas razones. Hay muchos jóvenes que sueñan con el fervor nacionalista, que anhelan ver hecho carne un gran movimiento de independencia con ese nombre, y que formados en el seno del catolicismo práctico y entusiasta, se hallan preocupados por la tenaz oposición al nacionalismo, tal como aquí le entendemos y debe entenderse, que es desprovisto de una especial protección de fe católica.
A muchos de ellos les aconsejamos lean o relean la conocida pastoral colectiva de los Obispos españoles, en la que pueden aprender tranquilidad y tolerancia.
Que recuerden concretamente las palabras de Jesús, en esa carta recordadas: "El que no está contra vosotros, a favor de vosotros está", y que no afirmen con mezquina intransigencia que esté retirado de Cristo el hombre o el partido que no esté con El, pero que tampoco esté contra los principios inmutables de justicia, de honestidad y fraternidad cristianas, regentados por la Iglesia.
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POR QUÉ NO ES CONFESIONAL EL NACIONALISMO
7 - III - 32
Debemos barrer el problema artificial
Es incalculable el daño que recibe una religión cuando sus derechos y prerrogativas, sus dogmas y sus ritos, se traen de continuo al palenque de las luchas políticas. Con fino sentido de su misión y su conveniencia, la Iglesia Romana dice: "No entro en la política mientras la política no entre en el altar".
La danza de la política alrededor de lo religioso, es en los tiempos actuales un compromiso y un apetito de los enemigos de la Iglesia. Masones, judíos y marxistas, que con tanta frecuencia son una misma cosa, encuentran un colosal aliciente en la lucha político-religiosa: viven haciendo lo contrario de lo que dicen y diciendo lo contrario de lo que hacen. Proclaman la separación de lo religioso de lo político, y no duermen espoleados por su preocupación antirreligiosa.
El llamado "anticlericalismo", que es la máscara demagógica de la política anticristiana, tiene bien probada su voracidad contra el catolicismo: continuamente sirve para que la política invada el altar y su fin cierto es raer la Religión de las generaciones venideras utilizando el monopolio y la coacción política. Todo ello, como se sabe, a título de liberalismo.
Ante esta táctica persecutoria, no cabe dudar que la Iglesia debe defenderse. Y es tan normal como justo que, valiéndose de la emoción religiosa de sus hijos, entable una defensa adecuada en el terreno de la política. De ahí los partidos católicos.
En España, como en Alemania, Bélgica o Austria, los partidos católicos tienen su origen en la persecución: son movimientos defensivos contra la aparición de una política llamada de ordinario neutral o liberal que tiende a regir a la Religión.
Y aquí entra el nacionalismo preguntando: ¿no puede haber un movimiento que sin ser "el defensor" de la Religión tienda a eliminar el motivo religioso de las luchas políticas?
El nacionalismo afirma que el llamado problema "religioso" en España, es una invención de políticos y sectas hipócritas que no van a resolver una cuestión existente, sino que la han creado para sus fines anticristianos. Es un pretexto para disimular un apetito persecutorio que al pueblo repugna, una fuente de recursos demagógicos para embaucar a los ignorantes, una pantalla para encubrir ineptitudes y un comodín par eludir fracasos. Los llamados "anticlericales" son los políticos de la hipocresía profesional: ocupan el primer lugar entre los traidores, que el nacionalismo debe barrer.
Posición religiosa del nacionalismo
España necesita, dice el pensamiento nacionalista, una convulsión de su pueblo verdadero, de la totalidad genuina del pueblo no embaucado por los traidores, que elimine a éstos y a los problemas artificiales o hipócritas que han suscitado para su lucro: uno de ellos es el problema religioso.
La verdadera juventud del pensamiento nacionalista, la virtud suprema y de verdad revolucionaria del mismo, radica en ver las cosas, las situaciones y los problemas con un prisma distinto, por lo elevado y amplio, de las parcialidades políticas vigentes: viene el nacionalismo, como hemos dicho en el artículo anterior, a hacer una política totalitaria; es decir, a dominar en la Nación por completo, no admitiendo como en las carcomidas democracias liberales - preludio insensato de la tiranía materialista - una "oposición" política que dispute el mando y perpetúe la discordia en la política.
Por eso debe empezar por eliminar francamente uno de los afanes parciales, divisorios, antipatrióticos, de la masonería hoy dominante: la persecución religiosa. Pero también por ser totalitario, por no representar a ninguna fracción religiosa aunque ésta sea mayoritaria como la católica en España, el nacionalismo, que es hoy la aspiración y será mañana la encarnación única del Estado Español, no tiene por qué ser un movimiento dedicado a defender a la Religión: no puede ser confesional en la lucha, sin perjuicio de lo que LA NACIÓN quiere que sea el triunfo.
Dentro de él caben - ¿quién osa negarlo? - los católicos tibios que no quieren militar en un partido confesional, los indiferentes y los descreídos, con esta condición: que no lleven anhelos persecutorios encubiertos, como es norma de los elementos llamados "neutros", y esta otra: que sintiendo a España en su grandeza espiritual y aspirando a fortalecerla, respeten la religión de nuestra progenie histórica y encarezcan francamente sus libertades y derechos.
En otros artículos abundaremos en las razones que son de añadir a las hoy expuestas, girando en torno a las siete afirmaciones que en el trabajo anterior puntualizábamos.
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SIGAMOS HABLANDO
14 - III - 32
"No toques más ese tema. Déjalo ya…" Dicen con el mayor cariño, según creo, los que auscultan la alarma, y participan de ella, que entre algunos temperamentos de derechas han producido dos artículos afirmando: "El nacionalismo no debe ser confesional".
Para los alarmados, este modesto divagador ha herido "la conciencia católica" de muchos lectores. Causaría risa a los enemigos que lo advirtieran ver que un católico como el que firma al pie de estos artículos "alarma" a los católicos: que haya quienes detrás de esta firma vislumbren un peligro herético…
¡Tiene gracia!
Para esas conciencias de cristal delicado, que mucho ganarían en peso y en prudencia remediando su fragilidad con la lectura desusada de las Encíclicas, de algún capítulo de teología moral y de diversas pastorales adaptadas a estos temas, entre ellas la última "Colectiva" de los Obispos españoles, escribimos principalmente estas líneas de hoy.
Lo primero, lectores, que se nos ocurre ante la alarma de ese grupo amigo, es preguntarle: ¿Pero de verdad habéis leído los artículos que os escandalizan? Más parece que os habéis parado en el título, o al menos que solamente éste, sin las razones que a su pie le desenvuelven, se os quedó en la mente.
Acostumbrados los católicos a tocar con desgraciada frecuencia los frutos amargos de la hipocresía "neutral" y "aconfesional", miramos con razonable, con harto justificada prevención, todo lo que se muestra como no confesional: sin duda ese estado de ánimo establecido ha hecho que algunos entusiastas de LIBERTAD hayan visto motivo de rebato, se hayan aprestado, como ahora se dice, "a echar los cierres" en cuando han leído en letras titulares que algo "no debe ser confesional".
Levantad las puertas, ved que no hay tempestad ni motivo de rebato, y salgamos pacíficamente a seguir hablando de estas cosas, comenzando, si os parece que el asunto lo requiere y la historia del periódico lo merece, por leer o releer, con atención y sin temor, los artículos que han precedido a éste.
Y aquí continuemos.
Hay un error o exceso muy extendido entre un calificado sector del campo de derechas: el de afirmar que todos los católicos de España, si han de actuar en política, están obligados a llevar en vanguardia, como bandera de guerra la consigna religiosa.
A nosotros no nos parece mal, si no excelente, que esto lo hagan cuantos católicos quieran y creemos que la provocación de tantos elementos conjurados por la masonería contra Cristo, de sobra justifica que todo el que sienta ardor militante religioso escriba el lema de RELIGIÓN en el primer lugar de sus programas políticos. Mientras la Iglesia se ve perseguida o en peligro de serlo, es justo que los fieles se agrupen en torno de ella para defenderla en la política: bien están los partidos políticos, decimos, pues, repitiendo.
Pero es el hecho que innumerables españoles, millones de ciudadanos que componen sin duda la mayoría efectiva de la Nación, el grueso de esa llamada "masa neutra", cuya conquista en política es el elemento decisivo del triunfo, muestra repugnancia o desdén, cien veces patentizados a entrar en uno de los partidos del catolicismo militante. Esto es evidente, dolorosamente comprobado en forma ya histórica, y no hay que esforzarse en demostrarlo. Un sector inmenso, sin duda mayoritario de los españoles de todas las regiones y clases sociales, no se muestra propicio a engrosar los partidos que tienen por fin específico "la defensa de la Religión".
¿Qué hemos de hacer con ellos?…
Convencerlos: muy bien. Pero mientras se convencen unos y otros, la política corre, los hechos se apresuran, y otros partidos, precisamente enemigos de la Iglesia, actúan y triunfan con los votos de esos españoles.
Rechazarles: ¿rechazar a la "masa neutra", al gran pueblo? ¿Quién triunfará en política sin ese imponente elemento?
Abandonarlos: es lo mismo que entregarlos en manos de los partidos anti-españoles y anti-cristianos, únicos que existen al lado o enfrente de los partidos confesionales.
Este es el gran problema: que no hay un movimiento lo bastante popular, y adaptado al sentimiento medio del gran pueblo capaz de conseguir a un mismo tiempo estos dos grandes bienes: dotar a España de un instrumento de transformación política, para reanudar la propia historia y crear un estado eficiente.
Rescatar a la opinión media de la servidumbre masónica de prensa y partidos, y al proletariado de la aberración marxista.
Este es el cometido del nacionalismo, y a conseguirlo deben subordinarse las nimiedades de título y emblema que no sean más que eso: nimiedades y escrúpulos.
Extraido de Azul Mahon
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