UN PEDAZO DE HISTORIA DE AZUL
Suplemento Extraordinario. DIARIO EL TIEMPO DE AZUL, JUEVES 9 DE JULIO DE 1964.
Un pedazo de historia de Azul:
El Capitán Expedicionario en la guerra del Desierto Rufino Solano,
Lenguaraz del ejército nacional
Esta es la breve historia del valiente que quedó relegado en el olvido porque así los hombres lo quisieron: sus propios coterráneos, aquellos que se beneficiaron con sus hazañas, con sus sacrificios realizados para servir y proteger a la creciente población que iba extendiéndose por estos pagos a mediados del siglo pasado. La historia de un Héroe que necesitaría todo un libro para desarrollarla en sus mil y un episodios en que se vio aquel hombre envuelto; las traidoras encrucijadas que se vio obligado a sortear con peligro de su vida; las trampas mortales que lo acechaban en el cumplimiento de su esforzada misión que le iba siendo confiada por los comandos del ejército que había emprendido hace ciento cuarenta años la Guerra Desierto teniendo como principal enemigo al indio salvaje, implacable y cruel, cuyo Jefe fuera más tarde el temible Cacique fundado por de la Dinastía de los Piedras Callfucurá.
La caballería y las caravanas ponen un mojón en la pampa indómita
Finalizaba el año1832 y en aquel caluroso mes de Diciembre avanzaban desde el norte en dirección al centro de la provincia de Buenos Aires, pampa inmensa, mar de hierbas, alborotada de día por el trajinar de miles y miles de vacunos y caballos, por el galopar de las indiadas y los cantos de las aves y silenciosa de noche con su cielo tachonado de estrellas que parecían colgar como brillantes farolas, avanzaban, decía, escuadrones de Regimiento 5º de Caballería (los famosos Colorados del Monte) al mando del comandante Don Pedro Burgos, que había partido de su Estancia “Los Milagros” en el partido de Pila para fundar un pueblo que sería luego nuestra ciudad de Azul y San Serapio Mártir. Casi a la par de esta tropa venía también desde el Salado un convoy en caravana compuesto por dos galeras, carretas, y carros e los que viajaban numerosas familias con materiales de construcción al mando del comandante Solano (*padre de Rufino Solano) a quien acompañaba un médico y un cura – capellán del ejército- encontrándose militares y civiles a mediados de Diciembre a orillas del Callvú Leovú iniciando de inmediato la construcción de un fortín y el rancherío para el alojamiento de las familias y las tropas, denominándosele Fuerte Federación y más tarde Fuerte Azul de San Serapio Mártir. Dramáticos fueron aquellos primeros años para los pobladores de ésta dilatada zona poblada por las tribus de las indiadas de los caciques Venancio, Laudan, Catriel y Cachul, cuyas depredaciones provocaban dramáticos episodios llevando el terror a los cristianos. Felizmente Catriel y Cachul mediante sendos acuerdos con el gobierno iniciaron cordiales relaciones con Juan Manuel de Rosas, compadre del comandante Pedro Burgos y mediante la donación de extensas praderas por el Jefe de Frontera General Manuel Escalante, quedaron alojadas con sus tribus a la orilla izquierda del Arroyo Azul en dirección al norte hasta algunas leguas de Tapalquén. Días tristes y largas noches de expectativas y de terror se fueron viviendo en aquél Azul nacido entra alarmas y zozobras. Hombres y Mujeres dormían con un ojo abierto ante el temor de un ataque por sorpresa de los indios, que año a año se fueron sucediendo hasta culminar el año 1835 cuando el temible Callfucurá con 3.000 lanzas asaltó en sangriento malón al pueblo dejando en sus calles los cadáveres de más de trescientos vecinos, llevándose decenas de mujeres y niños cautivos para Salinas Grandes, la capital del imperio del soberano indio, dejando tras de si incendios, llantos y profundo dolor. En ese ambiente salvaje nació y creció el más tarde Capitán Rufino Solano, que vio la luz en Azul allá por el año 1837, hijo del Comandante Solano fundador del pueblo con el comandante Don Pedro Burgos unidos en su esfuerzo cívico – militar. Familiarizado con el peligro el Capitán Solano se mezcló desde pequeño con los indios del lugar y de ellos aprendió a hablar el idioma Pampa y el Araucano tan bien como el castellano lo que le sirvió más tarde para cobrar fama de lenguaraz el hombre que servía de enlace entre los poderosos caciques y los delegados del Gobierno Nacional, prestando desde entonces grandes servicios a la Patria. Fue su misión la de Diplomático en la extensa Pampa que cruzó de Este a Oeste, de Norte a Sud, sereno, imperturbable, jinete en su caballo criollo teniendo de día el dilatado mar de los pastos: “Inmenso piélago verde – donde la vista se pierde – sin tener donde pasar” – y de noche por techo del cielo tenebroso o brillante con estrellas que le marcan el rumbo, durmiendo en la intemperie a veces entre temporales, calado hasta los huesos por las lluvias cuyas aguas le impedían la marcha al desbordarse los arroyos y cañadones. Era sufrir los rigores del sol en el verano y del intenso frío en el invierno con el estoicismo de un espartano; era vivir días, semanas y meses sacrificados en su misión que debía cumplir porque era su deber, porque así lo exigían las órdenes, porque así podía conquistar más tierras al salvaje para la Patria. No importaba al Capitán Solano galopar días y días bajo el implacable sol de Enero, cruzar desiertos o perderse en los altos pajonales de esa pampa que se extendía solitaria pero traidora hacia al sud teniendo como mojones algún otro Fortín con su pobrísima guarnición de cinco o seis hombres que ante la alarma provocada por los cascos de algún pingo asomaban rotosos y macilentos por la puerta de un rancho rodeado por la empalizada los que estaban allí olvidados por el gobierno, protegidos solo en su fe en Dios y en la Patria y algunos fusiles viejos de la guerra de la Independencia para defenderse de la indiada. Bien podían decir aquellos que se vivía para morir con mucha pena y poca gloria…
Treinta o cuarenta leguas separaban entre si a tales vanguardias de la civilización y quienes se arriesgaban a cumplir su misión en tan precario medio tenían la muerte acompañándolo a su frente, a sus costados, a sus espaldas. Se guiaba el baquiano, el lenguaraz por su instinto y ponía como escudo al peligro su valor y su confianza, como diría después Hernández en su inmortal “Martín Fierro”:
“Para vencer un peligro
Salvar de cualquier abismo,
Por experiencia lo afirmo,
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en si mismo”.
De esta manera el Capitán Solano, obstáculos tras obstáculos, confiándose al indio amigo y durmiendo en sus toldos cuando el frío arreciaba y las heladas quemaban la piel en las largas noches invernales. Paisajes salvajes, inhóspitos e ingratos para el cuerpo y para el alma. Por ello cuando se echa una mirada hacia atrás y se llega a ese pasado tan escabroso que lo escabroso tiene la sublimidad de lo heroico que vivió durante años esta hermosa tierra que es el Azul y se prolonga en su llanura a la vera del Callvú Leovú hasta llegar a las serranías que se extienden como una larga cadena hacia el sud: cuando de una pincelada se borra lo que la civilización nos ha traído y gozamos en la actualidad y nos queda solitario el Fortín de Azul y San Serapio como punto en el centro de la Provincia levantado hace 132 años a la vera del arroyo, rodeado de pajonales y rodeado sus días y sus noches con los gritos extraños de la pampa extendiéndose a veces como los sonidos de un informe orquesta matizados con el resoplar de vientos huracanados, temporales provocados por le sudestada o el rugir del pampero, quedamos frente a un cuadro patético y miserable pleno de angustia para los pobladores recién llegados a estas tierras, que únicamente mitigaban su preocupación por el futuro confiados en la Cruz redentora que abría sus brazos en el rancho largo de la humilde iglesia custodiada por el cura gaucho y los valientes hombres que arma en brazo vigilaban el horizonte para no ser sorprendidos por el bárbaro malón. Fue en ese ambiente de temor al devenir, de incertidumbre y de pobreza franciscana que fue creciendo Rufino Solano, el que más tarde sería Capitán del Ejército Nacional y en su misión de Lenguaraz hombre de confianza de los comandantes de las fuerzas expedicionarias en la Guerra del Desierto y a quien dijera ese gran patriota que fue Don Adolfo Alsina:
“Usted Rufino Solano
es en su oficio tan útil al
país como el mejor guerrero”
Aquellos primeros años de Solano fueron de trajín. Su padre cumplió su misión a conciencia disponiendo que todo el material que venía en las carretas fuera entregado al levantarse el Fortín de Azul a sus pobladores que herramienta en mano fueron los primeros artesanos en esta inhóspitas llanuras, levantando dentro y fuera del fortín las primeras viviendas en cuyo centro el mangrullo servía como torre para la vigilancia continua.
Ardua fue la tarea que le tocó desde pequeño a este flamante azuleño desarrollada entre el relincho de las yeguadas alzadas, el rugir de las haciendas y el ruido de los sables en los escuadrones de caballería que defendían el fortín. En ese ambiente de guerra y de continuos vaivenes mientras se cortaban los pajonales y se amasaba el barro para levantar los ranchos, Rufino Solano fue creciendo y sirviendo a los intereses de la pequeña comunidad a la par que junto a los indios que llegaban al fuerte para comerciar aprendía su lenguaje y sus costumbres. Como si presintiera el papel que le tocaría desempeñar años mas tarde, procuraba Solano llegar hasta la intimidad de la familia india, observar sus virtudes y sus vicios, sus alegrías y tristezas. Estudiaba la capacidad que tenían sus caciques y capitanejos y el valor que tenían sus palabras y sus promesas. La falacia de algunos, el lenguaje meloso pero traicionero de otros, el salvajismo de los más durante sus días y noches de borracheras y así en esa vida dura del campamento llena de privaciones, fue conociendo a carta cabal al indígena hasta familiarizarse con este en todos sus aspectos lo que le permitió entrar en sus tribus levantadas en el desierto desde que iniciado en la vida militar, niño aún, cumplió heroica y prolongada campaña por más de medio siglo.
Amigo de Callfucurá
Corría el año 1855 cuando Rufino Solano cumplió 18 años y era enviado al Sud al Fortín Estomba a prestar servicios a las órdenes del Teniente de Caballería Manuel Perafán, que con un destacamento vigilaba la región de Bahía Blanca adentrada en los dominios de Callfucurá, hallándose Salinas Grandes a unas cuarenta leguas de distancia. Fue allí donde en una misión que le fuera confiada con otros compañeros conoció al poderoso monarca de ese vasto imperio. Pudo comprobar entonces y en otras visitas que hiciera a Calfucurá que este era un hombre que gozaba de gran prestigio entre sus fieles y especialmente entre los Caciques de las numerosas tribus que albergaba en sus dominios que se extendían desde el sur de Río Negro hasta las orillas del Río Salado abarcando miles de kilómetros poblados de indiadas que formaban el poderoso ejército con el que guerreaba a las tropas nacionales sin pedir ni dar cuartel Callfucurá que descendía de los araucanos era sagaz, diligente y de gran parlamento, lo que le permitió diplomáticamente conseguir prebendas y subvenciones de las autoridades sin comprometerse mucho.
Condenado a muerte Solano salvó su vida.
Habiendo muerto el Teniente Perafán a manos de la indiada en rudo combate, Rufino Solano actuó posteriormente en el Regimiento 2 de Línea a las órdenes del Alférez Ivano en el Fortín Tapalquén y luego sirvió en Olavarría con el Comandante Lora, hasta que en el año 1865 el célebre Coronel Don Benito Machado comandante del Ejército en esta región lo incorporó como Lenguaraz al Estado Mayor. Cuando Rufino Solano tomó a cargo esa misión ya era un hombre experimentado y había logrado en anteriores ocasiones con paciencia y largas horas de parlamento el pedido que sus jefes le habían confiado. Generalmente mediante tratados de paz, pagando tributos a los caciques alzados y la entrega de tabaco, alcohol, ropas, alimentos y dinero lograba calmar a los más belicosos mientras enfrentaba a los indios ladinos que actuaban al lado de los caciques. Fue en el año 1860 cuando Solano en una misión oficial viajó con dos compañeros que le servían de guarda espalda hasta Salinas Grandes para entrevistarse con Callfucurá enviado para pactar con aquel. En este viaje como en otros anteriores Solano se jugaba la vida, pues otra cosa no podía ser penetrar en el Desierto dominado completamente por el indígena y sin defensa por el desconocimiento del terreno que atravesaba y de los lugares donde existían buenas aguadas y refugios. Pero Rufino Solano con coraje a toda prueba y confiado a su suerte avanzó hacia Salinas Grandes donde llegó a entrevistarse con Callvucurá. Se trataba de llegar a un acuerdo para evitar una nueva guerra, pero como el Cacique desconfiara le pidió que enviara una delegación de indios hasta el Fortín Estomba a cuyo frente iría Solano.
No quiso Callfucurá tal propuesta y en cambio accedió a mandar a uno de sus hijos (los tenía por docena en su tribu) la encabezara, pero quiso la mala suerte que en el camino se produjera un encuentro con milicianos armados y se trabaron en combate siendo muerto el hijo de Callfucurá. De inmediato y al tener conocimiento en Salinas Grandes de lo sucedido se alborotó la indiada y Solano con sus dos compañeros fueron tomados prisioneros y celosamente custodiados mientras se reunía el Consejo de Guerra que sin mucho parlamento condenó a muerte a los tres cristianos acusándolos de traición. La sentencia les fue comunicada en el toldo mayor en presencia de Callfucurá y fue entonces cuando ya parecía que nada se podía hacer para salvar la vida que Solano, dirigiéndose al Cacique inició un largo discurso poniendo en evidencia la sincera amistad que lo había llevado hasta ese lugar, la ayuda que había logrado para los indígenas en otras ocasiones y lo equivocado del fallo. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios que no revocaban la sentencia Rufino solano encaró decidido a Callfucurá diciéndole:
- Que el poderoso Jefe diga si no es cierto que yo y no su hijo era quien debía ir al frente de la delegación india y si no fue él quien dispuso enviarlo como parlamentario.
Callfucurá, tomado de sorpresa por las palabras del condenado lo miró largo rato, se levantó de la silla que ocupaba y durante algunos minutos se paseó a lo largo y a lo ancho del toldo cabizbajo y meditabundo ante la mirada expectante de los jueces y sentenciados. Luego habló y con voz fuerte, alterada por la emoción dijo dirigiéndose al tribunal:
- Este hombre tiene razón. Yo ordené que fuera mi hijo en esa misión en que encontró la muerte. Por lo tanto este hombre no ser culpable que se vaya en libertad con sus compañeros.
Y al pasar Callfucurá junto a Solano le dijo en español chapurreado: ¡Váyase y huya pronto! ¡Lo más rápido posible antes que mis indios lo maten! Afuera yo no podré contenerlos…
Y así fue como en menos que canta un gallo Solano y sus dos compañeros ensillaron sus caballos y salieron de Salinas Grandes disparando a campo traviesa, mientras que allá lejos iban quedando la feroz indiada que se aprestaba a perseguirlos. Solano les había ganado de mano en la partida, la ventaja era grande y fue imposible darles alcance; pero a la muerte la había visto cerquita, porque los indios mataban a los cristianos prisioneros en medio de escenas espantosas cuando moría la mujer o un hijo del Cacique!
Nuevas incursiones
La fama de Rufino Solano como lenguaraz valiente y decidido se extiende por toda nuestra región y se le confían numerosas misiones ante diversos caciques y el mismo Callfucurá que olvidando el suceso anteriormente relatado le entrega su amistad y lo protege, brindándole comodidades en Salinas Grandes. Hasta allí llega nuevamente Solano en el año 1865 después de lograr abrirse paso a través de indios “bomberos” que como avanzada del ejército indio vigilan todos los pasos. Viaja desde Olavarría hasta Salinas Grandes durante más de setenta leguas solo y llevando un caballo de repuesto, trayendo de regreso varias mujeres cristianas que se hallaban cautivas y fueron devueltas a su familia una vez traspuestas las fronteras. Al año siguiente se retira el Coronel Benito Machado y es reemplazado en el mando de las fuerzas de frontera por el Coronel Don Álvaro Barrosa cuyas órdenes continuó sirviendo Solano siendo ascendido en 1868 a Teniente 2º, realizando nuevos viajes a Salinas Grandes donde permanece largas temporadas. En esas circunstancias el el valiente azuleño discute con Callfucurá y sus consejeros la mejor manera de llegar a un acuerdo con el gobierno nacional y evitar la lucha sangrienta y en esos vaivenes logra rescatar a unos treinta cautivos con los que regresa al Azul. A partir de entonces poco es lo que se puede hacer para detener la indiada porque Callfucurá se ha lanzado a la guerra sin cuartel e invade la zona de Bahía Blanca. Quequén y Tres Arroyos matoneando a lo largo de esa ruta para regresar a salinas Grandes con un inmenso arreo y cientos de cautivos. El cacique prepara nuevos malones y el ejército nacional se prepara para contenerlo y vencerlo.
Se derrumba el imperio
Y tal como se lo fuera pronosticando en sus largas conversaciones mantenidas allá en Salinas Grandes, Callfucurá el Invencible, el diplomático de las pampas, el avezado político de capacidad extraordinaria para el mundo, vio un día a su ejército derrotado en San Carlos de Bolívar por las fuerzas de la civilización a la que se resistió aliarse confiado en su poder. De este indio venido del Oeste a nuestras regiones que tuvo bajo su mando a la Confederación Indiana, que dominaba desde el sud de Azul hasta más allá del Río Negro y los contrafuertes de los Andes, conservó Rufino Solano un recuerdo difícil de borrar, pues no solo le salvó la vida en varias ocasiones sino que lo trató de hermano prodigándole muestras de innegable simpatía. Corría el año 1873 cuando Callfucurá moría a una avanzada edad apesadumbrado por la derrota que las armas argentinas le infligieron y de la que nunca se logró reponer. Por su parte nuevos ascensos en su carrera le correspondieron a nuestro héroe que ya siendo el Capitán Rufino Solano actuó junto a los Generales Arias, Rivas y Leyría hasta terminar con todos los honores la guerra del desierto a fines del siglo pasado.
Entonces pidió su retiro que lo logró con cincuenta años de servicios y se radicó definitivamente en esta ciudad donde vivió en compañía de su familia, hasta fallecer un día del mes de julio de 1913. Hace cincuenta y un años. Algún día cuando se escriba la historia de Azul irán apareciendo héroes hasta ahora anónimos que como el Capitán Rufino Solano entregaron lo mejor de su vida en aras de la Patria contribuyendo a su grandeza sin pedirle nada más que el honor de servirla con honra y sacrificio y morir por ella llevando al frente la gloriosa bandera azul y blanca.
Autor: Pedro Borghi López, Azul, año 1964.-
FUENTE: "Hemeroteca de Azul JUAN MIGUEL OYHANARTE"
*“Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capitán Rufino Solano (sic)”, misma obra (A. del Valle, Capítulo “Fundación de Azul”), mismo Tomo, Pág. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjamín Victorica, en el año 1881; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Nación, República Argentina, Buenos Aires, Edición 1881.-
Un pedazo de historia de Azul:
El Capitán Expedicionario en la guerra del Desierto Rufino Solano,
Lenguaraz del ejército nacional
Esta es la breve historia del valiente que quedó relegado en el olvido porque así los hombres lo quisieron: sus propios coterráneos, aquellos que se beneficiaron con sus hazañas, con sus sacrificios realizados para servir y proteger a la creciente población que iba extendiéndose por estos pagos a mediados del siglo pasado. La historia de un Héroe que necesitaría todo un libro para desarrollarla en sus mil y un episodios en que se vio aquel hombre envuelto; las traidoras encrucijadas que se vio obligado a sortear con peligro de su vida; las trampas mortales que lo acechaban en el cumplimiento de su esforzada misión que le iba siendo confiada por los comandos del ejército que había emprendido hace ciento cuarenta años la Guerra Desierto teniendo como principal enemigo al indio salvaje, implacable y cruel, cuyo Jefe fuera más tarde el temible Cacique fundado por de la Dinastía de los Piedras Callfucurá.
La caballería y las caravanas ponen un mojón en la pampa indómita
Finalizaba el año1832 y en aquel caluroso mes de Diciembre avanzaban desde el norte en dirección al centro de la provincia de Buenos Aires, pampa inmensa, mar de hierbas, alborotada de día por el trajinar de miles y miles de vacunos y caballos, por el galopar de las indiadas y los cantos de las aves y silenciosa de noche con su cielo tachonado de estrellas que parecían colgar como brillantes farolas, avanzaban, decía, escuadrones de Regimiento 5º de Caballería (los famosos Colorados del Monte) al mando del comandante Don Pedro Burgos, que había partido de su Estancia “Los Milagros” en el partido de Pila para fundar un pueblo que sería luego nuestra ciudad de Azul y San Serapio Mártir. Casi a la par de esta tropa venía también desde el Salado un convoy en caravana compuesto por dos galeras, carretas, y carros e los que viajaban numerosas familias con materiales de construcción al mando del comandante Solano (*padre de Rufino Solano) a quien acompañaba un médico y un cura – capellán del ejército- encontrándose militares y civiles a mediados de Diciembre a orillas del Callvú Leovú iniciando de inmediato la construcción de un fortín y el rancherío para el alojamiento de las familias y las tropas, denominándosele Fuerte Federación y más tarde Fuerte Azul de San Serapio Mártir. Dramáticos fueron aquellos primeros años para los pobladores de ésta dilatada zona poblada por las tribus de las indiadas de los caciques Venancio, Laudan, Catriel y Cachul, cuyas depredaciones provocaban dramáticos episodios llevando el terror a los cristianos. Felizmente Catriel y Cachul mediante sendos acuerdos con el gobierno iniciaron cordiales relaciones con Juan Manuel de Rosas, compadre del comandante Pedro Burgos y mediante la donación de extensas praderas por el Jefe de Frontera General Manuel Escalante, quedaron alojadas con sus tribus a la orilla izquierda del Arroyo Azul en dirección al norte hasta algunas leguas de Tapalquén. Días tristes y largas noches de expectativas y de terror se fueron viviendo en aquél Azul nacido entra alarmas y zozobras. Hombres y Mujeres dormían con un ojo abierto ante el temor de un ataque por sorpresa de los indios, que año a año se fueron sucediendo hasta culminar el año 1835 cuando el temible Callfucurá con 3.000 lanzas asaltó en sangriento malón al pueblo dejando en sus calles los cadáveres de más de trescientos vecinos, llevándose decenas de mujeres y niños cautivos para Salinas Grandes, la capital del imperio del soberano indio, dejando tras de si incendios, llantos y profundo dolor. En ese ambiente salvaje nació y creció el más tarde Capitán Rufino Solano, que vio la luz en Azul allá por el año 1837, hijo del Comandante Solano fundador del pueblo con el comandante Don Pedro Burgos unidos en su esfuerzo cívico – militar. Familiarizado con el peligro el Capitán Solano se mezcló desde pequeño con los indios del lugar y de ellos aprendió a hablar el idioma Pampa y el Araucano tan bien como el castellano lo que le sirvió más tarde para cobrar fama de lenguaraz el hombre que servía de enlace entre los poderosos caciques y los delegados del Gobierno Nacional, prestando desde entonces grandes servicios a la Patria. Fue su misión la de Diplomático en la extensa Pampa que cruzó de Este a Oeste, de Norte a Sud, sereno, imperturbable, jinete en su caballo criollo teniendo de día el dilatado mar de los pastos: “Inmenso piélago verde – donde la vista se pierde – sin tener donde pasar” – y de noche por techo del cielo tenebroso o brillante con estrellas que le marcan el rumbo, durmiendo en la intemperie a veces entre temporales, calado hasta los huesos por las lluvias cuyas aguas le impedían la marcha al desbordarse los arroyos y cañadones. Era sufrir los rigores del sol en el verano y del intenso frío en el invierno con el estoicismo de un espartano; era vivir días, semanas y meses sacrificados en su misión que debía cumplir porque era su deber, porque así lo exigían las órdenes, porque así podía conquistar más tierras al salvaje para la Patria. No importaba al Capitán Solano galopar días y días bajo el implacable sol de Enero, cruzar desiertos o perderse en los altos pajonales de esa pampa que se extendía solitaria pero traidora hacia al sud teniendo como mojones algún otro Fortín con su pobrísima guarnición de cinco o seis hombres que ante la alarma provocada por los cascos de algún pingo asomaban rotosos y macilentos por la puerta de un rancho rodeado por la empalizada los que estaban allí olvidados por el gobierno, protegidos solo en su fe en Dios y en la Patria y algunos fusiles viejos de la guerra de la Independencia para defenderse de la indiada. Bien podían decir aquellos que se vivía para morir con mucha pena y poca gloria…
Treinta o cuarenta leguas separaban entre si a tales vanguardias de la civilización y quienes se arriesgaban a cumplir su misión en tan precario medio tenían la muerte acompañándolo a su frente, a sus costados, a sus espaldas. Se guiaba el baquiano, el lenguaraz por su instinto y ponía como escudo al peligro su valor y su confianza, como diría después Hernández en su inmortal “Martín Fierro”:
“Para vencer un peligro
Salvar de cualquier abismo,
Por experiencia lo afirmo,
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en si mismo”.
De esta manera el Capitán Solano, obstáculos tras obstáculos, confiándose al indio amigo y durmiendo en sus toldos cuando el frío arreciaba y las heladas quemaban la piel en las largas noches invernales. Paisajes salvajes, inhóspitos e ingratos para el cuerpo y para el alma. Por ello cuando se echa una mirada hacia atrás y se llega a ese pasado tan escabroso que lo escabroso tiene la sublimidad de lo heroico que vivió durante años esta hermosa tierra que es el Azul y se prolonga en su llanura a la vera del Callvú Leovú hasta llegar a las serranías que se extienden como una larga cadena hacia el sud: cuando de una pincelada se borra lo que la civilización nos ha traído y gozamos en la actualidad y nos queda solitario el Fortín de Azul y San Serapio como punto en el centro de la Provincia levantado hace 132 años a la vera del arroyo, rodeado de pajonales y rodeado sus días y sus noches con los gritos extraños de la pampa extendiéndose a veces como los sonidos de un informe orquesta matizados con el resoplar de vientos huracanados, temporales provocados por le sudestada o el rugir del pampero, quedamos frente a un cuadro patético y miserable pleno de angustia para los pobladores recién llegados a estas tierras, que únicamente mitigaban su preocupación por el futuro confiados en la Cruz redentora que abría sus brazos en el rancho largo de la humilde iglesia custodiada por el cura gaucho y los valientes hombres que arma en brazo vigilaban el horizonte para no ser sorprendidos por el bárbaro malón. Fue en ese ambiente de temor al devenir, de incertidumbre y de pobreza franciscana que fue creciendo Rufino Solano, el que más tarde sería Capitán del Ejército Nacional y en su misión de Lenguaraz hombre de confianza de los comandantes de las fuerzas expedicionarias en la Guerra del Desierto y a quien dijera ese gran patriota que fue Don Adolfo Alsina:
“Usted Rufino Solano
es en su oficio tan útil al
país como el mejor guerrero”
Aquellos primeros años de Solano fueron de trajín. Su padre cumplió su misión a conciencia disponiendo que todo el material que venía en las carretas fuera entregado al levantarse el Fortín de Azul a sus pobladores que herramienta en mano fueron los primeros artesanos en esta inhóspitas llanuras, levantando dentro y fuera del fortín las primeras viviendas en cuyo centro el mangrullo servía como torre para la vigilancia continua.
Ardua fue la tarea que le tocó desde pequeño a este flamante azuleño desarrollada entre el relincho de las yeguadas alzadas, el rugir de las haciendas y el ruido de los sables en los escuadrones de caballería que defendían el fortín. En ese ambiente de guerra y de continuos vaivenes mientras se cortaban los pajonales y se amasaba el barro para levantar los ranchos, Rufino Solano fue creciendo y sirviendo a los intereses de la pequeña comunidad a la par que junto a los indios que llegaban al fuerte para comerciar aprendía su lenguaje y sus costumbres. Como si presintiera el papel que le tocaría desempeñar años mas tarde, procuraba Solano llegar hasta la intimidad de la familia india, observar sus virtudes y sus vicios, sus alegrías y tristezas. Estudiaba la capacidad que tenían sus caciques y capitanejos y el valor que tenían sus palabras y sus promesas. La falacia de algunos, el lenguaje meloso pero traicionero de otros, el salvajismo de los más durante sus días y noches de borracheras y así en esa vida dura del campamento llena de privaciones, fue conociendo a carta cabal al indígena hasta familiarizarse con este en todos sus aspectos lo que le permitió entrar en sus tribus levantadas en el desierto desde que iniciado en la vida militar, niño aún, cumplió heroica y prolongada campaña por más de medio siglo.
Amigo de Callfucurá
Corría el año 1855 cuando Rufino Solano cumplió 18 años y era enviado al Sud al Fortín Estomba a prestar servicios a las órdenes del Teniente de Caballería Manuel Perafán, que con un destacamento vigilaba la región de Bahía Blanca adentrada en los dominios de Callfucurá, hallándose Salinas Grandes a unas cuarenta leguas de distancia. Fue allí donde en una misión que le fuera confiada con otros compañeros conoció al poderoso monarca de ese vasto imperio. Pudo comprobar entonces y en otras visitas que hiciera a Calfucurá que este era un hombre que gozaba de gran prestigio entre sus fieles y especialmente entre los Caciques de las numerosas tribus que albergaba en sus dominios que se extendían desde el sur de Río Negro hasta las orillas del Río Salado abarcando miles de kilómetros poblados de indiadas que formaban el poderoso ejército con el que guerreaba a las tropas nacionales sin pedir ni dar cuartel Callfucurá que descendía de los araucanos era sagaz, diligente y de gran parlamento, lo que le permitió diplomáticamente conseguir prebendas y subvenciones de las autoridades sin comprometerse mucho.
Condenado a muerte Solano salvó su vida.
Habiendo muerto el Teniente Perafán a manos de la indiada en rudo combate, Rufino Solano actuó posteriormente en el Regimiento 2 de Línea a las órdenes del Alférez Ivano en el Fortín Tapalquén y luego sirvió en Olavarría con el Comandante Lora, hasta que en el año 1865 el célebre Coronel Don Benito Machado comandante del Ejército en esta región lo incorporó como Lenguaraz al Estado Mayor. Cuando Rufino Solano tomó a cargo esa misión ya era un hombre experimentado y había logrado en anteriores ocasiones con paciencia y largas horas de parlamento el pedido que sus jefes le habían confiado. Generalmente mediante tratados de paz, pagando tributos a los caciques alzados y la entrega de tabaco, alcohol, ropas, alimentos y dinero lograba calmar a los más belicosos mientras enfrentaba a los indios ladinos que actuaban al lado de los caciques. Fue en el año 1860 cuando Solano en una misión oficial viajó con dos compañeros que le servían de guarda espalda hasta Salinas Grandes para entrevistarse con Callfucurá enviado para pactar con aquel. En este viaje como en otros anteriores Solano se jugaba la vida, pues otra cosa no podía ser penetrar en el Desierto dominado completamente por el indígena y sin defensa por el desconocimiento del terreno que atravesaba y de los lugares donde existían buenas aguadas y refugios. Pero Rufino Solano con coraje a toda prueba y confiado a su suerte avanzó hacia Salinas Grandes donde llegó a entrevistarse con Callvucurá. Se trataba de llegar a un acuerdo para evitar una nueva guerra, pero como el Cacique desconfiara le pidió que enviara una delegación de indios hasta el Fortín Estomba a cuyo frente iría Solano.
No quiso Callfucurá tal propuesta y en cambio accedió a mandar a uno de sus hijos (los tenía por docena en su tribu) la encabezara, pero quiso la mala suerte que en el camino se produjera un encuentro con milicianos armados y se trabaron en combate siendo muerto el hijo de Callfucurá. De inmediato y al tener conocimiento en Salinas Grandes de lo sucedido se alborotó la indiada y Solano con sus dos compañeros fueron tomados prisioneros y celosamente custodiados mientras se reunía el Consejo de Guerra que sin mucho parlamento condenó a muerte a los tres cristianos acusándolos de traición. La sentencia les fue comunicada en el toldo mayor en presencia de Callfucurá y fue entonces cuando ya parecía que nada se podía hacer para salvar la vida que Solano, dirigiéndose al Cacique inició un largo discurso poniendo en evidencia la sincera amistad que lo había llevado hasta ese lugar, la ayuda que había logrado para los indígenas en otras ocasiones y lo equivocado del fallo. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios que no revocaban la sentencia Rufino solano encaró decidido a Callfucurá diciéndole:
- Que el poderoso Jefe diga si no es cierto que yo y no su hijo era quien debía ir al frente de la delegación india y si no fue él quien dispuso enviarlo como parlamentario.
Callfucurá, tomado de sorpresa por las palabras del condenado lo miró largo rato, se levantó de la silla que ocupaba y durante algunos minutos se paseó a lo largo y a lo ancho del toldo cabizbajo y meditabundo ante la mirada expectante de los jueces y sentenciados. Luego habló y con voz fuerte, alterada por la emoción dijo dirigiéndose al tribunal:
- Este hombre tiene razón. Yo ordené que fuera mi hijo en esa misión en que encontró la muerte. Por lo tanto este hombre no ser culpable que se vaya en libertad con sus compañeros.
Y al pasar Callfucurá junto a Solano le dijo en español chapurreado: ¡Váyase y huya pronto! ¡Lo más rápido posible antes que mis indios lo maten! Afuera yo no podré contenerlos…
Y así fue como en menos que canta un gallo Solano y sus dos compañeros ensillaron sus caballos y salieron de Salinas Grandes disparando a campo traviesa, mientras que allá lejos iban quedando la feroz indiada que se aprestaba a perseguirlos. Solano les había ganado de mano en la partida, la ventaja era grande y fue imposible darles alcance; pero a la muerte la había visto cerquita, porque los indios mataban a los cristianos prisioneros en medio de escenas espantosas cuando moría la mujer o un hijo del Cacique!
Nuevas incursiones
La fama de Rufino Solano como lenguaraz valiente y decidido se extiende por toda nuestra región y se le confían numerosas misiones ante diversos caciques y el mismo Callfucurá que olvidando el suceso anteriormente relatado le entrega su amistad y lo protege, brindándole comodidades en Salinas Grandes. Hasta allí llega nuevamente Solano en el año 1865 después de lograr abrirse paso a través de indios “bomberos” que como avanzada del ejército indio vigilan todos los pasos. Viaja desde Olavarría hasta Salinas Grandes durante más de setenta leguas solo y llevando un caballo de repuesto, trayendo de regreso varias mujeres cristianas que se hallaban cautivas y fueron devueltas a su familia una vez traspuestas las fronteras. Al año siguiente se retira el Coronel Benito Machado y es reemplazado en el mando de las fuerzas de frontera por el Coronel Don Álvaro Barrosa cuyas órdenes continuó sirviendo Solano siendo ascendido en 1868 a Teniente 2º, realizando nuevos viajes a Salinas Grandes donde permanece largas temporadas. En esas circunstancias el el valiente azuleño discute con Callfucurá y sus consejeros la mejor manera de llegar a un acuerdo con el gobierno nacional y evitar la lucha sangrienta y en esos vaivenes logra rescatar a unos treinta cautivos con los que regresa al Azul. A partir de entonces poco es lo que se puede hacer para detener la indiada porque Callfucurá se ha lanzado a la guerra sin cuartel e invade la zona de Bahía Blanca. Quequén y Tres Arroyos matoneando a lo largo de esa ruta para regresar a salinas Grandes con un inmenso arreo y cientos de cautivos. El cacique prepara nuevos malones y el ejército nacional se prepara para contenerlo y vencerlo.
Se derrumba el imperio
Y tal como se lo fuera pronosticando en sus largas conversaciones mantenidas allá en Salinas Grandes, Callfucurá el Invencible, el diplomático de las pampas, el avezado político de capacidad extraordinaria para el mundo, vio un día a su ejército derrotado en San Carlos de Bolívar por las fuerzas de la civilización a la que se resistió aliarse confiado en su poder. De este indio venido del Oeste a nuestras regiones que tuvo bajo su mando a la Confederación Indiana, que dominaba desde el sud de Azul hasta más allá del Río Negro y los contrafuertes de los Andes, conservó Rufino Solano un recuerdo difícil de borrar, pues no solo le salvó la vida en varias ocasiones sino que lo trató de hermano prodigándole muestras de innegable simpatía. Corría el año 1873 cuando Callfucurá moría a una avanzada edad apesadumbrado por la derrota que las armas argentinas le infligieron y de la que nunca se logró reponer. Por su parte nuevos ascensos en su carrera le correspondieron a nuestro héroe que ya siendo el Capitán Rufino Solano actuó junto a los Generales Arias, Rivas y Leyría hasta terminar con todos los honores la guerra del desierto a fines del siglo pasado.
Entonces pidió su retiro que lo logró con cincuenta años de servicios y se radicó definitivamente en esta ciudad donde vivió en compañía de su familia, hasta fallecer un día del mes de julio de 1913. Hace cincuenta y un años. Algún día cuando se escriba la historia de Azul irán apareciendo héroes hasta ahora anónimos que como el Capitán Rufino Solano entregaron lo mejor de su vida en aras de la Patria contribuyendo a su grandeza sin pedirle nada más que el honor de servirla con honra y sacrificio y morir por ella llevando al frente la gloriosa bandera azul y blanca.
Autor: Pedro Borghi López, Azul, año 1964.-
FUENTE: "Hemeroteca de Azul JUAN MIGUEL OYHANARTE"
*“Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capitán Rufino Solano (sic)”, misma obra (A. del Valle, Capítulo “Fundación de Azul”), mismo Tomo, Pág. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjamín Victorica, en el año 1881; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Nación, República Argentina, Buenos Aires, Edición 1881.-
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