Hay  ideas que los grandes rabinos de la ortodoxia política, mediante  décadas de lavado de cerebro a través de su oligopolio de los medios  informativos, de la industria cinematográfica y de las grandes  editoriales, han conseguido imprimir en la mente de la mayoría de la  población. 
Desde  el liberal más egoísta y repelente hasta el perroflauta más hirsuto e  "indignado" están convencidos de que la democracia es "el menos malo de  los sistemas posibles". De que el orden mundial surgido en 1945 con la  derrota del Eje es cojonudo. Tan cojonudo que hay que imponerlo a sangre  y fuego a nivel mundial. Incluso a los que no lo quieren. Y es que los  pobrecillos no se dan cuenta de que es por su bien.
Nunca  he sido capaz de comprender por qué misteriosa razón una idea es mejor  por el simple hecho de que haya mucha gente que la considere así.  Siempre he creído que una gilipollez sigue siendo una gilipollez por muy  numerosos que sean los gilipollas que la defiendan. Teniendo en cuenta  que los gilipollas son siempre mayoría y que, contando con los medios de  propaganda adecuados, la opinión pública es fácil de manipular, al  final va a resultar que el maravilloso sistema tiene truco.
  Algunos malpensados sospechamos que esta tramoya infecta está pensada  para que unos cuantos listos se forren a nuestra costa y, además,  siempre les debamos dinero. De que todos los cuentos sobre la libertad  de mercado (única libertad que de verdad defienden los liberales) no son  sino embelecos para que, además de ser esclavos, estemos encantados de  serlo. El sueño de Rockefeller y de los diversos sanedrines  bilderbergers, illuminatis y demás monipodios sionistas y  globalizadores.
A  los que creemos que la banca tiene que ser un instrumento al servicio  de la producción nacional y no al revés como ahora, se nos perdona la  vida con la sonrisa de suficiencia del enteradillo frente al ignorante.  Cuando, además, decimos que lo mejor sería nacionalizarla, la sonrisa de  suficiencia se transforma en una mueca de temor y desconfianza ante un  posible trastorno psiquiátrico. Eso, aunque nuestro interlocutor sea uno  de esos pequeñoburgueses especialmente irritantes que se autodefinen  "de izquierdas".  
Teniendo  en cuenta lo anterior, ya me parece oir las acusaciones de demagogia  por parte de la habitual reata políticamente correcta cuando diga que me  ha parecido muy significativa la coincidencia de dos noticias, a saber:  la subida de sueldo del Consejo Supremo de Sanguijuelas o como diablos se llamen los gerifaltes del Santander, por un lado, y la enésima hambruna en África  por otro. A lo mejor son manías mías, pero estas cosas me siguen pareciendo inmorales. Raro que es uno.
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