martes, 12 de febrero de 2013

MISHIMA Y NOSOTROS

Mishima en la terraza del cuartel tomado, solo recibió burlas de los militares democráticos

Una de las historias más antiguas conocidas es la de Gilgamesh, el héroe sumerio. Es tan antigua que en la Biblia se habla de él y cuando se escribió el Génesis ya hacia siglos y siglos que la memoria de los sumerios se había borrado del recuerdo de los hombres. Gilgamesh era fuerte, un guerrero joven y poderoso, a nada temía. Pero un día en una de sus aventuras contempló la muerte de su mejor amigo y entonces una sombra terrible se cernió sobre su espíritu que no era el dolor ante la perdida irreparable del camarada, fue el terror a la muerte, a su propia muerte. Perdió la soberbia, desapareció de él la temeraria intrepidez y hasta el deseo sexual se marchitó. De campeón invencible pasó a ser un hombre desesperado y aterrado ante la idea de la muerte. Aconsejado por sus dioses inició la búsqueda de la inmortalidad, en ese afán recuperó el dominio de si mismo y “miró la profundidad de la vida”, aunque desde luego no logró la inmortalidad.
Sin embargo aunque esta historia es hermosa y encierra una sabiduría primigenia y Gilgamesh fuera un héroe para los sumerios y los babilonios y todas aquellas gentes de aquel mundo tan arcaico y lejano no veo nada heroico en Gilgamesh. Y también pienso que Mishima no estaría muy a favor de él y no le hubiera aceptado a pesar de su poderío físico en el Tate No Kai, “la Hermandad de los Escudos”.
El camino de Mishima estaba allí donde nunca llegó Gilgamesh. Mishima poseía esa rara facultad entre los hombres que es “ver la verdad”, que es más y distinto que aquello que decía el poema sumerio con las palabras “miró la profundidad de la vida”.
Mishima quiso fraguar en su propia vida el deber y el honor sin los cuales no existe heroísmo. El hombre que por las noches escribe “las palabras una a una, sopesándolas igual que haría un farmacéutico con sus drogas sobre una balanza sumamente sensible, para después unirlas” en novelas interminables, durante el día se somete a un arduo entrenamiento en el gimnasio siguiendo la disciplina de las artes marciales. Para un hombre así resultaba intolerable la sociedad de la mentira que los vencedores americanos habían impuesto en Japón. Este mundo de los hombres sin verdad es el que hoy perdura no sólo en Japón sino también en Europa.
Vivimos en un mundo artificial donde los hombres que siguen al rebaño se han acostumbrado a tratar con sombras y a sobrevivir con mentiras, por eso advertía Mishima que el Sol sería a partir de entonces considerado por la sociedad un enemigo: “Pero ya desde el fin de la guerra, empece a sospechar que venían tiempos en que tratar el Sol como enemigo, equivaldría a seguir al rebaño”.
Cuando Yukio Mishima irrumpe en un cuartel del ejercito japonés junto con un puñado de sus camaradas del Tate No Kai para recordar a los militares nipones que un hombre no puede aceptar la muerte de su patria a cambio de su vida y que cuando ese hombre viste un uniforme tal infamia es todavía más repugnante y le aleja definitivamente del camino del deber y del honor, no debía guardar muchas esperanzas de que aquellos militares se sumaran a un alzamiento contra el régimen. Tenia pues asumido que aquel acto tendría por final su propia inmolación, era lo que exigía la antigua tradición militar de Japón pero también lo que a él a si mismo se exigía, lo que dictaba el alma de aquel hombre que amaba la verdad.
Ante el llamamiento de Mishima aquello militares japoneses hicieron lo mismo que llevan haciendo los militares españoles desde hace años, muchos años, mientras los políticos tiran a España por la alcantarilla de la historia: nada. Ser militar hoy en España es ser una sombra que viste la sombra de un uniforme.
Mishima en aquel cuartel fue un héroe, como lo fue general Moscardó mientras escuchaba en el Alcázar a través del teléfono, la voz quebrada de su hijo Luis. Mishima fue un héroe como lo fue José Antonio encerrado y solo, absolutamente solo, entre los muros de la cárcel de Alicante. Respecto a nosotros en estos tiempos, si no somos héroes al menos no formemos parte del rebaño de los hombres sin verdad, sin honor y sin deber.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los hombres sin mística se desbarrancan inexorablemente.

En el artículo, Aldana nombra al general Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo, y con toda su historia que aprender. Al respecto, les comento que ya no está expuesta al público la habitación que habían conservado en el Alcázar, con la grabación de su heroicidad, según me he enterado este Diciembre pasado cuando estuve en Toledo. Es decir, la izquierda anula elementos e historias para crear mística.

Rosalía