Por Sonja Karkar (*) - Revista
Sin Permiso
(Foto: niños palestinos muertos durante un ataque de Israel sobre Gaza)
¿Qué clase de gobierno en el siglo XXI puede negar a los demás pueblos los derechos humanos básicos, es decir, el derecho a la alimentación, al agua, a la vivienda, a la seguridad y a la dignidad?
¿Qué clase de gobierno impone sanciones draconianas a otros pueblos por elegir democráticamente un gobierno que no es de su agrado?
¿Qué clase de gobierno valla un territorio densamente poblado, de 1,5 millones de habitantes, de forma que nadie puede entrar ni salir sin permiso, los pescadores no pueden pescar en sus propias aguas y la ayuda alimentaria mundial no puede entregarse a su población que se está muriendo de hambre?
¿Qué clase de gobierno cierra el suministro de combustible, agua y electricidad y luego lanza bombas y fuego de artillería sobre la población?
La respuesta es: ningún gobierno íntegro.
Sin embargo en Israel, un gobierno tras otro continúa pidiendo reconocimiento y aprecio, como una democracia del primer mundo superior a todas las demás, a pesar de su incumplimiento del derecho internacional, de sus abusos en materia de derechos humanos y de la criminalidad y corrupción de los líderes israelíes. Todavía peor, el mundo ha aprobado y dado la bienvenida en su seno, como huésped favorito, a todas las administraciones israelitas.
Lo que debería llevarnos a revisar nuestras nobles declaraciones de independencia y derechos humanos, ética, moralidad, creencias religiosas y el imperio de la ley. ¿Sirven solamente de escaparate o realmente significan algo? ¿Se dirigen solamente a algunos o a todos?
El Presidente de Israel, Shimon Peres, es uno más de los numerosos líderes que ha impulsado las agresivas políticas y programas de Israel, a pesar de lo cual ha recibido un título honorífico de la Reina de Inglaterra y probablemente será honrado con una serie de conferencias que llevarán su nombre en el Balliol College de la Universidad de Oxford. Un honor ciertamente dudoso para un hombre que colaboró en la expulsión forzosa de 750.000 palestinos de su propia tierra en la guerra de 1948.
Actualmente estamos viendo en Gaza el tipo de ghetto que el mundo pensó que nunca más volvería a ver y la comparación fue evocada a principios de este año por el segundo del Ministro de Defensa, Matan Vilnai, cuando amenazó con un “holocausto (shoah) más grande” contra los palestinos en Gaza. Luego explicó que había utilizado la palabra para significar “desastre”, cuando de hecho tiene connotaciones emocionales bien conocidas de todos. Sea como fuere, la amenaza es suficientemente ominosa.
La muerte lenta que se cierne sobre los palestinos de Gaza hace sus primeras víctimas en los más de 400 pacientes enfermos críticos a los que no se permite salir de Gaza para atención médica urgente en hospitales árabes o israelíes. Miles de otros pacientes no son admitidos en los hospitales, que sufren de una severa escasez de 300 tipos de medicinas.
Hace tanto tiempo que se ha privado a los hospitales de medicinas y equipamiento que el pequeño flujo de suministros finalmente permitido ya no puede hacer frente a las necesidades mínimas diarias de la población civil Palestina. Igualmente, los combustibles que entran son escasamente suficientes para hacer funcionar durante un día la planta productora de energía de Gaza.
Esta ayuda gota a gota fue sugerida por el consejero del primer ministro israelí, Dov Weisglas, que en febrero 2006 dijo: “se trata de poner a los palestinos a régimen, pero no de hacerlos morir de hambre”.
Esta malévola política ha llevado a un incremento progresivo de la malnutrición a medida que la población se ha visto privada de sus alimentos básicos. No solamente los molinos han debido cerrar debido a la falta de combustible y de energía sino que ahora se han acabado todos los suministros de trigo. De los 72 hornos de la Franja de Gaza, 29 han parado completamente su producción de pan y se espera que otros hagan lo mismo. Lo que significa que pronto, incluso el más básico de los alimentos, el pan, faltará a una población hambrienta.
Un informe de la Cruz Roja describe la situación como “devastadora”. El setenta por ciento de la población sufre inseguridad alimentaria, mientras que la suspensión, desde el 4 de noviembre, de la distribución de ayuda alimentaria a unos 750.000 refugiados de los penosos campos de Gaza ha destrozado todavía más a los palestinos que no pueden recurrir a otras alternativas.
Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch han calificado de “cruel” el bloqueo de Israel. El expresidente Jimmy Carter no tiene reparos en describir la situación como “una atrocidad horrorosa”, comparable a un crimen de guerra.
En Gran Bretaña, la Directora de Oxfam, Barbara Stocking ha criticado fuertemente al Ministro de Asuntos Exteriores, David Miliband, por no mencionar la “desesperación humana” en Gaza en ocasión de su reciente viaje a Israel y Palestina.
Sin embargo las tácticas de Israel resultan inexplicables.
El cierre de Gaza por Israel ha sido tan draconiano que los mayores medios de comunicación del mundo, incluido el New York Times, se sienten ultrajados por no permitirse la entrada de sus periodistas en la Franja de Gaza y han protestado por escrito al Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert.
Los líderes cristianos también han sido excluidos de Gaza. La semana pasada Israel impidió al Nuncio Papal en Israel, el Arzobispo Franco, celebrar misa para marcar el principio del Adviento durante las semanas anteriores a la Navidad.
En el West Bank, el Primer Ministro Ehud Barak ha aprobado la construcción de otros centenares de asentamientos ilegales, con un desprecio flagrante de los acuerdos del proceso de paz y para mayor frustración de la actual administración de EEUU deseosa de lograr una solución antes del fin de su mandato.
Lo que es verdaderamente sorprendente es el silencio del mundo frente a todo ello. La vergonzosa carrera para conceder a Israel honores y reconocimientos para salvarla de la ignominia histórica de haber orquestado la destrucción de la sociedad palestina es inaceptable.
¿Qué clase de gobierno impone sanciones draconianas a otros pueblos por elegir democráticamente un gobierno que no es de su agrado?
¿Qué clase de gobierno valla un territorio densamente poblado, de 1,5 millones de habitantes, de forma que nadie puede entrar ni salir sin permiso, los pescadores no pueden pescar en sus propias aguas y la ayuda alimentaria mundial no puede entregarse a su población que se está muriendo de hambre?
¿Qué clase de gobierno cierra el suministro de combustible, agua y electricidad y luego lanza bombas y fuego de artillería sobre la población?
La respuesta es: ningún gobierno íntegro.
Sin embargo en Israel, un gobierno tras otro continúa pidiendo reconocimiento y aprecio, como una democracia del primer mundo superior a todas las demás, a pesar de su incumplimiento del derecho internacional, de sus abusos en materia de derechos humanos y de la criminalidad y corrupción de los líderes israelíes. Todavía peor, el mundo ha aprobado y dado la bienvenida en su seno, como huésped favorito, a todas las administraciones israelitas.
Lo que debería llevarnos a revisar nuestras nobles declaraciones de independencia y derechos humanos, ética, moralidad, creencias religiosas y el imperio de la ley. ¿Sirven solamente de escaparate o realmente significan algo? ¿Se dirigen solamente a algunos o a todos?
El Presidente de Israel, Shimon Peres, es uno más de los numerosos líderes que ha impulsado las agresivas políticas y programas de Israel, a pesar de lo cual ha recibido un título honorífico de la Reina de Inglaterra y probablemente será honrado con una serie de conferencias que llevarán su nombre en el Balliol College de la Universidad de Oxford. Un honor ciertamente dudoso para un hombre que colaboró en la expulsión forzosa de 750.000 palestinos de su propia tierra en la guerra de 1948.
Actualmente estamos viendo en Gaza el tipo de ghetto que el mundo pensó que nunca más volvería a ver y la comparación fue evocada a principios de este año por el segundo del Ministro de Defensa, Matan Vilnai, cuando amenazó con un “holocausto (shoah) más grande” contra los palestinos en Gaza. Luego explicó que había utilizado la palabra para significar “desastre”, cuando de hecho tiene connotaciones emocionales bien conocidas de todos. Sea como fuere, la amenaza es suficientemente ominosa.
La muerte lenta que se cierne sobre los palestinos de Gaza hace sus primeras víctimas en los más de 400 pacientes enfermos críticos a los que no se permite salir de Gaza para atención médica urgente en hospitales árabes o israelíes. Miles de otros pacientes no son admitidos en los hospitales, que sufren de una severa escasez de 300 tipos de medicinas.
Hace tanto tiempo que se ha privado a los hospitales de medicinas y equipamiento que el pequeño flujo de suministros finalmente permitido ya no puede hacer frente a las necesidades mínimas diarias de la población civil Palestina. Igualmente, los combustibles que entran son escasamente suficientes para hacer funcionar durante un día la planta productora de energía de Gaza.
Esta ayuda gota a gota fue sugerida por el consejero del primer ministro israelí, Dov Weisglas, que en febrero 2006 dijo: “se trata de poner a los palestinos a régimen, pero no de hacerlos morir de hambre”.
Esta malévola política ha llevado a un incremento progresivo de la malnutrición a medida que la población se ha visto privada de sus alimentos básicos. No solamente los molinos han debido cerrar debido a la falta de combustible y de energía sino que ahora se han acabado todos los suministros de trigo. De los 72 hornos de la Franja de Gaza, 29 han parado completamente su producción de pan y se espera que otros hagan lo mismo. Lo que significa que pronto, incluso el más básico de los alimentos, el pan, faltará a una población hambrienta.
Un informe de la Cruz Roja describe la situación como “devastadora”. El setenta por ciento de la población sufre inseguridad alimentaria, mientras que la suspensión, desde el 4 de noviembre, de la distribución de ayuda alimentaria a unos 750.000 refugiados de los penosos campos de Gaza ha destrozado todavía más a los palestinos que no pueden recurrir a otras alternativas.
Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch han calificado de “cruel” el bloqueo de Israel. El expresidente Jimmy Carter no tiene reparos en describir la situación como “una atrocidad horrorosa”, comparable a un crimen de guerra.
En Gran Bretaña, la Directora de Oxfam, Barbara Stocking ha criticado fuertemente al Ministro de Asuntos Exteriores, David Miliband, por no mencionar la “desesperación humana” en Gaza en ocasión de su reciente viaje a Israel y Palestina.
Sin embargo las tácticas de Israel resultan inexplicables.
El cierre de Gaza por Israel ha sido tan draconiano que los mayores medios de comunicación del mundo, incluido el New York Times, se sienten ultrajados por no permitirse la entrada de sus periodistas en la Franja de Gaza y han protestado por escrito al Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert.
Los líderes cristianos también han sido excluidos de Gaza. La semana pasada Israel impidió al Nuncio Papal en Israel, el Arzobispo Franco, celebrar misa para marcar el principio del Adviento durante las semanas anteriores a la Navidad.
En el West Bank, el Primer Ministro Ehud Barak ha aprobado la construcción de otros centenares de asentamientos ilegales, con un desprecio flagrante de los acuerdos del proceso de paz y para mayor frustración de la actual administración de EEUU deseosa de lograr una solución antes del fin de su mandato.
Lo que es verdaderamente sorprendente es el silencio del mundo frente a todo ello. La vergonzosa carrera para conceder a Israel honores y reconocimientos para salvarla de la ignominia histórica de haber orquestado la destrucción de la sociedad palestina es inaceptable.
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