miércoles, 24 de febrero de 2010

EDUARDO BERTOGLIO


En la noche del 24 de febrero de 1964, durante la realización de una reunión plenaria gremial de la CGT en el Sindicato de Cerveceros de Rosario, fue vilmente asesinado el Camarada Eduardo Angel Bernardino Bertoglio perteneciente al Movimiento Nacionalista Tacuara junto a los gremialistas peronistas Victor Militello y Eduardo Giardina, a manos de una banda criminal integrada por miembros del Partido Comunista que llegaron al lugar fuertemente armados para romper el plenario sindical que analizaba un plan de lucha.
Bertoglio que era encargado de seguridad, respondió enérgicamente a la agresión de los marxistas tiroteandose con ellos hasta que agotó el parque, circunstancia en que fue rodeado e inmovilizado por varios comunistas y practicamente fusilado sin posibilidad de defenderse. Fue rematado a patadas y palazos, idéntico destino tuvieron los dos gremialistas mencionados con anterioridad.
El Camarada Eduardo seguía así el camino que antes habían transitado Lacebron y Passaponti, cayendo gallarda y heroicamente en su puesto de lucha contra las fuerzas de la antipatria. Tenía 20 años de edad.
Camarada Eduardo: estarás siempre presente hasta que la muerte nos separe de la lucha.

Elogio de los asesinados

Míralos como caen
cómo tienen partidas las espaldas
y ardientes agujeros en la nuca
y los huesos quebrados como ramas.
Ya están tendidos en la piedra
rodeados de su sangre y de su alma.
El más pequeño tiene los cabellos
tirantes como un arpa.
Aquel se ha muerto alegremente
un hilo rojo oscuro le ilumina la cara.
La muerte lo deslumbra.
Tiene los dedos largos y las yemas moradas.
Afuera está la noche en flor.
Hay un principio de alba
húmeda y triste, llena de sonidos
que escapan y retornan como una marejada.
Ahora llega una voz.
Quién sabe qué garganta
la ha parido a lo lejos y la suelta en el aire
desnuda de palabras,
para iniciar un llanto miserable,
para adornar el drama.
No queremos tu llanto.
Porque saben vivir como una llama
ellos saben morir sin alaridos.
Míralos qué bien muertos están de madrugada.
Mira como se pudren sus tejidos
y la verdad se les agranda.
Qué bien asesinados están entre los ángeles
qué bien Dios mío, los doma la mortaja.
Nadie debe gemir.
No queremos tu lágrima.
Solamente queremos un odio prodigioso
y una soledad bien amarga.
Ya están muertos, los pobres.
Ya no sufren, ni esperan, ni se ríen, ni nada.
Ya no podrán usar la tardecita
para querer a las muchachas,
ya no podrán besar, ni morirse de a poco
ni preferir la Patria.
Pero nosotros los preferiremos y los recordaremos.
Cada vez que matemos o gocemos del alba,
cada vez que los puños golpeen o baleen,
cuando estemos a solas con el alma,
cada vez que matemos,
cuando a vida sea más alta,
cada vez que apretemos una mujer querida,
en todo tiempo, en toda vida y en toda la distancia,
ellos serán el puño, el amor y la bala.
Ellos están ya muertos
pudriéndose en lo hondo de la tierra cuajada.
Está fría la tierra lastimosa
pero está ardiendo toda la forma de la patria.

José Maria Fernandez Unsain (1946)

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