La Asociación de Psiquiatria de EEUU (APA) suprimio a la homosexualidad del catalogo de enfermedades por presiones políticas y no como resultados de estudios médicos o cientificos
Testimonios de un ex-activista pro-gay revela que la Asociación de Psiquiatría removió la homosexualidad de su catálogo de padecimientos no por estudios psiquiátricos, sino por presiones y cuestiones políticas de activistas gay. Uno de los psiquiatras que apoyaban esta decisión política , Dr. Robert Spitzer, declara que se cometió un grave error y presenta un estudio llamado "Terapia de Reorientación Sexual para Homosexuales".
De manera comprensible y partiendo de estos antecedentes, el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) incluía la homosexualidad en el listado de desórdenes mentales. Sin embargo, en 1973 la homosexualidad fue extraída del DSM en medio de lo que el congresista norteamericano W. Dannemeyer denominaría "una de las narraciones más deprimentes en los anales de la medicina moderna".
El episodio ha sido relatado ampliamente por uno de sus protagonistas, Ronald Bayer, conocido simpatizante de la causa gay, y ciertamente constituye un ejemplo notable de cómo la militancia política puede interferir en el discurso científico modelándolo y alterándolo. Según el testimonio de Bayer, dado que la convención de la Asociación psiquiátrica americana (APA) de 1970 iba a celebrarse en San Francisco, distintos dirigentes homosexuales acordaron realizar un ataque concertado contra esta entidad. Se iba a llevar así a cabo "el primer esfuerzo sistemático para trastornar las reuniones anuales de la APA".
Cuando Irving Bieber, una famosa autoridad en transexualismo y homosexualidad, estaba realizando un seminario sobre el tema, un grupo de activistas gays irrumpió en el recinto para oponerse a su exposición. Mientras se reían de sus palabras y se burlaban de su exposición, uno de los militantes gays le gritó: "He leído tu libro, Dr. Bieber, y si ese libro hablara de los negros de la manera que habla de los homosexuales, te arrastrarían y te machacarían y te lo merecerías". Igualar el racismo con el diagnóstico médico era pura demagogia y no resulta por ello extraño que los presentes manifestaran su desagrado ante aquella manifestación de fuerza.
Sin embargo, el obstruccionismo gay a las exposiciones de los psiquiatras tan sólo acababa de empezar. Cuando el psiquiatra australiano Nathaniel McConaghy se refería al uso de "técnicas condicionantes aversivas" para tratar la homosexualidad, los activistas gays comenzaron a lanzar gritos llamándole "sádico" y calificando semejante acción de "tortura". Incluso uno se levantó y le dijo: "¿Dónde resides, en Auchswitz?".
A continuación los manifestantes indicaron su deseo de intervenir diciendo que habían esperado cinco mil años mientras uno de ellos comenzaba a leer una lista de "demandas gays". Mientras los militantes acusaban a los psiquiatras de que su profesión era "un instrumento de opresión y tortura", la mayoría de los médicos abandonaron indignados la sala. Sin embargo, no todos pensaban así.
De hecho, algunos psiquiatras encontraron en las presiones gays alicientes inesperados. El Dr. Kent Robinson, por ejemplo, se entrevistó con Larry Littlejohn, uno de los dirigentes gays, y le confesó que creía que ese tipo de tácticas eran necesarias, ya que la APA se negaba sistemáticamente a dejar que los militantes gays aparecieran en el programa oficial. A continuación se dirigió a John Ewing, presidente del comité de programación, y le dijo que sería conveniente ceder a las pretensiones de los gays porque de lo contrario "no iban solamente a acabar con una parte" de la reunión anual de la APA.
Según el testimonio de Bayer, "notando los términos coercitivos de la petición, Ewing aceptó rápidamente estipulando sólo que, de acuerdo con las reglas de la convención de la APA, un psiquiatra tenía que presidir la sesión propuesta". Que la APA se sospechaba con quien se enfrentaba se desprende del hecho de que contratara a unos expertos en seguridad para que evitaran más manifestaciones de violencia gay. No sirvió de nada.
El 3 de mayo de 1971, un grupo de activistas gays irrumpió en la reunión de psiquiatras del año y su dirigente, tras apoderarse del micrófono, les espetó que no tenían ningún derecho a discutir el tema de la homosexualidad y añadió: "podéis tomar esto como una declaración de guerra contra vosotros". Según refiere Bayer, los gays se sirvieron a continuación de credenciales falsas para anegar el recinto y amenazaron a los que estaban a cargo de la exposición sobre tratamientos de la homosexualidad con destruir todo el material si no procedían a retirarlo inmediatamente.
A continuación se inició un panel desarrollado por cinco militantes gays en el que defendieron la homosexualidad como un estilo de vida y atacaron a la psiquiatría como "el enemigo más peligroso de los homosexuales en la sociedad contemporánea". Dado que la inmensa mayoría de los psiquiatras podía ser más o menos competente, pero desde luego ni estaba acostumbrada a que sus pacientes les dijeran lo que debían hacer ni se caracterizaba por el dominio de las tácticas de presión violenta de grupos organizados, la victoria del lobby gay fue clamorosa.
De hecho, para 1972, había logrado imponerse como una presencia obligada en la reunión anual de la APA. El año siguiente fue el de la gran ofensiva encaminada a que la APA borrara del DSM la mención de la homosexualidad. Las ponencias de psiquiatras especializados en el tema como Spitzer, Socarides, Bieber o McDevitt fueron ahogadas reduciendo su tiempo de exposición a un ridículo cuarto de hora mientras los dirigentes gays y algún psiquiatra políticamente correcto realizaban declaraciones ante la prensa en las que se anunciaba que "los médicos deciden que los homosexuales no son anormales".
Finalmente, la alianza de Kent Robinson, el lobby gay y Judd Marmor, que ambicionaba ser elegido presidente de la APA, sometió a discusión un documento cuya finalidad era eliminar la mención de la homosexualidad del DSM.
Su aprobación, a pesar de la propaganda y de las presiones, no obtuvo más que el 58 por ciento de los votos. Se trataba, sin duda, de una mayoría cualificada para una decisión política pero un tanto sobrecogedora para un análisis científico de un problema médico. No obstante, buena parte de los miembros de la APA no estaban dispuestos a rendirse ante lo que consideraban una intromisión intolerable y violenta de la militancia gay. En 1980, el DSM incluyó entre los trastornos mentales una nueva dolencia de carácter homosexual conocida como ego-distónico. Con el término se había referencia a aquella homosexualidad que, a la vez, causaba un pesar persistente al que la padecía.
En realidad, se trataba de una solución de compromiso para apaciguar a los psiquiatras -en su mayoría psicoanalistas- que seguían considerando la homosexualidad una dolencia psíquica y que consideraban una obligación médica y moral ofrecer tratamiento adecuado a los que la padecían. Se trató de un triunfo meramente temporal frente a la influencia gay.
En 1986, los activistas gays lograban expulsar aquella dolencia del nuevo DSM e incluso obtendrían un nuevo triunfo al lograr que también se excluyera la paidofilia de la lista de los trastornos psicológicos. En Estados Unidos, al menos estatutariamente, la homosexualidad -y la paidofilia- había dejado de ser una dolencia susceptible de tratamiento psiquiátrico.
Cuestión aparte es que millares de psiquiatras aceptaran aquel paso porque la realidad es que hasta la fecha han seguido insistiendo en que la ideología política -en este caso la del movimiento gay- no puede marcar sus decisiones a la ciencia y en que, al haber consentido en ello la APA, tal comportamiento sólo ha servido para privar a los enfermos del tratamiento que necesitaban.
Se piense lo que se piense al respecto -y la falta de unanimidad médica debería ser una buena razón para optar por la prudencia en cuanto a las opiniones tajantes- la verdad era que la decisión final que afirmaba que la homosexualidad no era un trastorno psicológico había estado más basada en la acción política -y no de la mejor especie- que en una consideración científica de la evidencia. Por ello, ética y científicamente no se diferenciaba mucho, por lo tanto, de aberraciones históricas como el proceso de Galileo o las purgas realizadas por Lysenko.
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DESPOLITIZAR LA HOMOSEXUALIDAD
Robert L. Spitzer, psiquiatra y profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York), fue uno de los que en 1973 promovieron que la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) retirara la homosexualidad de la lista de trastornos psíquicos (DSM), decisión que tuvo consecuencias en todo el mundo. Ahora, durante la asamblea anual de la APA (Nueva Orleans, 10-15 de mayo), Spitzer ha presentado los resultados de un estudio según el cual, de 153 hombres y 47 mujeres entrevistados por él, el 66% de los hombres y el 44% de las mujeres habían cambiado su orientación sexual, pasando de la homosexualidad a la heterosexualidad.
En todos los casos, se trataba de personas que habían recurido a psicoterapia o ayuda espiritual de carácter religioso con el fin de cambiar su orientación sexual. Según declara Spitzer, el objetivo de su estudio no era saber si todos los homosexuales pueden cambiar, sino averiguar hasta qué punto los que desean cambiar lo consiguen. De todos modos, el mero hecho de plantearlo le ha acarreado duras críticas.
En otro estudio sobre el mismo tema, los psicólogos neoyorquinos Ariel Shidlo y Michael Schroeder entrevistaron –entre 1995 y 2000– a 202 gays y lesbianas que recibían ayuda médica en materia sexual. De ellos, 178 no cambiaron su orientación, 18 comenzaron a ser asexuales o tuvieron otras reacciones conflictivas, y 6 comenzaron a ser heterosexuales.
Sobre ambos estudios hemos conversado con el Dr. Aquilino Polaino-Lorente, psiquiatra y catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense de Madrid. “Habrá que esperar a conocer el contenido íntegro de ambos estudios –dice Aquilino Polaino– para valorar sus conclusiones. En concreto, será muy interesante conocer la predisposición a la reorientación sexual de los entrevistados y si al tratamiento psicoterapéutico se ha añadido medicación”. Polaino-Lorente ha tratado a más de 150 homosexuales, y dice no haber encontrado dos casos iguales. “Además conviene no olvidar la frecuente presencia en los homosexuales de dos trastornos simultáneos (un fenómeno denominado comorbilidad que suele abrir numerosos interrogantes sobre su interacción, influencia, relación causa-efecto y efectos de acción-reacción cuando se actúa médicamente sobre ellos): los trastornos de personalidad y los trastornos obsesivo-compulsivos”.
El presidente de la APA, Daniel Borenstein, no ha tardado en reaccionar para distanciarse del estudio de Spitzer. “Hay gente –declaró inmediatamente Borenstein al Washington Post– que piensa que toda conducta homosexual debe, tiene y puede ser cambiada, e intentan imponer sus valores morales. Lo cual es inapropiado”.
Para Polaino-Lorente, la actitud del presidente de la APA “se basa en una confusión deontológica: el médico no impone el tratamiento, sino que acoge la petición de ayuda de personas que sufren física o psíquicamente. De hecho, en Estados Unidos se está ejerciendo enorme presión sobre los psiquiatras que admiten a pacientes homosexuales que piden terapia de reorientación sexual”.
Spitzer salía al paso del aluvión de reacciones generadas por su intervención en el congreso de la APA, con un artículo publicado por Wall Street Journal (23-V-2001). Después de recordar los parabienes y las enemistades que se procuró al promover la salida en 1973 de la homosexualidad de la lista de trastornos psiquiátricos, comenta que “ahora, en 2001, me encuentro desafiando una nueva ortodoxia. Este desafío me hace aparecer como enemigo de la comunidad gay y de bastantes psiquiatras e instituciones académicas. Mi desafío es poner en cuestión que todo deseo de cambiar la orientación sexual sea siempre el resultado de la presión social y nunca una meta personal y razonable. La nueva ortodoxia establece que es imposible para un individuo que era predominantemente homosexual desde hacía bastantes años cambiar su orientación sexual y ser feliz como heterosexual”.
Spitzer explica que lo que ha descubierto en su estudio es que “se producían cambios sustanciales en las fantasías y en la excitación sexual y no meramente en la conducta. Incluso algunos sujetos que lograron un cambio menos decisivo lo estimaron extremadamente beneficioso. Los cambios absolutos eran infrecuentes”.
Concluye el artículo de Spitzer con un llamamiento al progreso de la ciencia y con una cuestión abierta: “A fin de cuentas, la total integración de los gays en la sociedad no requiere, a mi juicio, sostener la falsa noción de que la orientación sexual está invariablemente determinada en todas las personas”.
“Me parece –concluye Polaino-Lorente– que habría que descontaminar este asunto y proseguir con investigaciones serias. Me resulta inaceptable pretender vincular automáticamente una terapia de reorientación con las convicciones religiosas del psiquiatra y del homosexual que solicita ayuda médica, porque un buen psiquiatra nunca aborda este tema a menos que el paciente se refiera a él. ¿Por qué tanto miedo a los posibles sufrimientos que puede acarrear una terapia de reorientación? Cualquier tratamiento conlleva un dolor no deseado, de cuya posibilidad el buen médico debe informar al paciente, junto a la duración y el coste económico estimados de la terapia”.
Tomado de www.aceprensa.com
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