lunes, 7 de marzo de 2011

LA JUSTIFICACION DEL SISTEMA


Hemos dicho muchas veces que el discurso del Sistema de Dominación esta basado simplemente en la necesidad de su propia justificación. El articulo que subimos a continuación es una suerte de autopsia del mismo que deja a las claras, las medias verdades y las absolutas mentiras en las que se basa el mismo. Una de las cuales es la autoatribución del monopolio de la sabiduria, la ciencia, la humanidad y la cultura.

"LA NARRACIÓN DE LA TRIBU OCCIDENTAL
¿Quieres conocer la verdad, oh ciudadano occidental que devoras pipas apoltronado en la butaca de un cine de barrio? La verdad es que amas a tus enemigos, unos bárbaros asesinos, y odias a tus hermanos, héroes de la cultura. La verdad es que eres el tipo más idiota y manipulado que la historia recuerda. Pero ha llegado tu hora. Vas a tener lo que te mereces: tus amos sionistas han decidido quitarse la máscara.


Los antropólogos descubrieron hace ya algunas décadas que todas las colectividades históricas, desde las tribus más primitivas hasta sociedades complejas como la medieval europea, han construido una narración con el fin de legitimarse a sí mismas, a sus instituciones y a las personas o grupos que las gobiernan. Podríamos pensar que dichos “cuentos” son tanto más ingenuos cuanto más nos remontamos hacia atrás en la historia y que la llamada civilización occidental, ilustrada y democrática, habría superado tales apologías, colocando en su lugar el pensamiento crítico del que nuestros intelectuales progresistas se enorgullecen cada vez que hablan con desprecio, por ejemplo, del “fascismo”.

Sin embargo, no es así. La realidad es que occidente ha elaborado su propia narración legitimadora, cuya desvergüenza e indecencia es directamente proporcional, precisamente, a las pretensiones modernas de haber “superado” dicha "barbarie" conceptual. Nada más brutal que la narración de la tribu occidental, pocas la superan en lo que respecta a falsía, simplismo y afán tergiversador, además de suicida. En efecto, mientras las tribus llamadas "primitivas" crearon construcciones poéticas de un tiempo y un lugar en los que no se les podría reprochar la total ausencia de criticismo y cientificidad, la fábula de la tribu occidental cae deliberadamente por debajo de la ciencia, se despoja a propósito de cualquier resquicio de veracidad y valores estéticos, se configura sólo como una mera pieza de propaganda totalitaria, película de serie B, auténtica escoria moral e intelectual brotada de cerebros indignos de existir. En suma, pura mierda, que encima pagamos por visionar para, en nombre de los "derechos humanos", sufragar el racismo de la ultraderecha hebrea.
La narración contemporánea vigente en occidente empezó a fraguarse durante la Primera Guerra Mundial. El filósofo judeo-norteamericano de fama mundial Noam Chomsky avala estos orígenes:
Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandado de Woodrow Wilson. Éste fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma Paz sin Victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir a la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo (Chomsky, N., Cómo nos venden la moto, Barcelona, Icaria, 2001, pp. 8-9).

¿Cómo lo consiguieron?

El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos. (...) Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento -tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas- era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo. Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra (op. cit., pp. 9-10).
Si lo hicieron durante la Primera Guerra Mudial, ¿por qué no después? ¿Por qué no hasta hoy, como parece evidente? Y si es así, ¿cómo es posible que Chomsky dé por buena la narración de la Segunda Guerra Mundial? ¿La da? Se ha hablado mucho de los contactos de Chomsky con los revisionistas:


Sin embargo, ni siquiera Chomsky parece atreverse a dar el paso definitivo y negar el dogma. O sea que en su celebérrimo ensayo Cómo nos venden la moto (1993) sigue utilizando los nombres de conocidos dirigentes nacionalsocialistas como ejemplos palmarios de la maldad absoluta, sin detenerse a pensar que cuestionarlo todo excepto la "almendra esencial" equivale a no cuestionar nada y a reforzar,e n cambio, el dispositivo ideológico de manipulación. Con ello contradice sus propios presupuestos, pero no debe extrañarnos teniendo en cuenta el auténtico linchamiento mediático que ha sufrido por atreverse a escuchar y tener en cuenta los planteamientos revisionistas que, no obstante, se siguen con lógica fulminante de lo que él mismo afirma sobre el dominio fraudulento de los medios de comunicación en las pseudo democracias liberales actuales.

Veamos cuáles son los ingredientes básicos de la fábula con que se lavan los cerebros de millones de niños occidentales para que no vuelvan a pensar: 1/ los hombres que desembarcaron en Normandía en verano de 1944 representaban la civilización frente a la “barbarie nazi”; 2/ los angloamericanos y los soviéticos encarnaban la inteligencia, la cultura, la tolerancia; el nazismo fue simplemente idiota, carente de nivel filosófico como ideología; y 3/ el liberalismo y el comunismo eran moral y políticamente superiores al nacionalsocialismo y al fascismo; 4/ la lucha contra el "fascismo" representó una heroica cruzada de hombres “decentes” (los rusos un tanto “brutotes”, pero bonachones a la postre) contra un enemigo literalmente inhumano, el "mal absoluto", el demonio (!hete aquí la ilustración!).
En las películas de Hollywood todo esto aparece muy simplificado, en una versión literalmente mongoloide, al gusto de las masas “civilizadas” que encarnan el triunfo del “bien” y muestran la eficacia cretinizante de los mecanismos "educativos" "democráticos". Los nazis son estúpidos y crueles; normalmente, además, muy feos. En la sala de cine contemplamos a los que les superarían de todo punto comiendo pipas y disfrutando de las carnicerías cómodamente apoltronados en sus butacas. ¿Quién no recuerda “El desafío de las Águilas”? Los alemanes suben las escaleras de la torre en forma de autómatas para a la postre ser abatidos como muñecos. !Bravo! Un "demócrata" de esos que votan cada cuatro años debe de sentirse muy orgulloso de sí mismo. Por otra parte, en la narrativa al uso el norteamericano se nos presenta como un soldado admirable, heroico, que derriba cientos de alemanes mientras masca chicle y se muestra, además, simpático, piadoso, campechano, preocupado por la suerte de los civiles... Los fascistas son simples fanáticos, matones con cicatriz, la cultura está de lado del maestro de escuela yanqui que lee a Homero en una edición de bolsillo mientras espera tranquilamente la avalancha de tanques germanos, a los que destruirá con unas pocas granadas mientras bromea y se fuma un pitillo… Etcétera. Todos han visto esas “obras” maestras de la extrema derecha judía que controla Hollywood, sede mundial del cine (=propaganda). Pero, ¿qué hay de realidad en ellas cuando esgrimen, sin enrojecer de vergüenza, la frase: “inspirada en hechos reales”? Muy poco.

Hoy sabemos que los norteamericanos eran unos asesinos. Sobre ellos recae la matanza de 1 millón de prisioneros alemanes desarmados, la hambruna planificada de posguerra en Alemania, con varios millones de civiles exterminados siguiendo el método soviético en Ucrania, las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki lanzadas sobre un Japón dispuesto ya a rendirse… Los británicos, con sus bombardeos incendiarios especialmente destinados a quemar vivos a los civiles alemanes, ancianos, mujeres y niños (tenían previsto aniquilar a 15 millones de personas, la Luftwaffe consiguió que sólo fueran 1 millón), provocaron el holocausto, una mezcla de venganza difusa y abandono institucional forzoso que se tradujo en epidemias y muertes masivas de prisioneros, judíos y no judíos, en los campos de concentración del Tercer Reich. No vamos a dedicar ni un minuto a hablar de los soviéticos, porque pretender que ellos representaban la civilización y la moralidad humanista es algo que, a estas alturas, sólo puede inspirar asco. Los 100 millones de víctimas del comunismo condensan en una simple cifra el fiasco de la presunta superioridad moral de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

¿Inteligencia? ¿Cultura? Hoy sabemos también que los pensadores más importantes del mundo occidental eran alemanes y que no pocos de ellos militaron en el partido nacionalsocialista. Más todavía: somos conscientes de que existe una relación intrínseca entre el pensamiento de Heidegger, cumbre de la filosofía del siglo XX, y la ideología fascista, presunta bazofia iletrada. Compárese la profundidad de la ontología fundamental del filósofo de Messkirch con esa estupidez angloamericana denominada “filosofía analítica”, es decir, el proyecto de reducir la filosofía a trucaje gramatical, a un pseudo problema que se resuelve entendiendo que, en realidad, la filosofía nunca existió, que no era más que una interminable confusión de palabras. ¡No otro sería el resumen del “pensamiento anglosajón”! El “materialismo dialéctico” comunista tampoco iba mucho más allá: disolver la filosofía, esta vez en el magna de un sistema ideológico dictatorial que mataba la ciencia en su misma raíz precisamente porque se declaraba científico e imponía los dogmas del partido a los investigadores. ¿Y el arte? ¿Qué arte pueden oponer los liberal-comunistas a, por ejemplo, Wagner y el proyecto de ópera popular del nacionalsocialismo? ¿Quizá alguno de los cantantes que se ha dedicado a difundir el consumo de drogas entre los jóvenes europeos y americanos hasta convertirlos en una manada de salvajes mentalmente cloroformizados? ¿Es mejor el botellón que un desfile "borreguil" de las Juventudes Hitlerianas? Me parece, al menos, asaz discutible. Asístase a un concierto de rock y compáresele con una escenificación política nazi. La cosa da mucho que pensar.

¿Y la ciencia o la tecnología? Alemania ha sido el último país de la historia que se enfrentó a EEUU desde una posición de superioridad tecnológica. Los científicos alemanes fueron, en la posguerra, la matriz humana de los programas espaciales americano y soviético. Los cohetes, tanques y aviones alemanes, la tecnología alemana en general, traducía la superioridad incuestionable de la ciencia alemana. Desde luego, la mayor parte de los valores culturales que Alemania podía presentar ante el mundo no eran obra de los nazis y éstos lo que hicieron más bien fue aprovecharse de una herencia que el sistema dictatorial hitleriano habría erosionado con el tiempo, pero no cabe duda de que la entidad “Alemania” nada tenía que envidiar culturalmente a las bandas inmundas de mercachifles que desembarcaron en las playas del norte de Francia en 1944 o a las hordas de saqueadores y violadores de niñas que a la sazón penetraran por el Este procedentes de las estepas asiáticas.

En cuanto al supuesto heroísmo que ensalzan las narraciones hollywoodienses, el mito de la valía militar del soldado yanqui empieza a ser cuestionado por los propios historiadores norteamericanos. Así describen los testimonios la realidad en el campo de batalla:

Los yanquis se habían limitado a mirar con un batallón de infantería acompañado de carros de combate. En lugar de hostigar sin descanso al enemigo, daba la impresión de que se hubieran sentado frente a él para esperar a que se retirase. Se sirven de una gran cantidad de fuego de artillería y bombardeo aéreo para que al enemigo se le quiten las ganas de defender sus posiciones, y luego prosiguen en tierra (Hastings, Max, Armagedón. La derrota de Alemania 1944-1945, Barcelona, Memoria Crítica. 2005, pp. 232-233). Abundemos hoy en este tema, sin olvidar sus implicaciones éticas.

Toda la verdad sobre el presunto héroe americano

Esta actitud era al parecer muy corriente entre los americanos. Eludían el enfrentamiento con los alemanes y confiaban en que la artillería y la aviación les resolvieran la papeleta. Normalmente, frente a ellos tenían ya sólo, al final de la guerra, un nido de ametralladoras y poco más. Pero, cuidado, eran alemanes.

Sobre los alemanes:

Hasta que la guerra hubo llegado a un estadio muy avanzado, quienes se encontraban al frente de las fuerzas terrestres británicas y estadounidenses fueron muy conscientes de que, de enfrentarse con las tropas alemanas en cualquier situación cercana a la igualdad de condiciones, era muy probable que sus propias tropas sufriesen una rotunda derrota. Ellos eran mejores que nosotros: nunca haremos demasiado hincapié en eso. Todo soldado aliado que se enfrentaba a ellos lo sabía, y no lo consideraba un hecho humillante. Nosotros no pasábamos de ser aficionados... luchando contra los mejores profesionales del ramo... (Howard, M., "Times Literary Supplement", 21 de abril de 1978, citado por Hastings, M, op. cit., p. 245).

Esta afirmación la hace un ciudadano norteamericano que no sólo es profesor de historia militar, sino alguien que conoció de primera mano la realidad bélica del frente occidental. Dim Robbins (capitán del ejército estadounidense):
Cuando uno veía un Tiger, no podía hacer otra cosa que detenerse. Manejaban aquellos carros de combate con tal destreza, con tanto talento, que resultaba fascinante observarlos. Había una gran diferencia entre su actuación y la nuestra (op. cit., pág. 245).

Para los que hayan leído mis posts sobre la religión germánica y el ocaso de los dioses, la siguiente constatación puede resultar iluminadora:

Pocos de ellos piensan que Alemania tenga alguna posibilidad de alcanzar la victoria final; la mayoría, de hecho, ha reconocido estar cansada de combatir y admite que es inútil proseguir la lucha. Sin embargo, todos han echado los hígados en el campo de batalla. Tal vez de quí haya que deducir que, por baja que se encuentre la moral del soldado alemán, seguirá luchando mientras tenga superiores para darle órdenes y ocuparse de que las acate (Tipps, David, in op cit., p. 245).

Patrick Hennessy, otro ex combatiente yanqui:

Teníamos la impresión de que eran más profesionales que nosotros (op. cot., p. 245).

Los testimonios podrían multiplicarse. Las conclusiones del autor del libro citado son las siguientes:

Los historiadores estadounidenses y británicos han invertido, durante los últimos años, un cúmulo nada despreciable de energías argumentando en torno a la cuestión de si el soldado alemán era superior al aliado. Y todos, a excepción de los más porfiados nacionalistas, han de reconocer que los ejércitos de Hitler actuaron de forma mucho más profesional y lucharon con mucha más determinación que las tropas de Eisenhower (op. cit., p. 162).

Otro historiador de prestigio, el marxista Erix Hobsbawn, confirma a su modo esta apreciación:
(...) la máquina militar alemana (...) tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, era muy superior a todas las demás. La superioridad del ejército alemán como fuerza militar podía haber sido decisiva si los aliados no hubieran podido contar a partir de 1917 con los recursos prácticamente ilimitados de los Estados Unidos (Hobsbawn, E., Historia del siglo XX. 1914-1991, Barcelona, Crítica, 2005, p. 36).

Sin embargo, las conclusiones que Max Hastings saca de estos hechos son totalmente erróneas. En efecto, después de reconocer la realidad, Hastings empieza a moralizar de forma insoportable sobre la presunta superioridad moral del soldado americano:

Se impone un corolario de vital importancia: si los soldados angloestadounidenses se hubiesen imbuido del código de valores que permitió a los del Führer hacer lo que hicieron, el motivo que los llevó a luchar en aquella guerra habría quedado en nada (op. cit., p. 162).

Hastings da a entender, de forma inocente o cínica (no lo sabemos), que los motivos de EEUU para entrar en la guerra contra Alemania fueron de carácter moral. Y concluye:

(...) las tropas estadounidenses y británicas preservaron, durante la batalla, en un grado que no deja de maravillar, la ética, la cortesía y las inhibiciones propias de sus sociedades. Resulta oportuno que un historiador exprese su juicio entorno a los yerros y fracasos de que fueron protagonistas los aliados entre 1944 y 1945, que fueron muchos y de muy diversa índole. Pero también existen razones para apreciar y respetar los valores de que se imbuyeron los ejércitos de Eisenhower (op. cit., pp. 162-163).

Esta pretensión es simplemente un fraude porque los "ejércitos de Eisenhower" cometieron un genocidio con los prisioneros alemanes, un hecho ocultado hasta hace poco pero que ya se ha admitido "oficialmente" en obras como After the Reich. The brutal history of the allied occupation, de Giles Macdonogh, aunque ya se "sabía" por el trabajo de investigación (que se intentó desprestigiar al principio) de James Bacque. Nos hemos ocupado ya del tema en este blog:

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/2009/09/17-millones-de-victimas-el-exterminio.html

No vamos a repetirnos. Lo que ahora nos interesa es no sólo desmontar el argumento del humanismo, sinodemostrar que es el propio "humanismo" el que generó unas atrocidades que, en cambio, desde otra concepción ética, la alemana, no eran posibles. ¿Eran superiores moralmente los aviadores ingleses que lanzaban bombas incendiarias contra civiles que, a final de la guerra, con Alemania ya derrotada y sin motivo alguno que lo justificase, sólo podían generar auténticas masacres inútiles? ¿Eran superiores quienes volatilizaron Hiroshima y Nagasaki para atemorizar a la URSS, es decir, por política? Pero en esto consiste el humanismo, precisamente, desde la Revolución Francesa, segun declaraba la Convention en 1774:

L'humanité consiste à exterminer ses ennemis.

A largo plazo, los gobiernos democráticos no pudieron resistir la tentación de salvar las vidas de sus ciudadanos mediante el desprecio absoluto de la vida de las personas de los países enemigos. La justificación del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no fue que era indispensable para conseguir la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un medio de salvar vidas de soldados estadounidenses. Pero es posible que uno de los argumentos que indujo a los gobernantes de los Estados Unidos a adoptar la decisión fuese el deseo de impedir que su aliado, la Unión Soviética, reclamara un botín importante tras la derrota del Japón (Hobsbawn, op. cit., p. 35).

Detrás de toda esta historia el agente que mueve los hilos no es precisamente la "democracia", sino las oligarquías financieras que metieron a Estados Unidos en la guerra, que estaban interesadas en determinar el resultado del conflicto y que utilizaron el humanismo como mera coartada para la masacrar, para justificar el exterminio sistemático del adversario y luego, por si fuera poco, para criminalizarlo basándose en las inevitables reacciones de venganza que estas pautas de conducta generaron en el otro bando:
Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definción bastante parecida a loq ue acabo de formular. Una alternativa a la democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados. Quizás esto suene como una concepción anticuada de la democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante (Chomsky, N., op. cit., pp. 7-8).

El control de la información por parte de la oligarquía sionista que organizó la Comisión Creel a fin de promover la entrada de EEUU en la Gran Guerra es el mismo que produce industrialmente ("industria cultural") la narración de la tribu occidental, es decir, el "cuento" que al final podemos contemplar en las "terminales" (des)informativas que son pantallas de cine y de la televisión. Hemos visto, a efectos de mera objetividad de la información, lo que sostienen los especialistas sobre la realidad del frente bélico y las características del soldado alemán. Casi nadie discute la evidencia. Pero es también un hecho que Hollywood cuenta otra cosa. Por ejemplo, la película “Patton” nos coloca un marcador de bajas alemanas provocadas por la campaña de este famoso general americano desde el norte de África hasta Francia y, al final de la contienda, nos encontramos nada menos que con 3 millones de alemanes abatidos. Una auténtica mentira porque, a pesar de la superioridad numérica apabullante del material de guerra angloamericano (otra cosa era su calidad), las bajas alemanas en el frente occidental resultaron iguales a las aliadas (unos 200.000 hombres) y ello contando con que, en las últimas semanas de la guerra, Alemania ya no enviaba al frente hombres maduros, sino niños y viejos fácilmente masacrados por el enemigo.

Los veteranos alemanes que combatieron en el frente occidental eran, cultural y moralmente, y hablando siempre en términos generales, mucho más cualificados que los americanos. Los prisioneros aliados occidentales de los alemanes fueron, con muy pocas excepciones, respetados y bien tratados. Se les aplicó, dicho sea brevemente, la civilizada Convención de Ginebra, cosa que, como sabemos, no hicieron los angloamericanos con los alemanes una vez desarmados. Entre los soldados alemanes había poetas, filósofos, escritores... Y, desde luego, eran por lo general unos soldados muy competentes, los más competentes de la historia. Consecuentemente, a nuestro entender, fueron superiores a sus adversarios desde el punto de vista estrictamente militar, pero también humano. ¿Heroísmo? Una vez más no vale la pena hacer este tipo de comparación con las tropas del Ejército Rojo, que superaban a los alemanes en una proporción de 5 a 1. En el frente del Este todo era una cuestión de masa y los alemanes debían compensar con su eficiencia y valor el rodillo puramente numérico -financiado por la oligarquía- que abalanzábase sobre Europa desde Asia.

Nada de eso se nos había contado. La narración de la tribu occidental liberal-burguesa puede calificarse de fábula. Con todos los tremendos errores –y crímenes innegables- del nazismo, quienes desembarcaron en Normandía o avanzaban por el Este hacia Berlín eran unos auténticos bárbaros, asesinos y cobardes sin honor, que luchaban con el fin de destruir la civilización. Una civilización, la nuestra, que ya no existe, siendo así que occidente, literalmente, se encuentra en vías de extinción, tal como el propio Hitler predijo. El nacionalsocialismo pudo cometer atrocidades en la guerra, al igual que lo hicieron sus adversarios en mucha mayor medida, pero nadie pretenderá que el régimen nazi no se orientaba hacia la cultura, que Hitler, por ejemplo, era un tipejo que buscaba enriquecerse: todo lo contrario que los vencedores, encarnados hoy por nuestros políticos actuales, quienes enarbolaban la sola bandera del lucro. Y así andamos. A los hechos me remito. Occidente, el verdadero occidente en tanto que cultura (la cultura, corazón batiente de toda auténtica civilización) fue encarnado por Alemania. Dice Heidegger:


El espíritu no es hueca sagacidad ni sutil juego de ingenio sin compromiso, ni tampoco desmesurado impulso de análisis intelectuales ni inclusive la razón universal, sino que consiste en la decisión originalmente acordada, de estar abierto a sabiendas a la esencia del ser. El espíritu es la autorización concedida a los poderes del Ente como tal y en totalidad. Cuando domina el espíritu, el ente como tal siempre y en todos casos es más ente. Por eso, el preguntar por el ente como tal siempre y en su totalidad, el preguntar de la pregunta ontológica, constituye una de las condiciones esenciales y fundamentales para el despertar del espíritu y con ello del mundo originario de la existencia histórica, así como para refrenar el riesgo del oscurecimiento del cosmos y tomar posesión de la misión histórica de nuestro pueblo (Alemania) que se halla en el centro de occidente (Heidegger, M., Introducción a la metafísica, 1935).

Aniquilada la cultura alemana, extirpada Prusia, su alma, sólo quedó esa carcasa inerte denominada sociedad de consumo, que únicamente sobrevive por inercia pero que ya ha emprendido el camino hacia el ocaso, cumpliendo la predicción de Spengler con unos cuantos siglos de anticipación. El mundo decadente y nauseabundo en el que nos ha tocado vivir queda reflejado en ese cuento donde los bárbaros convertídose han en héroes y los héroes, en bárbaros.

Los bárbaros desembarcaron en Normandía

Algunos lectores considerarán una exageración esta afirmación, como la que se ha hecho más arriba de que los alidos eran unos cobardes asesinos. Pensemos que los soldados americanos eludían el combate directo con los alemanes por puro temor a luchar, una realidad probada y demostrada, pero cuando tuvieron prisioneros a esos dignos militares que habían defendido su patria alemana hasta la última gota de su sangre, es decir, cuando dispusieron de ellos ya indefensos, jugaron con ellos al tiro al blanco o los mataron de hambre, sed y enfermedades. La cobardía es esencial e inherente a una sociedad hedonista y antiheroica que esgrime el placer como valor supremo y odia el deber por el deber como odia la verdad por la verdad misma. Pero esta cobardía tiene como consecuencia necesaria la crueldad, puesto que el cobarde sólo puede descargar su miedo con la víctima inerme, sujeta a su poder. La teorización de la barbarie, la cobardía, el hedonismo y la negación de la muerte constituyen los pilares de la sociedad de consumo y se han objetivado en filósofos como el judío nacionalizado americano Herbert Marcuse, un presunto ideólogo de los "estudiantes rebeldes" de mayo de 1968 que, sin embargo, trabajó para la CIA y firmaba sus libros con frases de reconocimiento, por habéserlos financiado, a la Fundación Rockefeller. Fijémonos en lo que afirma Marcuse y contrastémoslo con la cita de Heidegger:

"La destrucción de la ideología de la muerte supondría una transvaloración explosiva de los conceptos sociales: la buena consciencia de ser un cobarde, la desglorificación y la desublimación; supondría un nuevo "principio de realidad" que liberaría el "principio del placer" en vez de reprimirlo. La mera formulación de estos principios indica por qué han sido convertidos tan rígidamente en tabús. Su realización equivaldría al derrumbamiento de la civilización establecida. Freud ha mostrado las consecuencias de una desintegración (hipotética) o incluso de una relajación esencial del "principio de realidad" predominante: la relación dinámica entre eros y el instinto de muerte es tal que una reducción del segundo por debajo del nivel en que funciona de un modo socialmente útil liberaría al primero más allá del nivel "tolerable". Ello supondría un grado de desublimación que arruinaría las conquistas más valiosas de la civilización" (Marcuse, H., Ensayos sobre política y cultura, "La ideología de la muerte", Barcelona, Ariel, 1970, p. 198).


Marcuse resume el programa de destrucción de la civilización occidental que la oligarquía sionista puso en marcha con la Comisión Creel, la liquidación de Alemania en dos guerras mundiales, la posterior revolución sexual y promoción del consumo de drogas entre los jóvenes y, finalmente, el proyecto de suplantación étnica que la actual política de inmigración comporta y que suprimirá, no sólo las instituciones y los valores, sino la propia matriz étnica de los pueblos indoeuropeos.

La suerte está echada. Europa perdió la guerra gracias a otros europeos, británicos y franceses, quienes prefirieron cavar su propia fosa antes que aceptar la deseable hegemonía alemana. Europa prometía convertirse en un pujante imperio mundial con capital en Berlín. Su meta: las estrellas. Gracias a la manipulación oligárquica sionista, Europa es ahora un decrépito apéndice de los EEUU que se extinguirá físicamente, como pueblo, en los próximos treinta años. La narración de la tribu occidental (americanos buenos, guapos, simpáticos, inteligentes y valientes; alemanes crueles, idiotas, feos, estúpidos y cobardes) nos sigue, empero, engañando gracias a nuestra actitud complaciente. Parece que sólo despertaremos cuando el hacha del asesino sionista se cierna sobre nuestras cabezas; o sea, demasiado tarde. Auschwitz existió, sí, pero entre la fábula propagandística de una Comisión Creel cualquiera y la realidad histórica media un abismo. Y también existieron, en cualquier caso, Dresde, Kolymá y Hiroshima, facta de los que poco tienen que decir los inquisidores de la fiscalía al servicio de Sión. Por no hablar de Palestina, que pertenece a la más rabiosa actualidad y ha obligado ya a actuar incluso a algunos jueces del sistema, al menos hasta que éste ha modificado rápidamente las leyes para que magistrados despistados no puedan husmear en el genocidio de Tierra Santa. Si tenemos que perecer, que sea al menos con la mente lúcida. Que se metan donde les quepa su día del Holocausto. Por mi parte, he invertido el sentido de la famosa frase de Sartre: no me apeo, no me apearé nunca: un antifascista es un perro. Y quienes lloran por los judíos muertos, pero ignoran los cadáveres de los niños alemanes quemados vivos que los precedieron, sólo merecen mi desprecio"

Jaume Farrerons
Blog Nacional Revolucionario

2 comentarios:

Pablo dijo...

Excelente artículo. Sintetiza muy bien lo podrida y vieja que está la "historia oficial", y la decadencia en la que nos hallamos por culpa de ello.

Anónimo dijo...

: Excelente el artículo. Tal vez faltaría argumentar que detrás del concepto civilizador hay uno más que niega al otro hasta el exterminio (si, la muerte absoluta) que es el pretendido concepto del UNIVERSALISMO y que en política es fatal. Ya así lo denunció Carl Schmitt en Nomos de la Tierra. Un fuerte abrazo y felicitaciones, al mejor estilo de "Joaquin Bochaca"