Por: Laura Etcharren
Lo que no tendría que ser cotidiano lo es. Aquello que no deberíamos naturalizar, prácticamente, está naturalizado. Y mientras el supuesto progreso nos avasalla, paradójicamente, encontramos la miseria cuadra tras cuadra.
La indigencia. El pauperismo. La marginalidad y la pobreza.
Tal vez sea ese el progresismo del que tanto se habla. Por el cual tanto se trabaja y profundiza. Profundizar la debacle de la sociedad insegura en todas sus esferas. A la espera de lo peor. Desafiando una realidad. Dibujando un futuro bajo la absurda venta de simulacros.
Argentina, en el contexto latinoamericano, convive con delincuentes en un paisaje poblado de personas en situación de calle que se entremezclan con la organización del crimen que se vale de la situación de emergencia en la que se vive.
Existe una combinación de individuos que sobreviven mediante changas; otros que solo piden hundidos en la haraganería del no hacer; padres que explotan a los niños dejándolos en puntos clave de la ciudad por la mañana y recogiéndolos a última hora de la tarde para recolectar las monedas que puedan haber juntado; y aquellas personas adultas y adolescentes que optan, directamente, por robar.
Todas situaciones que exhiben el vacío institucional producto de la inacción gubernamental. Porque la pobreza es una variable que sirve: Por un lado, para culpar a gestiones anteriores. Es una situación heredada gobierno tras gobierno. Por otro lado, la pobreza es el móvil para justificar la inseguridad. Es decir, la pobreza es funcional para colocar a las personas marginales en el rol de “todos delincuentes”, tapándose, socarronamente, la verdadera composición de la mafia delictiva en el país.
Hoy, pobreza y delincuencia, son el gran síndrome argentino que avanza sin límites. Dos conceptos antagónicos que los gobiernos buscan relacionar, de manera forzada, para explicar los por qué de la barbarie de la que somos testigos y activos participantes.
La unión de las variables no puede extenderse masivamente a todos los actos delictivos, ya que es algo que tiene que ver con la manipulación de los imaginarios, más que con la realidad colectiva. De hecho, la recolección de datos encuentra una estadísticas de excluídos asesinados por su condición. Es decir, erradicados por estar etiquetados por no tener.
De ahí, que asentados sobre la estructura de la fabulación, los gobernantes siguen marchando hasta crear un espacio de confusión y simulación que afecta negativamente el desarrollo y la evolución social. No obstante, promueve, “magníficamente”, el arribo de los carteles de la droga; la creación local de pandillas cada vez más sofisticadas; la penetración de Maras.
Un conglomerado enfermizo que se busca tapar con la existencia de la pobreza a través del desvío. Es por eso que, en la óptica macabra de los grandes grupos del poder político y económico, la marginalidad debe existir para ser la pantalla del tsunami de violencia que nos está volteando.
La indigencia. El pauperismo. La marginalidad y la pobreza.
Tal vez sea ese el progresismo del que tanto se habla. Por el cual tanto se trabaja y profundiza. Profundizar la debacle de la sociedad insegura en todas sus esferas. A la espera de lo peor. Desafiando una realidad. Dibujando un futuro bajo la absurda venta de simulacros.
Argentina, en el contexto latinoamericano, convive con delincuentes en un paisaje poblado de personas en situación de calle que se entremezclan con la organización del crimen que se vale de la situación de emergencia en la que se vive.
Existe una combinación de individuos que sobreviven mediante changas; otros que solo piden hundidos en la haraganería del no hacer; padres que explotan a los niños dejándolos en puntos clave de la ciudad por la mañana y recogiéndolos a última hora de la tarde para recolectar las monedas que puedan haber juntado; y aquellas personas adultas y adolescentes que optan, directamente, por robar.
Todas situaciones que exhiben el vacío institucional producto de la inacción gubernamental. Porque la pobreza es una variable que sirve: Por un lado, para culpar a gestiones anteriores. Es una situación heredada gobierno tras gobierno. Por otro lado, la pobreza es el móvil para justificar la inseguridad. Es decir, la pobreza es funcional para colocar a las personas marginales en el rol de “todos delincuentes”, tapándose, socarronamente, la verdadera composición de la mafia delictiva en el país.
Hoy, pobreza y delincuencia, son el gran síndrome argentino que avanza sin límites. Dos conceptos antagónicos que los gobiernos buscan relacionar, de manera forzada, para explicar los por qué de la barbarie de la que somos testigos y activos participantes.
La unión de las variables no puede extenderse masivamente a todos los actos delictivos, ya que es algo que tiene que ver con la manipulación de los imaginarios, más que con la realidad colectiva. De hecho, la recolección de datos encuentra una estadísticas de excluídos asesinados por su condición. Es decir, erradicados por estar etiquetados por no tener.
De ahí, que asentados sobre la estructura de la fabulación, los gobernantes siguen marchando hasta crear un espacio de confusión y simulación que afecta negativamente el desarrollo y la evolución social. No obstante, promueve, “magníficamente”, el arribo de los carteles de la droga; la creación local de pandillas cada vez más sofisticadas; la penetración de Maras.
Un conglomerado enfermizo que se busca tapar con la existencia de la pobreza a través del desvío. Es por eso que, en la óptica macabra de los grandes grupos del poder político y económico, la marginalidad debe existir para ser la pantalla del tsunami de violencia que nos está volteando.
http://www.sociedadymedios.blogspot.com/
1 comentario:
RPA y Laura, los felicito por la nota me parecio excelente!!
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