jueves, 4 de octubre de 2018

LA REIVINDICACIÓN DE LA MUJER


Por Leila Estabre
“Hay épocas en las que solo se puede avanzar
yendo en la dirección opuesta.”
¿Por qué la maternidad se ha convertido en un drama? Basta de respuestas simplistas e imbéciles. ¿Por qué? ¿Por qué lo más íntimamente femenino de la mujer es hoy una maldición para ella? ¿Alguien se lo pregunta? ¿A alguien realmente le importa?
La maternidad es propia de la esencia de la mujer. Aquello que taxativamente la diferencia del varón. Es allí donde la mujer adquiere potencialidad creadora, sin significar esto que sea su único destino;  lo que sí es su destino es la posibilidad de albergar y dar a luz la vida misma. La historia de la humanidad se escribe en el vientre femenino. Tal es el estado de magnificencia que significa. Teniendo esta maravillosa tarea, la mujer se hace abanderada de la vida. Es en su seno donde se configura pasado, presente y futuro de la historia humana. Pasando por su sangre, encontramos el camino. Pasando por sus venas, ella se brinda a sí misma para continuar encarnando la humanidad. Generación tras generación, carne de su carne. Sin embargo, presenciando la ruina de Occidente, viviendo la decadencia de nuestra era, hoy la maternidad significa maldición. Maldición o fracaso, error o descuido, el último orejón del tarro. La sociedad liberalizada, progresista y materialista, nueva religión laica, ha convencido a la mujer de que traer hijos al mundo es más que pecado. Y que si ella acepta ese pecado, deberá sufrir las consecuencias: renunciar al mundo de lo público, restringirse únicamente al mundo privado, el del hogar. También este mismo sistema le ha hecho creer lo siguiente a la mujer contemporánea: el hogar es una especie de infierno. Es decir, que no solo se le ha mentido, no solo se le ha negado su propia naturaleza, sino que se la ha obligado a elegir entre servir al sistema capitalista o servir a su familia; y a esto le han llamado liberación femenina.
No quedan dudas de que el sistema se ha ido desarrollando de tal forma, que con sus tentáculos ha ido infectando lentamente todos los aspectos de la sociedad. Este sistema nacido de una cuna de oro, de un orden burgués, preocupado más por la materia que por el espíritu, ha subvertido con su propia lógica todo lo que explicaba la tradición y la cultura. Un movimiento político y cultural destinado a romper las cadenas que unían el presente con el pasado, mirando el mundo con ojos ciegos. Adorando el becerro de oro, despreciando lo alto del cielo. Desde el materialismo no puede explicarse ni la vida, ni el amor, ni la entrega, ni absolutamente nada. Por eso, las explicaciones cientificistas de la academia regida por un orden positivista propio del siglo XIX no alcanzan para analizar la situación actual. Nos negamos a regirnos por un orden que no nos representa, que falla metodológicamente, que niega la realidad, y desprecia lo espiritual. Quien no comprenda el factor del espíritu en la historia, no ha comprendido la historia.
¿Por qué como mujeres debemos elegir entre asesinar a nuestros hijos o sufrir la desidia de un sistema económicamente injusto? ¿Por qué nos hacen odiar nuestra propia naturaleza y por qué accedemos a eso? Porque el tiempo se nos escapa entre las manos, y no tenemos más que una prueba. Y en lugar de dejarle algo noble al mundo, lo envilecemos. En lugar de ver la vida más allá de nuestro propio tiempo, nos consumimos bajo las ofertas de un mundo superficial y hedonista.
Nosotros como seres destinados a la trascendencia debemos ser conscientes de esto. Y especialmente las mujeres, cuya naturaleza hoy se encuentra bajo ataque, en una guerra que nos pretende desnaturalizar, desfigurar, y en definitiva, extinguir. Como una gran mujer ha dicho: “la verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo no se aparte de la naturaleza misma de la mujer. Y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa entrega está su gloria, su salvación, su eternidad.” Eva Perón en “La razón de mi vida”.

Pareciera ser que bajo la mirada de nuestros antecesores, especialmente de nuestras antecesoras, el siglo nos ha dado un lugar especial en el combate. Como si la luz que había alumbrado al acontecer a lo largo del tiempo, hoy se detuviera a contemplar el paso femenino, para ver la firmeza y la fiereza de su temple. A poner a prueba su propio espíritu. Las mujeres de este siglo, estamos siendo el campo de batalla entre el bien y el mal: no poder ver esto, significa estar en completa ceguera. La llama del mundo está dispuesta a consumirse en este preciso instante, frente a nuestro propio rostro.
Hoy más que nunca queda todo por defender. Se juegan el pasado, el presente y el futuro. Nosotras como guardianas del misterio de la vida tenemos el deber de hacerle frente a la decadencia. ¿Cómo? No es un derecho el luchar por nuestra Patria y por nuestro linaje, es nuestro deber. La lucha nos pide no claudicar. Occidente hundiéndose bajo el fango de lo que alguna vez fue, por la abdicación de la mujer. La negación de sí misma frente al ataque del enemigo. Asumir el rol femenino como diferente al masculino, no significa la depreciación de la mujer, al contrario, significa el reconocimiento debido tanto a su naturaleza como a su actuar. Puesto que aceptar las diferencias lleva a la complementariedad. La mujer no es un hombre disminuido, ni un hombre castrado, ¡ni tampoco quiere serlo! Sólo la complementación de ambos construye. Mientras que la destrucción de uno, significa la destrucción del otro indefectiblemente.
Son los valores morales los que han quebrado en esta actualidad desastrosa: y no serán los hombres quienes los restituyan a su antiguo prestigio… y no serán tampoco las mujeres masculinizadas. No. ¡Serán otra vez las madres!.”
Eva Perón

Necesitamos ver en la sociedad el actuar estrictamente femenino, no la masculinización de la mujer. ¡Necesitamos mujeres dispuestas a luchar por la justicia! Fuertes, seguras de sí mismas, integras, plenamente decididas a realizar junto al varón la gran labor social. ¡Sólo estando unidos lograremos librarnos de las cadenas de la esclavitud!
Mujeres, no seremos nunca libres negando nuestra propia naturaleza. ¡Serás lo que debas ser o no serás nada!
No seremos nunca libres despreciando a la maternidad. Antes bien, el siglo dará mayor luz cuando por fin podamos decir que hemos vencido las tinieblas que el capitalismo había impuesto a nuestros vientres, seremos libres cuando podamos decir que hemos podido reivindicar la maternidad. Cuando estar embarazadas no represente un castigo, sino otra maravillosa página en nuestra historia personal; cuando estar embarazadas no signifique renunciar a nada. En definitiva, ¡cuando ser mujer no signifique un drama! Porque en todo lo demás podemos ser igual al varón, podemos trabajar codo a codo, combatir juntos la batalla.
¿Estamos listas para enfrentar este retorno a lo sublime? O es que acaso es más sencillo marchar tras consignas inventadas dentro de los muros de frías oficinas foráneas, manejadas por hombres que en verdad nada le importan las mujeres, sino el dinero.
No se trata de consumo, de aparentar, de mirar con ojos ciegos. Se tratar de reivindicar el ser. Llevar con orgullo nuestra propia bandera. Nuestra guerra es metafísica, empieza en este plano para extenderse más allá, sobre los montes del porvenir. Como expresó Goethe: “El eterno femenino nos guía hacia lo alto”.
No seamos dados en los tableros de los estrategas. Seamos la luz que le falta al mundo. Unamos nuestras almas y construyamos la sociedad que merecemos: no desde el odio sino desde el amor.
«Son los cobardes los únicos que en la refriega retroceden. El valiente, por el contrario, lucha a pie firme, ya hiera o ya sea herido.»
Canto IX, La Iliada. Homero



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