En la Argentina de los años treinta militantes nacionalistas y obreros católicos salieron a las calles a combatir a las ideologías de izquierda. En Buenos Aires esto implicó la disputa por el espacio público con enfrentamientos violentos en distintos puntos de la ciudad. En este artículo nos concentramos en el análisis de las manifestaciones nacionalistas y católicas del 1º de mayo. La importancia de las mismas radica en que fueron una estrategia para acercar a los sectores populares a las filas nacionalistas y católicas. Pero estos grupos no se limitaron a movilizar a los sectores populares con consignas anticomunistas sino que la ocupación del espacio público fue acompañada de la voluntad de “inventar una tradición” capaz de otorgar un significado nuevo a los acontecimientos de la historia nacional y de la historia obrera.
En los años que transcurrieron entre 1930 y 1945 se produjeron en la ciudad de Buenos Aires numerosas manifestaciones organizadas por distintas fuerzas políticas y sociales. Un gran porcentaje de estas manifestaciones fueron multitudinarias, convocaron a miles de personas y fueron el escenario de diversas prácticas violentas que reflejaban las luchas mantenidas en el orden de lo ideológico. La ocupación del espacio público en sí mismo fue objeto de disputa entre los distintos grupos políticos en la medida en que reclamaban su derecho a usar tal o cual lugar físico de la ciudad. Así, podemos coincidir con Anahí Ballent cuando afirma que las manifestaciones y las protestas de masas en la calle implicaban la toma simbólica de la ciudad.
La disputa por la ocupación del espacio público y la violencia desplegada en las calles forzaron la intervención del estado en esta materia. Bajo la presidencia de Agustín P. Justo, por ejemplo, se promulgó un edicto policial con el objetivo de reglamentar su uso en el ámbito porteño. Según se ha señalado, la sanción del edicto en 1932 buscaba “rectificar las prácticas” a través de la autorización de reuniones en lugares cerrados y la seudo-prohibición de las movilizaciones callejeras. Esto significaba que toda manifestación debía ser previamente autorizada por el Jefe de la Policía de la Capital, quien dictaminaba los permisos, establecía los recorridos y los lugares para las concentraciones multitudinarias.
Sin lugar a dudas, las manifestaciones podían transformarse rápidamente en un espacio de conflicto a cielo abierto. En este artículo analizaremos algunas movilizaciones organizadas por el movimiento nacionalista y por los Círculos de Obreros Católicos durante la década del treinta, en particular aquellas que se realizaron el Día del Trabajador en la ciudad de Buenos Aires. A través de las crónicas periodísticas, de las órdenes del día de la policía de la Capital y de los relatos de los propios actores nos proponemos caracterizarlas, en un contexto de alta conflictividad social y política tanto a nivel local como a nivel internacional.
Estas manifestaciones católicas y nacionalistas para el primero de mayo dan cuenta del interés de ambos actores de acercar a los sectores populares a sus filas. En el caso de los católicos se inscriben en el objetivo más general de “recristianizar” a las masas, mientras que los nacionalistas pretendían conformar un movimiento que incorporara a todos los sectores de la sociedad, es decir que representara a la nación en su conjunto; de esta manera sería posible, según su propia evaluación, volver al poder con un proyecto integral y sostenerlo durante décadas, tal como lo proyectaban en sus programas económicos. Tanto unos como otros se oponían abiertamente a las ideas de la izquierda; definieron al comunismo como uno de sus enemigos más peligrosos especialmente a partir de segunda mitad de los años treinta. El feroz anticomunismo que expresaban en sus discursos estaba relacionado con el crecimiento de los sindicatos de esa orientación política, que habían incrementado sus adherentes, sobre todo entre las trabajadoras.
Pero no se limitaron a movilizar a los sectores populares con consignas anticomunistas sino que la ocupación del espacio público fue acompañada de la voluntad de “inventar una tradición”6 capaz de otorgar un significado nuevo a los acontecimientos de la historia nacional y de la historia obrera. Es más, creemos que tanto el nacionalismo como el catolicismo integrista no sólo “reaccionaron” contra el crecimiento del comunismo entre los trabajadores sino que también intentaron convertirse en movimientos de masas, reconocieron la legitimidad de las demandas de los sectores populares, utilizaron con este objetivo los medios masivos de difusión y movilizaron a sus adherentes en las calles.
El nacionalismo en las calles
Después del golpe de estado de 1930 encabezado por José Félix Uriburu surgieron diversas agrupaciones nacionalistas, algunas de las cuales tuvieron una actuación muy importante en toda la década. En la primera mitad de los años treinta se destacaron la Legión Cívica Argentina (LCA), Acción Nacionalista Argentina –Afirmación de una Nueva Argentina (ANA-ADUNA)- y el grupo Restauración, que vinieron a sumarse a otras que se habían formado previamente, como la Liga Patriótica Argentina (1919), la Liga Republicana (1929) y la Legión de Mayo (1930). Su surgimiento marcó la transformación del nacionalismo argentino que, tal como señaló Navarro Gerassi, devino “de un pequeño grupo de intelectuales convertidos en conspiradores en un movimiento militante de protesta.” En efecto, en los años veinte su actividad había estado vinculada principalmente a proyectos editoriales tales como La Nueva República y la revista Criterio, donde participaban católicos y nacionalistas. En la década siguiente el nacionalismo de derecha transformó su base social al fundar agrupaciones en las cuales participaron militantes provenientes de distintos sectores de la sociedad.
En la segunda mitad de los años treinta surgieron organizaciones obreras y entidades sindicales nacionalistas que tenían como objetivo reunir a trabajadores de los sectores medios y bajos propensos –según su perspectiva- a adherir a las ideologías de izquierda. Promovieron la movilización de los militantes con el objetivo de construir una identidad alternativa, antiliberal, patriótica y antiizquierdista.
Algunas de ellas alcanzaron un desarrollo considerable mientras que otras apenas funcionaron durante un corto tiempo. Las que tuvieron una actuación destacada fueron la Federación Obrera Nacionalista Argentina (creada en 1932), la Agrupación Obrera Adunista, la Unión Sindicalista Argentina y la más conocida Alianza de la Juventud Nacionalista (todas fundadas en 1937).
A pesar de las insuperables diferencias que mantuvieron estos grupos como parte de un movimiento heterogéneo que nunca logró su unificación, existieron importantes coincidencias entre ellos. Algunas de las más destacables son la oposición a las ideologías de izquierda y al liberalismo, la defensa del corporativismo y la promoción del sistema que denominaban “democracia funcional”. La inmensa mayoría de los militantes nacionalistas se identificaron como católicos, expresaron posturas antisemitas de manera frontal y agredieron de forma verbal y física a los miembros de la comunidad judía. Asimismo, tenían la convicción de que las mujeres debían permanecer en sus hogares para cumplir con su misión “natural”, que consistía básicamente en la reproducción biológica y en la transmisión de los principios nacionalistas a su familia. La mayoría de estos grupos, si no practicaron directamente la violencia en las calles –que era lo habitual- adhirieron sin embargo a una concepción política que incluía una consideración positiva tanto de la violencia como del autoritarismo.
Los nacionalistas ocuparon Buenos Aires en distintas fechas representativas. En los actos conmemorativos del movimiento -los aniversarios del golpe de estado del 6 de setiembre de 1930 y el de la muerte de José Félix Uriburu, acaecida el 29 de abril de 1932- aprovechaban para reforzar los lazos entre los “compañeros de ruta”. En estas ocasiones, tal como ya lo hemos señalado en otro lugar, no tuvieron la necesidad de disputar espacios urbanos con otros grupos políticos.12 Muy distinto fue el caso de las manifestaciones nacionalistas realizadas los 1º de mayo, que persiguieron el objetivo de disputarle a los grupos de izquierda la representación de los trabajadores. En aquellas que organizaba la Alianza de la Juventud Nacionalista y en las cuales participaban distintos grupos nacionalistas los manifestantes recorrieron lugares de la ciudad que usualmente eran transitados por sus oponentes políticos en esta misma fecha.
Asimismo, los nacionalistas también realizaron concentraciones con el objetivo específico de reclamar medidas anticomunistas. Una movilización especialmente importante fue la realizada el 20 de agosto de 1932. Ese día la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo (C-PACC), organización liderada por Carlos Silveyra, realizó un acto público en la Plaza Congreso para elevar al Poder Ejecutivo un petitorio para que exterminara todo tipo de expresión comunista en el país. La difusión y las actividades organizativas previas a dicha concentración requirieron la participación activa de los militantes nacionalistas, que recorrieron el radio céntrico de la ciudad solicitando a los comerciantes de la zona cerrar sus negocios y concurrir a la plaza junto a sus empleados y obreros. Al mismo tiempo, un aeroplano sobrevoló los pueblos cercanos dejando caer 200.000 volantes que invitaban a asistir a la concentración mientras por las calles de Buenos Aires transitaban automóviles con pancartas publicitarias.
Los oradores del acto reclamaron al presidente Agustín P. Justo la aplicación de medidas anticomunistas, porque de lo contrario se produciría “un estado de efervescencia que obligará a los patriotas a salir a las calles para lograrla por sus cabales.”
En las fotografías del acto, publicadas en distintos periódicos, se advierten policías uniformados participando del mitin.16 Mientras que el periódico nacionalista Crisol estimó que el público osciló entre 12 y 15 mil personas, el diario socialista La Vanguardia aseguró que la asistencia no superaba las 3 mil, todos “reaccionarios” provenientes de la ciudad de Buenos Aires y de sus alrededores, entre los cuales predominaban los militantes de los círculos obreros y los jovenzuelos nacionalistas “que asistieron con sus padres”.
Si bien las manifestaciones nacionalistas de los años treinta incluyeron en su totalidad consignas anticomunistas, los dirigentes aliancistas -como puede verse en el discurso de Mario Rosso- advirtieron que conflicto social no podría ser desactivado únicamente con medidas represivas:
"Combatir al comunismo sin justicia social y sin proteger al trabajo, es aumentar las esperanzas de los que usufructúan la situación de este nefasto régimen liberal, para sumir más en la miseria a la clase trabajadora argentina, facilitando así el camino a las maniobras obscuras de los miserables a sueldo de Moscú. La inicua explotación del obrero argentino, de todos los obreros argentinos tendrá en nosotros ahora y siempre el triste concepto de una traición a la patria".
Las movilizaciones nacionalistas más numerosas fueron las del Día del Trabajador, que intentaron desplazar a la izquierda en una fecha históricamente asociada al calendario obrero internacional.19 Las primeras concentraciones en espacios abiertos se realizaron en la plaza Alsina, localidad de Avellaneda, donde a partir de 1935 se reunieron las entidades obreras nacionalistas de Buenos Aires. Las crónicas de los periódicos de esa tendencia exageraban la repercusión de los actos diciendo que “millares de obreros auténticos” desbordaban la plaza para conmemorar el Día del Trabajador.
En la ciudad de Buenos Aires la primera manifestación nacionalista para el 1º de mayo se realizó en 1938. Con anterioridad a esta fecha se vieron otros tipos de actos nacionalistas que tuvieron el objetivo de proclamar un nuevo significado para dicha conmemoración. En efecto, en algunas oportunidades se organizaron reuniones en locales y desfiles con automóviles por las calles de la ciudad. En estas ocasiones la idea de movilizar a las masas estuvo muy lejos de los objetivos planteados por las entidades organizadoras; sin embargo, fueron los primeros intentos de “acercamiento” a los sectores trabajadores en una fecha por demás significativa en el calendario obrero. Según sus organizadores dichos actos tuvieron como objetivo atraer “al pueblo en general y [a] muchos núcleos de obreros a quienes ya no seducen más el programa político del socialismo internacional y la prédica interesada de sus falsos apóstoles”.
Finalmente, a partir del 1º de mayo de 1938 los nacionalistas transitaron por las calles céntricas de Buenos Aires y ocuparon la plaza San Martín. La manifestación organizada por la Alianza de la Juventud Nacionalista fue muy concurrida. Según las estimaciones de sus organizadores, la multitud sobrepasó las 30.000 personas; sin embargo, las fotografías disponibles de la concentración muestran un centro abigarrado rodeado de calles relativamente vacías, por lo que parecen excesivos dichos cálculos. No obstante, las cifras disponibles de las manifestaciones realizadas entre 1938 y 1943 –las que provienen de fuentes nacionalistas y las procedentes de otras fuentes utilizadas por los historiadores- rondan en las decenas de miles de personas. Asimismo hemos constatado que los servicios policiales organizados para contener las marchas nacionalistas del Día del Trabajador fueron similares a los utilizados para las marchas socialistas. De manera que basándonos en estos datos podemos presuponer que ambas manifestaciones podrían haber tenido una concurrencia semejante. Más allá del aspecto cuantitativo, muy difícil de precisar con las fuentes disponibles, nos interesa enfatizar la rápida evolución experimentada por un movimiento que tuvo su origen en reducidos sectores de la intelectualidad porteña y del ejército. En efecto, en los años treinta el movimiento nacionalista se había expandido notablemente, incorporando a distintos sectores de la sociedad y abriendo filiales en varias ciudades del país.
Como señalamos anteriormente, en Buenos Aires los aliancistas escogieron la Plaza San Martín para realizar sus concentraciones al pie del monumento del Libertador, elección carente de originalidad ya que distintos grupos políticos -incluidos los militantes comunistas- habían ocupado esta plaza con anterioridad para manifestarse en el Día del Trabajador. Desde las páginas del diario nacionalista Crisol se argumentaba que el monumento al General José de San Martín y la plaza que llevaba su nombre “debe estar reservada para actos jubilosos y de argentinos porque San Martín luchó, peleó y nos hizo esta patria grande para que seamos dignos de su figura extraordinaria.” Además de elegir para la concentración final la plaza que había sido sede de las manifestaciones comunistas, los nacionalistas transitaron las mismas calles y avenidas que sus oponentes políticos. El objetivo de transformar el movimiento nacionalista en un verdadero fenómeno de masas requería eliminar la influencia de la izquierda sobre los trabajadores, por lo tanto no debe extrañar la apropiación de los recorridos y los espacios públicos que tradicionalmente habían sido usados por las ideologías revolucionarias de izquierda.
La trayectoria de las columnas nacionalistas comprendió principalmente dos ámbitos contrastantes de la sociabilidad porteña: el barrio de Once y el barrio Norte. El primero, cuya arteria principal era la Avenida Corrientes, albergaba sobre todo a inmigrantes -muchos de ellos de origen judío- que se dedicaban al comercio y otras actividades económicas. El perfil de este sector de la ciudad, caracterizado por el diario Crisol como un “barrio infecto”, difería de la fachada y del ritmo aristocrático de barrio Norte a pesar de encontrarse muy cerca uno del otro. Según los nacionalistas era tan importante captar a los obreros como expresar el odio a la burguesía, por ello, según explicaban, sus columnas transitaban por “la arteria en su mayoría burguesa de Santa Fe”. No obstante, lejos de generar en esta avenida un espacio de confrontación con los vecinos “burgueses”, intentaron incorporarlos al despliegue escenográfico de sus manifestaciones. En diferentes ocasiones, por ejemplo, solicitaron a los vecinos la colocación de banderas argentinas en sus balcones para acompañar su marcha del Día del Trabajador. La respuesta de aquellos que residían sobre la Avenida Santa Fe fue la mayoría de las veces positiva. El diario antifascista Crítica aseguraba que el éxito de la convocatoria nacionalista debía interpretarse más como un acto de patriotismo ciudadano que como una muestra de adhesión ideológica de los vecinos al nacionalismo antidemocrático. Otros periódicos comerciales como La Prensa destacaron su participación resaltando la “adhesión” que los vecinos manifestaron a los nacionalistas: “En el trayecto hacia la plaza San Martín el público estacionado en las aceras y balcones de los edificios saludó con aplausos el paso de la cabeza de la manifestación, cuyos componentes entonaban canciones patrias y exteriorizaban en alta voz frases en consonancia con su orientación ideológica.”
Para difundir y convocar a los vecinos a las manifestaciones, los nacionalistas recurrieron al reparto de folletos y volantes, la realización de charlas, conferencias y festivales barriales. Entre estos recursos, la prensa fue muy importante porque a través de ella podían dar a conocer las tareas de organización y logística previas a su realización.
Los militantes nacionalistas -vestidos con camisas pardas, brazaletes y correas- actuaron como soldados acatando las instrucciones difundidas en los diarios. Los comisarios de las columnas fueron los garantes del orden interno con el mandato de asegurar el cumplimiento de las disposiciones emanadas desde los altavoces. Los centenares de abanderados que encabezaban las manifestaciones del 1º de mayo nacionalista eran particularmente atractivos para los observadores aunque no constituían un rasgo novedoso en las calles porteñas. También contaron con otros recursos, como en 1941, cuando dispusieron de tranvías y ómnibus en distintos puntos de la ciudad para transportar manifestantes a la marcha denominada ese año Liberación Nacional.
Los nacionalistas utilizaron todo tipo de recursos para lograr que sus manifestaciones fueran exitosas: camiones con altoparlantes para guiar la marcha de las columnas de militantes; bandas de música para acompañar la entonación del himno nacional o del aliancista; carteles y pancartas que propagaban consignas nacionalistas, anticomunistas y antisemitas.
En las manifestaciones nacionalistas predominaron los varones jóvenes, muchos de ellos con vestimentas al estilo fascista. Sin embargo Juan Queraltó, jefe de la Alianza de la Juventud Nacionalista, relacionó el color del uniforme con “la blusa de nuestros trabajadores” y “las bombachas de nuestros hombres de campo”, explicando que era esa la razón por la que “la hemos adoptado como prenda de nuestro movimiento, porque ella significa trabajo, sudor y lucha.” Estos jóvenes proporcionaron los mártires para el panteón nacionalista. Jacinto Lacebrón Guzmán fue consagrado el primer joven caído, según la narrativa nacionalista, “víctima del plomo soviético” en Plaza Italia en 1933. En todos los actos se tributaba a la memoria de los caídos un toque de clarín y un minuto de silencio.
El carácter sagrado del ritual se advierte en la siguiente descripción de los pilares que portaban los nombres de estos mártires durante la celebración de los 1° de mayo: “En los pilares, sobre dos pequeños relieves, que daban la sensación de altares votivos, se leían los nombres de Jacinto Lacebrón Guzmán, Benito de Santiago, y Francisco García de Montaño.”
El primero de mayo católico
Algunos trabajos historiográficos han abordado el análisis de las manifestaciones católicas en el siglo XX, sobre todo las producidas durante los Congresos Eucarísticos que adquirieron grandes dimensiones. Por nuestra parte, vamos a profundizar el análisis de aquellas organizadas por los Círculos de Obreros Católicos en el Día del Trabajador que, al igual que las del nacionalismo, propusieron un significado opuesto al 1º de mayo internacionalista de las izquierdas y se realizaron en distintos lugares del país.
En Buenos Aires, los Círculos de Obreros Católicos creados en 1892 por Federico Grote realizaron peregrinaciones por la ciudad con columnas exclusivamente masculinas. Se ha sugerido recientemente que tal exclusión de género puede explicarse debido a que se dirigían normalmente a lugares alejados del centro de la ciudad que se consideraban arrabales “peligrosos” para las mujeres “decentes”. En los albores del siglo se proponían un doble objetivo: por un lado, demostrar la fuerza de la fe católica de los feligreses y por el otro expresar pedidos de tratamiento y sanción de leyes sociales. Hacia 1910 los católicos transitaron habitualmente dos circuitos urbanos: el camino hacia la Basílica de Luján y el trayecto hacia la Plaza de Mayo, que incluía la avenida de Mayo, la Plaza San Martín, la del Congreso y la Miserere.
Según las memorias de la institución, se realizaron varias importantes manifestaciones públicas con el objetivo de solicitar la sanción de leyes sociales. El 12 de octubre de 1913 se solicitó al Congreso Nacional la sanción de leyes de protección al salario, accidentes de trabajo, represión del alcoholismo, jubilación de obreros ferroviarios, casas baratas, reglamentación de trabajo a domicilio, protección del ahorro, protección del inmigrante y del agricultor, higiene en las fábricas. En la manifestación del 21 de mayo de 1916 se volvió a insistir sobre algunos de estos pedidos y se agregaron otros proyectos como las leyes de Bien de Familia, agencia de colocaciones, estabilidad de empleados públicos, entre otros menos relevantes. “La agitación del Centenario inspiró no sólo la idea de hacer de la ciudad un escenario para un Congreso Eucarístico Internacional, sino que además fue testigo de unas multitudes católicas en las calles que comenzaron a llamar la atención por su singular modo de manifestarse.” En efecto, las manifestaciones católicas representaban una demostración de fuerza acorde con la política de masas que se consolidó en la entreguerra.
Hacia 1921 el presidente de los Círculos de Obreros, Carlos Conci, tuvo la idea de “festejar” el 1º de mayo como el día del “trabajo cristiano”. Según recordaba su sucesor, Norberto Repetto, la propuesta “pareció temeraria” y no faltaron “los escépticos, los timoratos y los agoreros que predijeron el fracaso de la iniciativa.” Finalmente en 1929 se decidió dar otras dimensiones a los actos conmemorativos para el Día del Trabajador, que habitualmente se hacían en recintos cerrados. Ese año se preparó una manifestación y un desfile por la vía pública precedidos de conferencias y concentraciones en distintos puntos de la ciudad. Norberto Repetto lo rememoraba de la siguiente manera: “Era la primera vez en la Argentina y seguramente en América, que en el día 1º de mayo masas obreras desfilaban por las calles, precedidas por la bandera nacional y que, una vez concentradas, dejaron oír con voces marciales y viriles las notas majestuosas de la canción patria.”
Los Círculos convocaron en esa ocasión a todos los trabajadores católicos de la Capital, adheridos o simpatizantes de la entidad, a concentrarse en los distintos puntos de la ciudad designados previamente para confluir luego en la Plaza Once, desde donde partieron las columnas hacia la Plaza del Congreso. El objetivo de la manifestación era proclamar las convicciones y los “anhelos de Justicia Social” de los obreros católicos y elevar un pedido al Poder Ejecutivo, en el que se solicitaba el cumplimiento de las leyes de descanso dominical, supresión del trabajo nocturno en panaderías y la sanción de una ley para encuadrar la actividad sindical.
El trayecto realizado por la Avenida Rivadavia con las banderas y los carteles preparados para la ocasión buscaba destacar las diferencias con la “manifestación roja” realizada previamente por el mismo circuito urbano. En efecto, el recorrido no era producto de una coincidencia o descuido. Carlos Conci argumentó que el festejo del Día del Trabajo católico se hacía porque ya no era una jornada de sangre sino de paz y porque los gremios católicos festejaron esta fecha “durante siglos”.
El periódico católico El Pueblo llamaba a sus lectores a sumarse a las columnas que se concentraban en distintas intersecciones céntricas y que luego pasaban por delante de la sede del periódico. El lenguaje utilizado por el diario fue directo y poco amistoso: “¡No le aceptaremos excusas. Si Ud. no concurre hoy a la manifestación de los Círculos de Obreros, merecerá un solo calificativo:¡DESERTOR!”
En los Boletines de la entidad católica se retribuyó la colaboración del periódico advirtiendo que “no es tolerable” que los miembros de los Círculos no sean suscriptores de El Pueblo ya que su “lectura es indispensable para estar claramente orientado en los problemas que diariamente se suscitan y que desde las columnas del diario católico son tratados en forma que da las normas verdaderas y seguras dentro de nuestras doctrinas y convicciones.”
Las manifestaciones del Día del Trabajador organizadas por los Círculos en Buenos Aires fueron discontinuas. En 1930 iniciaron la concentración en la Plaza 1º de Mayo, desfilaron hasta la Plaza Montserrat, donde se erigieron las tribunas para los oradores, y finalizaron en la sede del diario El Pueblo. Una vez llegados a este último punto “La concurrencia entonó luego el Himno Nacional, y entre vítores a la religión, a la patria y a la prensa católica, se disolvió con el mayor orden.” En 1932 se realizaron conferencias y concentraciones parciales en distintos puntos de la ciudad, mientras que el desfile principal fue esta vez por la Avenida Rivadavia hasta ocupar la Plaza Congreso. La ocupación de las arterias céntricas mencionadas y la utilización de recursos como banderas argentinas, bandas de música, altoparlantes, la entonación del himno nacional, demuestran el ánimo de la disputa que se desarrollaba en las calles de Buenos Aires.
Los católicos compartieron con las nacionalistas las consignas anticomunistas y patrióticas, la jerarquía de las encíclicas papales para ordenar la sociedad y mitigar el conflicto social, la valoración del sistema corporativo de organización social –basado en el modelo medieval o el fascista, según los casos- y la defensa de un orden jerárquico. Sin embargo, estas coincidencias ideológicas no implicaban necesariamente la adhesión de “todos” los obreros pertenecientes a la Federación de los Círculos de Obreros Católicos a un sistema político totalitario. En cierta ocasión incluso buscaron diferenciarse: “No somos ni reaccionarios ni derechistas. Somos cristianos y católicos. […] Estamos con Jesucristo, maestro y Dios. Con sus mismas palabras condenamos las demasías y la avaricia de los potentados, su sed desordenada de riqueza, su orgullo, su ceguera y su injusticia.”
En suma, la iniciativa católica de disputar la preeminencia de la cultura de izquierda en las jornadas del Día del Trabajador tuvo corta vida. En este sentido es notable el repliegue de los Círculos de Obreros hacia ámbitos privados, el abandono del espacio público y la realización de misas y almuerzos cerrados a la comunidad católica. Vale destacar que esta evolución no fue idéntica en todo el país; el caso de Rosario demuestra que los Círculos estaban allí más dispuestos a movilizar a sus adherentes que en otros lugares. En 1941 las calles céntricas y las plazas más estratégicamente dispuestas de la ciudad litoraleña se vieron ocupadas por los obreros católicos, que incluyeron en la manifestación carrozas artísticas, cuadros alegóricos y leyendas alusivas a la “festividad”.
Conclusiones
Como hemos observado, las movilizaciones nacionalistas y católicas fueron un recurso fundamental para incorporar a las masas a sus respectivos movimientos y a la vez para oponerse a la influencia de la izquierda entre los trabajadores. El objetivo de dichas manifestaciones anticomunistas del Día del Trabajador fue llegar a los sectores populares legitimando sus demandas de “justicia social” y presentándose como una opción frente a las izquierdas y a la democracia liberal. Asimismo, nacionalistas y católicos procuraron mediante estas demostraciones públicas construir una identidad obrera opuesta a la identidad internacionalista que provenía del marxismo. Ellos creían que las fuerzas productivas podrían resolver sus desavenencias en forma pacífica dentro de las corporaciones y lograr una efectiva armonía social, al tiempo que perdería vigencia la lucha de clases. Las marchas nacionalistas y católicas por la ciudad recibieron muestras de adhesión de los vecinos, algunos de los cuales adherían a la idea de que la nación efectivamente debía “defenderse” ante la expansión del comunismo entre los trabajadores.
Fuente : Nacionalismo Argentino
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