Lo primero que hay que decir respecto a la pregunta que da título al texto, es que para la mayoría de la población, ya no tiene importancia.
¿Le puede interesar esa pregunta, a los esclavos del paco, de los videojuegos, de la cuota del auto, y de la infinita cantidad de propuestas del sistema nos impone para descerebrarnos?
¿Será esa pregunta, irremisiblemente algo del pasado?
Seguramente para muchos sí, pero nosotros, todavía nos planteamos estas cosas, porque algunos, todavía no somos el tipo de bestia consumista en que se han convertido tantos compatriotas, y por qué no decirlo, de habitantes de este mundo, en el que cada vez es más difícil vivir, aunque todos miren para otro lado, rogando que no se les acabe la suerte.
Pregunta Ridícula
El primer y gran logro del enemigo es que una pregunta como ésta, suene ridícula. Porque al que no tiene ninguna cultura, no le interesa cuestionarse nada, y el que la tiene, suele estar encerrado en la soberbia de ciertos dogmas de la misma, que excluyen casi siempre, a todos los que están fuera de un círculo sectario, sólo para un puñado de acólitos.
Los criollos, los indios, los mestizos, los gringos, los gallegos, los rusos, los turcos, los tanos, fueron todas formas anecdóticas y simpáticas de denominar matices, de algo que estaba por detrás y por encima, algo más fuerte, algo mágico, que convertía todo eso en una sola fuerza. Ese algo era ser argentino. La fuerza de ese ser nacional, no estaba dividida en todas esas peculiaridades, aunque siempre hubieran los que querían rascarse para adentro, y unos pocos, muy pocos, que por conveniencia preferían rascarse para afuera.
¿Tan débil es nuestra nacionalidad, cuando pudo unir tanto como lo antedicho y mucho más, bajo una sola bandera, y en un territorio tan extenso como el nuestro? ¿Tan débil fue nuestro patrón cultural, como para que no hubiera otra forma de eliminar su resistencia, que la persecución sistemática a todo lo nacional?
Ahora resulta que todo aquello que nos mantuvo unidos pese a las diferencias, es un estereotipo represivo. Todo orden es represión, todo respeto, todo límite moral, todo reclamo de justicia, todo lo relacionado al sentido común.
Y acá no se trata de andar vestido de gaucho todo el día, sino de darse cuenta, mediante la más inocente lógica, que lo amorfo perece, que las felices masas narcotizadas no son un pueblo, sino un conjunto de reses que van al matadero, y que todo lo que somos, proviene de la época en que teníamos una Patria, un Dios, un pueblo, una bandera, un territorio.
Aún quienes proclamaron ideas políticamente negativas o contradictorias para el interés nacional, como Jorge Luis Borges, terminaron aferrados a los viejos patios, a los sables, a los suburbios y a los gauchos.
Aún quienes a fuerza de ser inútilmente antipopulares equivocaron el camino, no hicieron otra cosa que llorar la decadencia de la grandeza nacional. ¿Qué otra cosa hace Manuel Mujica Lainez cuando nos cuenta, en definitiva, como los de su clase no supieron hacer una Patria a la medida de sus antepasados los conquistadores?
Y aunque admiro profundamente la literatura de estos autores, debo decir que el coraje no se compra, se tiene, o no se tiene, y ellos no lo tuvieron.
Leopoldo Lugones, que vio la fatal pequeñez que se venía, y no quiso ser cómplice de ella. Quizá por eso eligió el cianuro, que es una desesperada y desagradable forma de dar testimonio, pero una forma al fin.
La Argentina profunda, cubrió de algún modo las falencias de las clases dirigentes, y forjó una unidad.
Si ahora quieren bajar a Roca de sus pedestales. No es por su proyecto político, que todos estos que ahora lo repudian, compartían, sino porque una gran extensión y un ejército en marcha son un mal antecedente. La grandeza de cualquier tipo es mala, cuando se requiere la pequeñez de la entrega y la dominación.
La Grandeza es mala
La grandeza del territorio es mala, de un solo idioma, de un solo ejército, de una sola religión, de una sola estirpe, que no necesita llamarse raza, porque incluye y absorbe los elementos de varias de ellas, en una proporción que sin necesidad de porcentajes vino a llamarse criollo. Porque todos fuimos criollos en esta bendita tierra lacerada.
Pero eso era antes, ahora somos raperos, guevaristas, libremercadistas, ecologistas, rastafaris, mapuches, darks, zapatistas, stones, skaters, cumbieros, drogadictos, piqueteros, asesores, punteros, gays, lesbianas, astrólogos, gurús, vegetarianos transgénicos, freudianos, defensores del aborto, de las terapias alternativas, de la liberalización de la droga, de los animales en extinción, de los pueblos originarios (¿Yo no soy originario que también nací acá?), del reiki, del fenshui, del origami, de las murgas contestatarias, de los artistas callejeros, o de todas estas cosas juntas y otras más que olvido o desconozco.
Pero sobre todo, nos hemos convertido en algo que antes era vergonzoso y menos frecuente: en ladrones. Donde antes había un ladrón ahora hay un millón. Nada es vergonzoso, ya todo se hace a la luz del día, sin que se asombre nadie. Y los progresistas pujan con la derecha por el primer puesto en el ranking de los ladrones.
Ninguno de ellos vale ni la mitad de lo que valía un criollo. Y ni que decir varios criollos juntos, fueran hijos de español, de indio, de italiano, de alemán, o de sirio libanés, cuando ser argentino era habitar un territorio grande y defenderlo, trabajar el campo o la fragua, decir la oración a la bandera, tener buenas lecturas, formar una familia, cantar la marcha de San Lorenzo, propender a la justicia social, y estar constantemente preocupado por el destino del país.
De aquella estirpe de hombres sacrificados y valientes, tuvimos nuestra prolongada paz sureña. Pero la suerte se acaba, si no nos ponemos firmes, lo que tendremos en el futuro, va a ser el saqueo final, y una guerra de tribus.
Es cierto, defendemos un orden, pertenecemos a una cultura, somos criollos, de una sola estirpe, antigua, fuerte y unida, bajo la Cruz del Sur.
Pero el nuestro no es cualquier orden, no creemos que las cosas se arreglen si respetamos los semáforos, como creen algunos módicos reaccionarios liberaloides.
Actuar es incómodo, pero también será incómodo morir de rodillas, como les pasará a muchos, de los que creen que a ellos no les va a tocar.
Ser criollo no es andar vestido de gaucho, sino ejercer la defensa de lo que uno es por cultura, por sangre, por tradición, por interés nacional, y porque la paz gastronómica del Sur, se terminó hace rato, aunque nos sigamos haciendo los estúpidos.
¿Le puede interesar esa pregunta, a los esclavos del paco, de los videojuegos, de la cuota del auto, y de la infinita cantidad de propuestas del sistema nos impone para descerebrarnos?
¿Será esa pregunta, irremisiblemente algo del pasado?
Seguramente para muchos sí, pero nosotros, todavía nos planteamos estas cosas, porque algunos, todavía no somos el tipo de bestia consumista en que se han convertido tantos compatriotas, y por qué no decirlo, de habitantes de este mundo, en el que cada vez es más difícil vivir, aunque todos miren para otro lado, rogando que no se les acabe la suerte.
Pregunta Ridícula
El primer y gran logro del enemigo es que una pregunta como ésta, suene ridícula. Porque al que no tiene ninguna cultura, no le interesa cuestionarse nada, y el que la tiene, suele estar encerrado en la soberbia de ciertos dogmas de la misma, que excluyen casi siempre, a todos los que están fuera de un círculo sectario, sólo para un puñado de acólitos.
Los criollos, los indios, los mestizos, los gringos, los gallegos, los rusos, los turcos, los tanos, fueron todas formas anecdóticas y simpáticas de denominar matices, de algo que estaba por detrás y por encima, algo más fuerte, algo mágico, que convertía todo eso en una sola fuerza. Ese algo era ser argentino. La fuerza de ese ser nacional, no estaba dividida en todas esas peculiaridades, aunque siempre hubieran los que querían rascarse para adentro, y unos pocos, muy pocos, que por conveniencia preferían rascarse para afuera.
¿Tan débil es nuestra nacionalidad, cuando pudo unir tanto como lo antedicho y mucho más, bajo una sola bandera, y en un territorio tan extenso como el nuestro? ¿Tan débil fue nuestro patrón cultural, como para que no hubiera otra forma de eliminar su resistencia, que la persecución sistemática a todo lo nacional?
Ahora resulta que todo aquello que nos mantuvo unidos pese a las diferencias, es un estereotipo represivo. Todo orden es represión, todo respeto, todo límite moral, todo reclamo de justicia, todo lo relacionado al sentido común.
Y acá no se trata de andar vestido de gaucho todo el día, sino de darse cuenta, mediante la más inocente lógica, que lo amorfo perece, que las felices masas narcotizadas no son un pueblo, sino un conjunto de reses que van al matadero, y que todo lo que somos, proviene de la época en que teníamos una Patria, un Dios, un pueblo, una bandera, un territorio.
Aún quienes proclamaron ideas políticamente negativas o contradictorias para el interés nacional, como Jorge Luis Borges, terminaron aferrados a los viejos patios, a los sables, a los suburbios y a los gauchos.
Aún quienes a fuerza de ser inútilmente antipopulares equivocaron el camino, no hicieron otra cosa que llorar la decadencia de la grandeza nacional. ¿Qué otra cosa hace Manuel Mujica Lainez cuando nos cuenta, en definitiva, como los de su clase no supieron hacer una Patria a la medida de sus antepasados los conquistadores?
Y aunque admiro profundamente la literatura de estos autores, debo decir que el coraje no se compra, se tiene, o no se tiene, y ellos no lo tuvieron.
Leopoldo Lugones, que vio la fatal pequeñez que se venía, y no quiso ser cómplice de ella. Quizá por eso eligió el cianuro, que es una desesperada y desagradable forma de dar testimonio, pero una forma al fin.
La Argentina profunda, cubrió de algún modo las falencias de las clases dirigentes, y forjó una unidad.
Si ahora quieren bajar a Roca de sus pedestales. No es por su proyecto político, que todos estos que ahora lo repudian, compartían, sino porque una gran extensión y un ejército en marcha son un mal antecedente. La grandeza de cualquier tipo es mala, cuando se requiere la pequeñez de la entrega y la dominación.
La Grandeza es mala
La grandeza del territorio es mala, de un solo idioma, de un solo ejército, de una sola religión, de una sola estirpe, que no necesita llamarse raza, porque incluye y absorbe los elementos de varias de ellas, en una proporción que sin necesidad de porcentajes vino a llamarse criollo. Porque todos fuimos criollos en esta bendita tierra lacerada.
Pero eso era antes, ahora somos raperos, guevaristas, libremercadistas, ecologistas, rastafaris, mapuches, darks, zapatistas, stones, skaters, cumbieros, drogadictos, piqueteros, asesores, punteros, gays, lesbianas, astrólogos, gurús, vegetarianos transgénicos, freudianos, defensores del aborto, de las terapias alternativas, de la liberalización de la droga, de los animales en extinción, de los pueblos originarios (¿Yo no soy originario que también nací acá?), del reiki, del fenshui, del origami, de las murgas contestatarias, de los artistas callejeros, o de todas estas cosas juntas y otras más que olvido o desconozco.
Pero sobre todo, nos hemos convertido en algo que antes era vergonzoso y menos frecuente: en ladrones. Donde antes había un ladrón ahora hay un millón. Nada es vergonzoso, ya todo se hace a la luz del día, sin que se asombre nadie. Y los progresistas pujan con la derecha por el primer puesto en el ranking de los ladrones.
Ninguno de ellos vale ni la mitad de lo que valía un criollo. Y ni que decir varios criollos juntos, fueran hijos de español, de indio, de italiano, de alemán, o de sirio libanés, cuando ser argentino era habitar un territorio grande y defenderlo, trabajar el campo o la fragua, decir la oración a la bandera, tener buenas lecturas, formar una familia, cantar la marcha de San Lorenzo, propender a la justicia social, y estar constantemente preocupado por el destino del país.
De aquella estirpe de hombres sacrificados y valientes, tuvimos nuestra prolongada paz sureña. Pero la suerte se acaba, si no nos ponemos firmes, lo que tendremos en el futuro, va a ser el saqueo final, y una guerra de tribus.
Es cierto, defendemos un orden, pertenecemos a una cultura, somos criollos, de una sola estirpe, antigua, fuerte y unida, bajo la Cruz del Sur.
Pero el nuestro no es cualquier orden, no creemos que las cosas se arreglen si respetamos los semáforos, como creen algunos módicos reaccionarios liberaloides.
Actuar es incómodo, pero también será incómodo morir de rodillas, como les pasará a muchos, de los que creen que a ellos no les va a tocar.
Ser criollo no es andar vestido de gaucho, sino ejercer la defensa de lo que uno es por cultura, por sangre, por tradición, por interés nacional, y porque la paz gastronómica del Sur, se terminó hace rato, aunque nos sigamos haciendo los estúpidos.
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