jueves, 1 de mayo de 2008

DECONSTRUCCION DEL PROGRESISMO

Que significa hoy ser de Izquierda (fragmento)

Jaume Farrerons
Publicado por la revista de pensamiento Nihil Obstat (núm. 9) en otoño de 2007.


“Todas las bajezas en que se mueve fatalmente la vida de los desclasados procedentes de las capas superiores son proclamadas como virtudes ultra revolucionarias. (…) La lucha económica y política de los obreros por su emancipación se sustituye por las acciones pandestructivas de la carne de presidio, última encarnación de la revolución…”K. Marx (1873)

Todos tenemos una noción más o menos difusa de lo que debería, por propia definición, significar ser de izquierdas: creer en el poder de la razón y en la voluntad de transformar la sociedad desde la normativa que emana del espíritu, el pensamiento y la Ilustración; apostar por la luz intelectual que se proyecta sobre las zonas opacas de opresión social y las obliga a cambiar por el simple hecho de haberlas arrancado al ocultamiento y, por ende, de la impunidad. Etcétera.Pero la izquierda actual poco o nada tiene que ver con esta metáfora de la transparencia, sino más bien con su contraria. Por lo que se puede comprobar tras una simple intervención en los foros considerados más progresistas y radicales, hablar de racionalidad crítica, iluminismo, lógica o intelectualidad a propósito de esa gente, es una broma pesada.Antes de enfrascarnos en la abstracción de un modelo normativo del “ser de izquierdas” –aunque esta sea en definitiva nuestra estación de llegada-, conviene que hagamos primero un viaje al mundo de los hechos. No otra es la mejor manera de curarse de la ingenuidad filosófica.¿Qué significa, por tanto, ser de izquierdas hoy? Empecemos por la izquierda radical anarquista, híbrido monstruoso de contracultura drogodependiente, contorsión transgresivo-sexual y culto estético de la violencia terrorista.
La realidad cotidiana del mundo radical
A diferencia de América, donde la contracultura ha surgido de la tradición individualista de este país (con unas concomitancias entre el anarquismo y el ultraliberalismo libertariano derechista muy dignas de análisis), en Europa el movimiento en cuestión es una mezcla confusa de individualismo hedonista, anarquismo transgresivo y marxismo-leninismo totalitario. Pertenecer a este ámbito social significa, ante todo y en primerísimo lugar, identificarse con una especie de “tribu” que se distingue: 1) por el atuendo, la música y otros productos (drogas incluidas), los cuales uno compra, luce, escucha y fuma, esnifa o se chuta como ritual de negación de la sociedad burguesa;
2) por un conjunto de tópicos y consignas, la más importante el odio a una determinada imagen teológico-secularizada denominada fascismo (el infierno: Auschwitz);
3) por unas pautas de conducta, que implican, entre otras cosas, saber identificar al otro como miembro de la comuna o ente ajeno a ella;
4) por el apoyo a y la práctica de la violencia contra “los otros”, estigmatizados y criminalizados como “fascistas”;
5) por la negación de las normas en cuanto tales, en el contexto de una cultura de la trasgresión que cuestiona la totalidad de las instituciones sociales, incluida la ciencia y la racionalidad.
La caracterización de la izquierda contracultural europea como “tribu” no es ninguna caricatura, sino una rigurosa constatación de su defensa pseudo ecológica del primitivismo y de su rechazo a la civilización occidental. Este esquema naturaleza/civilización tiene tanto de tribal como de maniqueo. Así, si uno pertenece a la comuna, será objeto de encomio haga lo que haga; si no, aunque pueda acreditar, por ejemplo, la más intensa devoción por la verdad y la justicia, terminará expulsado a la periferia exterior de los seres carentes de derechos (los presuntos “fascistas”).
Por ejemplo, formando parte del grupo comunal, un terrorista asesino de niños será admirable. Pero un policia correcto, nunca dejará de ser un “fascista” merecedor del paseíllo.
La categoría marxista de alienación
La contracultura nace en Europa y Estados Unidos de forma simultánea a lo largo de la década de los años 60 y culmina con los hechos de mayo del 68. En realidad, supone el fin del socialismo como proyecto alternativo y el triunfo de los elementos simbólicos inherentes a la izquierda profética religiosa-secularizada, los cuales en la ideología socialista quedaban desplazados como meta y final de la historia (supresión del Estado) en unos términos utópicos que, sin embargo, regían como valores últimos de todas las formaciones y movimientos izquierdistas (socialistas, comunistas y anarcosindicalistas).La conversión de la izquierda toda a un anarquismo lúdico y estético coincide con el auge de la sociedad de consumo occidental y se limita a radicalizar los valores hedonistas de la profecía pseudo religiosa convirtiéndolos en núcleo de una anticultura de la transgresión basada en la negación de las normas en tanto que normas y, por ende, en el rechazo de la razón como estructura preceptiva del pensar, del hablar y del actuar. Este planteamiento desemboca en una proliferación discursiva (los célebres “movimientos sociales”) apolítica y anti todo que se concreta en propuestas de supresión de las instituciones, empezando, de acuerdo con el canon clásico, por el ejército y la propiedad privada, pero sin detenerse ya ante la escuela, la prisión, la institución psiquiátrica, la familia, etcétera. En definitiva, es la civilización misma lo que se quiere subvertir. Los locos y los delincuentes sustituyen al proletariado como sujeto de la revolución.Así, cuando la contracultura habla de fascismo –del mal absoluto- no se refiere al nazismo, o no sólo, sino a cualquier persona, grupo o entidad que, a sus ojos, encarne las instituciones de la civilización europeo-occidental en la dimensión de racionalidad, es decir, cualquier pauta de actuación individual o colectiva basada en valores no hedonistas (por ejemplo, el heroísmo, la ciencia, la cultura, etcétera).El paraíso hedonista se realiza presuntamente aquí y ahora mediante las drogas y la trasgresión sexual (que incluye la apología de la pederastia por parte de ideólogos de mayo del 68 como el judío Cohn-Benedit). La sociedad de consumo es rechazada no por sus valores, sino porque hay que trabajar y someterse a una disciplina institucional y racional para obtener el placer. Los neo-izquierdistas contraculturales reconocen en la sociedad de consumo un subproducto de su sistema de valores, pero a todas luces insuficientes. Rechazan la sociedad de producción que la hace posible en tanto que se fundamenta en valores diametralmente opuestos a la comuna profético-utópica. Frente a este constante aplazamiento del orgasmo histórico colectivo, el reino de Dios en la tierra, los radicales “exigen” el inmediato retorno a la naturaleza. Circunstancia que no les impide dar su apoyo a prácticas totalitarias y terroristas como el maoísmo, cuya tierra prometida desembocará en el infierno genocida camboyano de Pol Pot o en la revolución cultural china, con decenas de millones de muertos.
Lejos de conducir al anhelado “paraíso”, los efectos de la contracultura no han sido otros que: 1/ la tolerancia de la ciudadanía ante la corrupción de la clase política, aceptada como válida desde una ideología de la trasgresión normativa (recordemos las imágenes periodísticas del socialista Roldán, director general de la guardia civil, esnifando coca rodeado de putas); 2/ el aumento galopante de la delincuencia ligada al tráfico y consumo de drogas, que abarrota las prisiones desde los años 70 y no ha dejado de crecer hasta la actualidad; 3/ el auge de delitos ligados a la sexualidad, entre ellos la pederastia; 4/ la incorporación a la sociedad de consumo de todos los productos y usos vinculados a la contracultura, que deviene en una moda y un negocio de singular hipocresía; 5/ la renuncia al proyecto político socialista de transformación de la sociedad y la subsiguiente reducción del izquierdismo radical real a mera masturbación narcisista de un “yo” hinchado de soberbia; 6/ la transformación del reformismo democrático de izquierdas (socialdemocracia, laborismo, etcétera) en una fachada simbólica para imponer con mayor efectividad las políticas neoliberales de mercado en el marco del individualismo hedonista, que los izquierdistas ácratas de lujo (la famosa gauche divine) comparten con la burguesía; 7/ la kafkiana metamorfosis de la política, allí donde esta pauta de conducta sobrevive dentro de la izquierda radical, en acción terrorista, normalmente compatible con el consumo de drogas y un modus vivendi delincuencial legitimado desde la misma estética transgresiva nihilista que, en negando todas las normas, ha negado también los derechos humanos, la inhibición de la violencia y la prohibición de matar.
Evidentemente, no pretendo agotar el tema con esta brevísima descripción del factum brutum sociológico de la izquierda radical real, sólo me interesa subrayar que el radicalismo de izquierdas, desde el punto de vista de su realidad objetiva, representa un fenómeno social cosificado, antes que un proyecto político.Por este motivo hay que medir el alcance del término contracultura, la cual se limita a enervar hasta el paroxismo los valores religioso-secularizados de la sociedad de consumo, renunciando a la reforma de unas instituciones que ya simplemente pretende suprimir. La contracultura marca un repliegue hacia la vida privada y la búsqueda individual o grupal de la felicidad, frente a los intentos de transformar la sociedad (el totalitarismo comunista primero y la sociedad de consumo socialdemócrata después) que la habían precedido.En definitiva, allí donde antes regía la metáfora de la transparencia y de la luz (iluminismo), esto es, de la razón crítica embarcada en la historia (reformismo/revolución), impera ahora el espesor de la cosa, el fetichismo de la mercancía convertido en quincalla de estrellas rojas, costo e imágenes del Che. Es la categoría marxista de alienación que, lanzada contra la burguesía, retorna ahora como un boomerang y… se estrella en la cara del okupa.
Pero analicemos algunas de las consecuencias de esta determinación substancialista, significante, opaca y empírica de la identidad del yo progre.
La autopercepción subjetiva del energúmeno antifascista
La pertenencia a un grupo basada en puros significantes morales puestos en circulación por el mercado y por lo tanto vacíos de contenido (cualquiera puede vestir de una determinada manera y adoptar ciertas consignas o escuchar determinados grupos musicales) tiene consecuencias devastadoras en la autopercepción que el progre experimenta de sí mismo y en sus pautas comunicativas.Muy importante en este sentido es lo que denominaré “falacia autoperceptiva de las intenciones”. Significa que, una vez identificado como miembro del grupo, uno es “bueno” independientemente de los actos que perpetre porque su intención gratuitamente autoimputada define su ser-cosa. Las críticas a los miembros de la comuna tribal tienen carácter técnico, táctico o estratégico, pero no atentan contra la substanciación ontológica del yo progre (=deseo=placer=bien). Por ejemplo, uno (das Man, en el sentido heideggeriano) se considera heredero de un sector político que ha asesinado 100 millones de personas, pero esto no resulta significativo porque “todo el mundo comete errores” Cuando uno pertenece al grupo-tribu tiene buena intención y, si ése es el caso, ocurra lo que ocurra, incluso el mayor genocidio de la historia de la humanidad, en última instancia siempre estará justificado. Es el fenómeno de la hiperlegitimación, patente de corso para toda clase de abusos y hasta de crímenes.A la inversa también funciona. Cualquier actuación honesta atribuible a los otros –a la imagen del Otro al que se alucina como “fascista”- será sólo una maniobra para obtener poder, prestigio, engañar al pueblo, etcétera. El adversario político que actúe de forma coherente con unos principios éticos como el respeto a la verdad, a los derechos humanos, etcétera, lo hace, según el yo progre, con segunda intención, busca propaganda, miente... Semejante paranoia política coagulada en ideología es la consecuencia inexorable de la correlativa imputación del mal absoluto a cualquiera que no sea miembro de la comuna.De esta manera, las personas y los grupos no son juzgados por lo que dicen o hacen, sino a partir de un poder mágico que distribuye certificados de autenticidad progresista o excomunicación social. El yo progre es el verdugo que ejecuta la sentencia de muerte civil a partir de esta imputación de intenciones. Ahora bien, ¿cómo se conoce la “intención” de alguien y, sobretodo, cómo la justifican los izquierdistas radicales? Pues, de ninguna manera, la asignan a partir de indicios, es decir, de otros significantes, tan vacíos e intercambiables como los que definen su propia identidad, pero de signo opuesto.La falacia de las buenas intenciones. Estamos ante un poder de inspiración, divino, esotérico, chamánico, que etiqueta y cataloga (fascista/no fascista) las voluntades y, por ende, la identidad metafísica del otro. Del iluminismo hemos pasado a la iluminación –auspiciada por determinadas sustancias (LSD, heroína, coca…). No hacen falta demostraciones, ni pruebas, ni veracidad. La sentencia está ayuna de fundamento, la hace cada progre, guarro u okupa sólo leyendo una crítica, un argumento que se sale del dispositivo de consignas aceptadas en el seno de lo políticamente correcto, observando un atuendo, constatando una profesión, etcétera. Es decir, insistamos en ello, desde puros significantes abstractos adscritos al interlocutor.Ahora bien, la señalada imputación de intenciones, esa facultad paranormal, pseudo religiosa y adivinatoria de que goza el okupa, siempre favorece a quién la utiliza, permitiéndole eludir toda crítica, de manera que el miembro de la contracultura no necesita formarse intelectualmente, ni razonar, ni saber realmente de qué está hablando. Aunque este fenómeno produce una izquierda radical terriblemente engreída e ignorante, no importa. De hecho, se trataba de eso, a saber: de barrer la racionalidad “burguesa”. La contracultura es una anticultura, no necesita pensar, le basta con lo que ella denomina contrainformación, a saber, una montaña de consignas vacías de contenido y la voluntad consciente de mentir sin escrúpulos. Pero ya sabemos que ha renunciado a la inteligencia, a la documentación, a la ciencia…, y es que disfruta del poder soberano y cuasi sacerdotal de administrar esencias absolutas. El suyo es un argumento ad hominem, que vulnera toda lógica, pero tanto da, porque la lógica es “represiva”, como la gramática y hasta la ortografía. Una vez ha descubierto el poder mágico de la palabra “fascista” para liquidar todo lo que le molesta, osa responderle o le puede privar de sus placeres, el progre, el pijo okupa y el delincuente ácrata ya no necesitan nada más para alcanzar la paz espiritual, como no sea su ración diaria de sustancia idiotizante.Aquello que realmente importa en el nido del cuco comunal es ser antifascista, vivir en el lado correcto del cosmos, un privilegio que goza del valor añadido de ser a la vez transgresivo (=rebelde) y bienpensante. Se está en contra de “todo (el mundo)” (pues todo sería para él fascista, menos el grupo) sin ningún riesgo, porque “todo (el mundo)” está –en realidad- en contra del fascismo. Así, el energúmeno grupal goza de la emoción de la rebeldía, pero no corre el riesgo de quedarse solo y tener que vérselas realmente con un universo hostil (hoy, esta situación sólo la conoce de verdad el fascista).
La hiperlegitimación del crimen
Los miembros de la comuna, sin excepción, cuentan por tanto con esa prerrogativa única, en virtud del cual se establece que ellos, siempre tendrán “buenas” intenciones, y los otros, por definición los fascistas (=el resto del universo), siempre las tendrán “malas”. Visto que lo que importa son siempre las intenciones y no los hechos o la validez del razonamiento, no es menester entablar ningún debate con el grupo, porque ellos ya han refutado de antemano al Otro pase lo que pase. Ellos tienen razón (?) por lo que son, no por lo que dicen o hacen. Y el adversario está siempre equivocado por lo que es, no por un dato objetivo. A partir de este momento, empero, la comunicación, el lenguaje, ha muerto, a menos que el otro se allane ante al energúmeno. En el derruido lugar del diálogo aparece la difamación, el insulto, la amenaza y la agresión física.En efecto, todo debate es imposible, porque, independientemente de las razones, hechos probados y documentos que el otro aporte, al margen de lo que demuestre, se alza, insuperable, inmenso, el problema de su ser. El progre es la utopía (el orgasmo colectivo = el bien absoluto) y el Otro es el fascismo (=la muerte = el mal absoluto). El diálogo termina siempre en una acusación, en un juicio, en una diabolización, por un lado, y en una (auto) canonización laica, por otro. Y siempre, en la base del dispositivo anti-comunicativo, la postulatoria imputación de voluntades admirables a sí mismo, perversas al interlocutor y la reducción subsiguiente de toda la argumentación a una refutatio ad hominem independiente de la información que el crítico –previamente criminalizado- haya podido esgrimir.La izquierda radical ha perdido así la capacidad de razonar, de ejercer la crítica, que era su propia esencia. Intelectualmente, babea bajo los efectos de la mierda. Pero, desde el punto de vista ético, es todavía más repugnante. En efecto, Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, teorizaba que la mente humana incluye un determinado quantum de pulsiones agresivas, producto de una evolución biológica basada en la competencia violenta entre las especies y en la lucha por la vida. Dichas tendencias heredadas son objeto de un control psicológico, normativo y penal por parte de la civilización, pero no por ello dejan de expresarse y descargarse en la realidad, so pena de volverse contra la propia psique si ésta no es capaz de sublimarlas. La contracultura, precisamente, define el “fascismo”, el mal absoluto, en términos de descarga de pulsiones agresivas: así interpreta el militarismo, el racismo, la homofobia, etcétera. El problema de la agresividad es que el sujeto no puede manifestarla sin sentimiento de culpa en el marco de la civilización. De ahí el cine y la literatura violentos, o el fútbol, representaciones alucionatorias y catárticas del deseo de hacer daño que permiten gestionar un cierto equilibrio libidinal en la psique de la masa. Sin embargo, por otra parte, y en nombre de la transgresión de las normas, la contracultura ha desarrollado todo un culto al marqués de Sade y ha acuñado doctrinariamente las coartadas oportunas para ejercer lo que denomina la “violencia revolucionaria”, que incluye la tortura y la ejecución sumaria de unos seres privados de derechos, los presuntos fascistas. El antifascismo sería así muy útil para la descarga de la libido agresiva sin sentimiento de la culpabilidad. El radical, por ejemplo el etarra, ejerce como criminal nazi con buena conciencia y se labra una solución mágica –ergo harto irracional- a los problemas generados por sus “pulsiones de muerte”, a saber, identificar un chivo expiatorio que cargue con sus problemas personales o sociales y, ante todo, con las contradicciones (la soledad, el dolor, la enfermedad, la muerte, etcétera) inherentes a la existencia humana.Así, hagan lo que hagan unos y otros, el hablante, si es miembro del grupo-tribu comunal, ya se adscriba el centro social ocupado, al movimiento por la paz o a la banda terrorista, siempre disfruta de una coartada irrefutable para justificar los actos más aborrecibles. Puesto que él pertenece a los “buenos”, a los representantes de la utopía, tiene derecho a todo. El yo progre puede perpetrar cualquier clase de fechorías: sin menoscabo del comentario sobre lo acertado o desacertado del estropicio, él sigue siendo “bueno”, visto que ya lo es esencialmente. Los “fascistas”, en cambio, es decir quienes no forman parte de la comuna grupo céntrica, no cometen “errores”, “excesos”: sus crímenes son su esencia y definen la naturaleza ontológica del ente ajusticiable per. Es, por lo tanto, como ellos afirman que el judío era para los nazis, sólo merecia desaparecer.Es por este paradójico motivo que, en la conciencia colectiva de la contracultura, 5,1 millones de judíos valen más que 100 millones de “fascistas”, presuntos o reales, exterminados en nombre de la utopía (=felicidad u orgasmo escatológico de las masas). Y es que los “fascistas” no sólo exterminan, tienen la constitutiva y estructural intención de exterminar, conciencia perversa que es, además, su esencia diabólica e inhumana absolutamente merecedora del máximo castigo, a saber: la aniquilación pura y simple, precedida de su lúdica tortura –pensemos en Ortega Lara- por parte de los sacerdotes del placer. Los crímenes de los fascistas son “más” crímenes y, en definitiva, los únicos crímenes, puesto que no se realizan en nombre del bien, es decir, de “la felicidad” del mayor número, sino de entidades ficticias y perversas como Alemania, la raza aria, el Estado, la ley, la civilización u otras análogas inventadas por la entidad perversa responsable de la muerte. De manera que cuando se les asesina o extermina a ellos, a ellos o a los acusados de “ser” ellos, los “fascistas”, no importa la cantidad o el sadismo, visto que la intención de matar fascistas (“mata fachas,”) sería siempre litúrgicamente legítima por definición en el seno de este circulus in probando delirante e irracional.Inmersos en semejante mundo mágico, ritual, tribal, que se resume en el dogma yo = superior, el otro = inferior, se critican, por ejemplo, las políticas denominadas de exclusión. Y sobre la base de esa crítica, se perpetrará la más radical exclusión, puesto que no depende de otro motivo que del “deseo” progre. Estamos, pues, en el puro racismo de facto, en aquel mundo abyecto donde los nazis supuestamente negaban la validez de lo que el judío dijera por el simple hecho de ser judío y no por la incongruencia lógica de un enunciado, mientras admitían la absurda posibilidad de una física “aria”.
La cosificación del sujeto
La contracultura ha arrastrado a la izquierda radical a un territorio apolítico fundado en la identidad grupal de mercado y, a la vez, en una conciencia petrificada, es decir, en una extrema cosificación externa a base de significantes hipostasiados intercambiables (fetiches, logos), cuyo correlato subjetivo es una interioridad meramente psicológica drenada de todo vínculo con la validez. Así, el LSD –o cualquier otra sustancia psicotrópica- es una cosa, un objeto, pero al mismo tiempo es también un estado de conciencia, un sujeto y, en tercer lugar, un valor, un rango existencial en virtud del cual uno se distingue frente a la pedestre conciencia burguesa… de papá. Significantes-fetiche por un lado (modas, objetos de consumo en el mismo plano semiótico que el famoso cocodrilo de la marca Lacoste) y significados huecos, por otro (intenciones del alma y vacuas pretensiones axiológicas), entrelazados por pautas de conducta cosificantes como el estar colocado (nexo significante-fetiche/significado-utopía hedonista). Emblemas privados de referente entitativo que se reenvían a significados ayunos de correlato real, deliberadamente alucinatorios. Meros atentados a la conciencia trascendental (la “subjetividad constituyente” teorizada por Husserl) o, en términos políticos: a la persona en cuanto fundamento de la ciudadanía. Estados de la mente desprovistos deliberadamente de todo anclaje en el principio de veracidad (sospechoso de conducir a la muerte).
Ahora bien, nada de esto es ya izquierda, porque la ilustración implica que los individuos y los grupos son juzgados y valorados por lo que hacen, de manera transparente, aportando pruebas y fundamentando los razonamientos morales o políticos en principios universales de ética, es decir, respetando el diálogo y la contradicción, remitiendo los discursos a una objetividad que, empero, ha sido expresamente extirpada del universo simbólico izquierdista.
El sistema liberal ha integrado a los radicales mediante la sociedad de consumo. Ha transformado la supuesta transparencia y luminosidad racional de la izquierda socialista originaria en opacidad empírica. La ha positivizado como grupo constituido desde la cosa (fetiche) y la sustancia cosificante (psicotropos) en el individuo rebajado a la categoría de mera psique. Ha vuelto del revés como un calcetín el proyecto ilustrado: la luz de antaño significa ahora querer estar ciego (“pillar un buen ciego”). Así, se es más progre por ostentar un pañuelo palestino o ser amigo de ETA que ejerciendo la crítica del genocidio perpetrado por los comunistas. Ya veremos el porqué: las conexiones entre la contracultura y los intereses del liberalismo.Esta situación representa la definición misma del horror desde el punto de vista ilustrado, pero tiene un sentido en el mundo mercantil de la rebeldía de marca, reconducido a la ley de hierro económica y a los principios del mercado que los teóricos liberales han definido como hostiles a la razón “planificadora” socialista. La subcultura de la trasgresión es una bomba liberal que ha destruido desde dentro la cultura de la razón en el seno de la izquierda. Hollywood ha subvertido los patrones de conducta y los valores que definen la ilustración progresista. Hollywood, es decir, la extrema derecha judía.
Pero ha hecho más: ahora sabemos que alguien es de izquierda radical porque olemos a porro y pies sucios, porque el energúmeno, cuyo modus operandi es el de un auténtico perdonavidas, viste de una determinada manera y expresa sus odios a través de determinados mitos cinematográficos. Está muy convencido de su pertenencia al bien absoluto, se siente hiperlegitimado, no duda ni un momento de su intangible superioridad humana. El insulto, la amenaza y la agresión van uno detrás de otro en cuestión de segundos. Se considera muy transgresivo, pero precisamente por eso se pone en evidencia que el sistema de mercado, que basa sus negocios en la trasgresión (=moda) para renovar constantemente el ciclo de consumo, ha hecho con este polichinela lo que ha querido. Será así idéntico a la odiada derecha en el significado, pero antifascista en el significante. De manera que, como cualquier matón skin, el guarro tiene muy buena conciencia y una fortísima convicción de su derecho a matar. Tribu skin y tribu okupa: por ahí empezamos a identificar las auténticas dimensiones de la estrategia liberal capitalista.
El colapso intelectual de la izquierda
Esta ruptura de la conciencia izquierdista entre la subjetividad vacía de las intenciones gratuitas y la cosificación estética del grupo, sólo unida por el flotante yo cosificado de la sustancia-sujeto, la droga, el éxtasis sexual o el sacrificio de la víctima (el “fascista”), da como resultado el “colapso intelectual de la izquierda”.Tomemos como ejemplo un caso bien reciente, a saber, el de Xirinacs. Después de plantear a gente intelectual y solidaria qué hacer con unos crímenes que como izquierdistas radicales arrastran hasta la mismísima actualidad (con el apoyo público a un individuo que se solidariza con ETA, en lugar de hacerlo con las víctimas del tiro en la nuca) se llega a la conclusión de que la izquierda justifica para sí misma todo aquello que rechaza como fascismo siempre que provenga de otros sectores políticos
Y lo justifica de tres maneras:

1) con el apoyo y la legitimación explícitas;

2) con la justificación tácita basada en el silencio y el olvido de las víctimas sacrificadas en todo el mundo en nombre de las utopías hedonistas;

3) negando los hechos;

4) consagrando la jerga antifascista, es decir, la que se utilizó para “argumentar” el exterminio de los adversarios políticos, acusados todos ellos del elástico delito de ser “fascistas”.

Así pues, la izquierda justifica la censura, la tortura, el terrorismo, la dictadura y el genocidio, que son, a la vez, la definición que ella misma da del fascismo. Justifica todo eso cuando, en el seno del colapsado discurso progre, A pasa a ser no-A, vulnerando la norma básica de la racionalidad y abriendo así la puerta a la barbarie.
La derrota del pensamiento
Ésta es la conclusión a la que llega cualquier persona honesta después de ver cómo banalizan los izquierdistas el genocidio de 100 millones de personas (en el caso de los nazis les caerían 5 años por incitación al odio racial, pero tratándose de la izquierda el sistema lo permite y hasta lo subvenciona, véase la canonización de Carrillo); cómo, en otros casos, lo admiten y lo justifican, diciendo que es lo que “hay” que hacer con los “fascistas” (pensemos, por ejemplo, en la Associació de Tir al feixista, cambiemos “feixista” por “judío” y tenemos un proceso criminal, pero si es “feixista” se permite y hasta se fomenta en el Camp Nou mientras, al mismo tiempo, se estigmatiza a un directivo por ser miembro de la Fundación Francisco Franco); cómo, en otros casos, no sólo lo legitiman y lo fomentan, sino que incluso te insultan y te amenazan con aplicarte a ti, autor del post, los rigores de la justicia revolucionaria.ETA ha asesinado a mil personas, incluidos niños que cometieron el error de ser hijos de guardia civiles. Lo lógico sería estar, si uno es de izquierdas y cree en la justicia, del lado de las víctimas. Pero no, ellos se solidarizan con los asesinos y cuando los solidarios van a la cárcel, montan un enorme revuelo y se “manifiestan” por esa misma libertad de expresión que niegan al resto del universo. ¿Ocurre esto porque son nacionalistas? No, no nos equivoquemos, ocurre porque descienden de idéntica ralea intelectual y moral que los comunistas convictos y confesos que ellos mismos admiten ser.Un mundo al revés: dicen estar contra las cárceles, pero allí donde llegan al poder lo primero que hacen es organizar el sistema penitenciario más grande del mundo (los GULAG) y encerrar dentro a medio país.Dicen estar a favor de la paz y hasta del “amor”, pero justifican la violencia (que ellos llaman violencia revolucionaria, un tipo especial de masacre exento de peaje moral) y todas las carnicerías contra sus adversarios políticos, incluido el exterminio en masa de inocentes.Dicen estar contra las torturas, pero cuando pueden te montan un dispositivo de checas y el primer horno crematorio del mundo occidental (en la calle Sant Elíes de la ciudad condal) destinado a eliminar los cuerpos de las víctimas, algo de una perfección tan perversa que los propios nazis se admiran y vienen a Barcelona a hacer cursillos (el gran maestro era Lenin, por supuesto, no Stalin, como nos quieren hacer creer para, a renglón seguido, vendernos la moto ideológica con aquello de que el tipejo era, “en realidad”, “fascista”).
Dicen estar a favor de la democracia, pero curiosamente la definen como una… dictadura, aunque, eso sí, del proletariado (=comité central del partido=secretario general del partido = yo absolutamente bueno), algo tan extraño que para entenderlo hay que transformar la mente y el alma haciendo todo tipo de contorsiones morales e intelectuales a fin de poder intuir, en un estado de delirio extático, el concepto de “verdadera democracia”, es decir, el poder absoluto de un miserable tirano. Y es que la tribu, la comuna, el grupo contracultural por un lado y la banda terrorista por otro, es lo que queda del partido en estado de descomposición drogodependiente/orgiástico tras la ruptura interna de significante y significado, sujeto y objeto, hecho y validez, con el consiguiente cortocircuito lógico-discursivo.George Orwell, en su novela sobre la izquierda radical 1984, definió el colapso intelectual de la izquierda como “doble pensar”. Orwell dio en el clavo, fue al fondo del asunto. Así, la izquierda radical sería una especie de patente de corso que permitiría:

Matar por la paz y la no violencia.

Torturar en nombre de los derechos humanos.

Censurar por amor de la libertad de expresión.

Ser solidario declarándose amigo de los verdugos e ignorando a las víctimas, niños incluidos.

Exterminar poblaciones enteras y perpetrar genocidios para evitar que “Auschwitz” vuelva a repetirse.

Su mayor enemigo, y de ahí el colapso intelectual de la izquierda, es la lógica, la razón, la limpieza moral y espiritual que dice que un genocidio es un genocidio (A=A, principio de identidad y fundamento de la lógica, del pensar racional).Algo muy simple contra lo que sólo queda el insulto, la amenaza y la censura para empezar, y el exterminio en un campo de concentración o el atentado terrorista para terminar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aquí tienen un blog del autor:

http://nacional-revolucionario.blogspot.com/

Anónimo dijo...

excelente!! argumento