El capitalismo no es menos atroz ni menos injusto que el social-comunismo. La crisis que estamos viviendo es la propia esencia del liberal-capitalismo provocada por sus especuladores ambiciosos y fieros que, desde sus tribunas políticas, económicas, periodísticas y financieras predican la jibarización del Estado con tanto éxito, por cierto, que desde el desmoronamiento de
Los liberales y los capitalistas que con su codicia han provocado la crisis económica y financiera que hoy padecemos ya comercializaban en la época grecorromana en la lonja de Delos, el mayor mercado de esclavos del Mediterráneo. En el Aventino se reunían en casa de Balbo, el banquero y financiero hispanorromano que hacía acopio de trigo cuando los augures le soplaban que la cosecha iba a ser escasa.
Son los descendientes de los que vendieron, a buen precio y a mejor interés, los maderos y los clavos a Marco Licinio Craso para que crucificara en las cunetas de
Durante
De ese semen envenenado viene el liberal capitalismo que ha provocado la crisis que hoy padecemos y que ahora clama para que el Estado, en el que ellos no creen, intervenga un poquito y un ratito, socialice las pérdidas y socapa de salvar a los más débiles, o sea a la inmensa mayoría, les devuelva a ellos la libertad de volver a robarnos a todos.
La verdad llega siempre sin haber sido invitada, aunque cueste oírla entre el ruido de Wall Street. Y la verdad es que, en una crisis como esta, provocada por la codicia del capitalismo liberal, nuestra única esperanza es el Estado. La intervención del Estado, cuyo objetivo prioritario en las actuales circunstancias no es tanto conseguir la victoria sobre el capitalismo, como evitar la aniquilación económica y social de centenares de millones de desgraciados que iremos a la ruina si el Estado no embrida las salvajes leyes de la libertad de mercado en virtud de las cuales unos cuantos se hacen multimillonarios jugando en los casinos financieros con el dinero de todos.
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