Televisión, radio, periódicos, internet… todos anuncian a bombo y platillo como noticia inicial durante varios días, se dice pronto, la muerte de Michael Jackson, la defunción del “rey” del pop.
El cantante negro que quiso ser blanco, mientras los blancos quieren ser todo menos de esa raza (perdón, que ya no existen las razas), se ha convertido en un mito y está ya en el cielo de las “estrellas” de ese estercolero, con sus excepciones, denominado Hollywood (principal base militar del imperio cultural yankee). La excentricidad, lo chabacano convertido en excepcionalidad, mientras todos lloran al unísono como miserables plañideras por el héroe acusado repetidas veces, aunque nunca condenado, por casos de pederastia (después de lo de Roman Polanski y Woody Allen ya no hay límites para la idolatría de ciertos mitos culturales, aunque éstos sean deplorables). Esta situación es, recordando el poema de Goytisolo Érase una vez, la de un mundo completamente del revés; el tipo de sociedad que nos han impuesto en lo cultural, entre muchas otras imposiciones exteriores, es de y para desequilibrados (gracias Michael por la imagen de tu hijo expuesto en la ventana), y lo que es peor, con un gusto estético atrofiado.
Pero vayamos al meollo de la cuestión y al motivo esencial de hablar aquí de Jackson. Los U.S.A. nos mandaron al “rey” del pop hace ya bastante tiempo, como si no tuviéramos suficiente con los “nuestros”, y lo peor es que el “rey” solamente era la avanzadilla, omitiendo a sus antecesores, de lo que aún estaba por venir en masa y que cada vez resultaba más extraño al alma y ser europeo. Citaremos solamente unos cuantos ejemplos de actualidad: Rap y Hip Hop en el caso de la música, MTV y FOX en canales de televisión, la saga American Pie y Men in Black en cine, Frank Gehry y Jedd Novatt en artes… y así hasta el más pequeño detalle de aquello que de manera genérica denominamos como elementos culturales.
Sin ser muy lúcidos se apreciará que se trata de otra forma clara de invasión, en este caso cultural, pero sustituyendo los fusiles y los portaviones por la caja tonta y la comida rápida, del más feroz imperialismo cultural impuesto y, en muchos casos, invisible para todos aquellos ojos no muy dados a disentir. Pero para apreciar esto primero tenemos que ser plenamente conscientes del valor y poder de la cultura en la sociedad, cuestión que hoy se ignora por completo. Omitir esta circunstancia nos vuelve frágiles y nos muestra completamente indefensos, por no mencionar la pobreza general que provoca. Por otro lado, las fuerzas culturales interiores que deberían de hacerles frente son inexistentes, cuando no más mediocres si cabe todavía.
De esto se deduce que cualquier tipo de cambio deberá conllevar necesariamente una variación profunda y radical en lo cultural y artístico en todos los ámbitos y órdenes. De no ser así, tendremos una Europa “libre” pero dependiente aún de una pseudo cultura atrofiada y lesiva como es la yankee. Es decir, que aunque el “rey” del pop esté muerto, su música seguirá sonando una y otra vez en nuestros oídos por mucho tiempo si no conferimos una respuesta adecuada. Por eso de reafirmarnos que sin una cultura alternativa valedera, consciente y que les haga frente no hay cambio ni tercera vía posible. Manos a la obra entonces. Mientras ellos entierran al “rey” y sus seguidores bailan a un mismo compás su canción para zombies, nosotros construimos y brindamos por la cultura europea del mañana.
El cantante negro que quiso ser blanco, mientras los blancos quieren ser todo menos de esa raza (perdón, que ya no existen las razas), se ha convertido en un mito y está ya en el cielo de las “estrellas” de ese estercolero, con sus excepciones, denominado Hollywood (principal base militar del imperio cultural yankee). La excentricidad, lo chabacano convertido en excepcionalidad, mientras todos lloran al unísono como miserables plañideras por el héroe acusado repetidas veces, aunque nunca condenado, por casos de pederastia (después de lo de Roman Polanski y Woody Allen ya no hay límites para la idolatría de ciertos mitos culturales, aunque éstos sean deplorables). Esta situación es, recordando el poema de Goytisolo Érase una vez, la de un mundo completamente del revés; el tipo de sociedad que nos han impuesto en lo cultural, entre muchas otras imposiciones exteriores, es de y para desequilibrados (gracias Michael por la imagen de tu hijo expuesto en la ventana), y lo que es peor, con un gusto estético atrofiado.
Pero vayamos al meollo de la cuestión y al motivo esencial de hablar aquí de Jackson. Los U.S.A. nos mandaron al “rey” del pop hace ya bastante tiempo, como si no tuviéramos suficiente con los “nuestros”, y lo peor es que el “rey” solamente era la avanzadilla, omitiendo a sus antecesores, de lo que aún estaba por venir en masa y que cada vez resultaba más extraño al alma y ser europeo. Citaremos solamente unos cuantos ejemplos de actualidad: Rap y Hip Hop en el caso de la música, MTV y FOX en canales de televisión, la saga American Pie y Men in Black en cine, Frank Gehry y Jedd Novatt en artes… y así hasta el más pequeño detalle de aquello que de manera genérica denominamos como elementos culturales.
Sin ser muy lúcidos se apreciará que se trata de otra forma clara de invasión, en este caso cultural, pero sustituyendo los fusiles y los portaviones por la caja tonta y la comida rápida, del más feroz imperialismo cultural impuesto y, en muchos casos, invisible para todos aquellos ojos no muy dados a disentir. Pero para apreciar esto primero tenemos que ser plenamente conscientes del valor y poder de la cultura en la sociedad, cuestión que hoy se ignora por completo. Omitir esta circunstancia nos vuelve frágiles y nos muestra completamente indefensos, por no mencionar la pobreza general que provoca. Por otro lado, las fuerzas culturales interiores que deberían de hacerles frente son inexistentes, cuando no más mediocres si cabe todavía.
De esto se deduce que cualquier tipo de cambio deberá conllevar necesariamente una variación profunda y radical en lo cultural y artístico en todos los ámbitos y órdenes. De no ser así, tendremos una Europa “libre” pero dependiente aún de una pseudo cultura atrofiada y lesiva como es la yankee. Es decir, que aunque el “rey” del pop esté muerto, su música seguirá sonando una y otra vez en nuestros oídos por mucho tiempo si no conferimos una respuesta adecuada. Por eso de reafirmarnos que sin una cultura alternativa valedera, consciente y que les haga frente no hay cambio ni tercera vía posible. Manos a la obra entonces. Mientras ellos entierran al “rey” y sus seguidores bailan a un mismo compás su canción para zombies, nosotros construimos y brindamos por la cultura europea del mañana.
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