Herbert Marcuse: padre de la Nueva Izquierda. Sus apóstoles, su legado.
 Por: Andres Irasuste
Herbert Marcuse nació en Alemania a fines del siglo XIX. Fue alumno de Martin Heidegger en la Universidad de Freiburg a fines de los años 20 ya en el siglo XX. Pero además, fue de los primeros integrantes de la Escuela de Frankfurt,
 uno de sus sacerdotes fundadores y "popes" intelectuales de esta 
corriente neomarxista que se prolonga hasta hoy. El investigador Martin 
Jay afirma que, sin la Escuela de Frankfurt, lisa y llanamente no podría
 entenderse la cultura de nuestro tiempo. Es que una de sus tantas 
consecuencias ha sido el surgimiento en el campo social y político de lo
 que se denomina la "corrección política" y la revolución sexual.
Tal como observan Carena & Dávoli
 (2014), si bien este movimiento, esta corriente, emergió en los 
espacios académicos de Frankfurt, poco tenía que ver y poco 
representativa era de la cultura alemana de aquel momento y contexto, 
sino que más bien -hemos de decir nosotros- entonaba adecuadamente con 
la idiosincrasia política y cultural de la República de Weimar, con su 
gobierno neomarxista y "socialdemócrata" muy mal visto por gran parte de
 la población; gobierno al que se le atribuían inefables traiciones a la
 Nación alemana luego de la Primera Guerra mundial. Cabe destacar 
además, que la Escuela de Frankfurt nace emparentada con el Instituto británico Tavistock,
 una de las usinas (financiada por la gran banca) más prominentes donde 
se fabricarían diversas teorías y modelos de ingeniería y control social
 poblacional del siglo XX (dos prominentes figuras de la Psicología 
vinculadas al Tavistock fueron nada menos que  el psicoanalista Wilfred 
Bion y el psicólogo social Kurt Lewin).
Marcuse fue uno de
 los más destacados discípulos de Heidegger, un joven que desde temprano
 destacó por su alto calibre intelectual, y a su vez fue aquel discípulo
 que se encargó de "llamar al orden" en público al filósofo alemán -a su
 propio maestro-  por las implicancias de éste último con el 
nacionalsocialismo. Con dedo inquisidor, Marcuse señalará a Heidegger 
(el filósofo más importante del siglo XX) ante la prensa y mediante 
cartas en tiempos de posguerra, empuñando -y respaldándose- el discurso 
de los Aliados. Y no podía ser de otra forma: además de su origen judío,
 el joven Marcuse triunfó en USA inmediatamente después de emigrar a ese
 país escapando del III Reich en los años 30, habiendo pasado antes por 
Ginebra y París. Heidegger nunca soñó que uno de sus mejores discípulos,
 quien dicho sea de paso asimiló muchos de sus planteos sobre "la 
técnica", los usaría, en el seno de la Escuela de Frankfurt, para 
amparar teórica y espiritualmente una de las máximas revoluciones de la 
posmodernidad, esto es, la revolución sexual y cultural de la Nueva Izquierda anglosajona.
 El triunfo de Marcuse en USA es dato conocido, pero existe otro dato no
 tan divulgado. Marcuse no triunfa de cualquier forma dentro de USA, 
sino que nada menos lo hace aceptando un puesto en la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS)
 fundada en medio de la guerra, lo cual será posteriormente la CIA.  Las
 tareas de Marcuse para este organismo de inteligencia durante la 
Segunda Guerra Mundial consistieron en asesoramiento sobre cuestiones 
concernientes a la Unión Soviética y Alemania, análisis ideológicos y de
 política exterior, así como contribuir al diseño de una guerra 
psicológica –desde la psicología social- en el contexto de la naciente 
Guerra Fría. (Schulz, 2013) Es decir, no estamos ante un cándido 
intelectual de escritorio, sino ante un agente de inteligencia que 
colaboró, primero, en la guerra contra Alemania, y posteriormente contra
 la Unión Soviética. No se trató de un intelectual orgánico de partido 
como lo fue Gramsci ni un escritor solitario dentro de una cabaña alpina
 como Nietzsche, sino de un "intelectual engranaje" de aparatos 
políticos y organizacionales que disputaban un modelo de civilización. 
No fue el único caso, sino que su colega, Theodor Adorno, fue conjurado 
por Rockefeller para formar parte del proyecto "Radio",
 proyecto que inauguraría en USA una interesante vanguardia de 
investigación experimental sobre comunicación y control social mediante 
los medios, que terminaría repercutiendo en la industria del cine, la TV
 y la industria discográfica. (Carena & Dávoli, 2014)
Marcuse 
era de izquierda, pero ya veremos cuál es la izquierda marcusiana. 
Asimismo, no menor es el detalle de que estos programas de inteligencia,
 como ser también el Russian Institute de la Columbia University (en el cual Marcuse se desempeñó), recibían una fuerte financiación también del magnate Rockefeller.
 De hecho, al igual que en el caso de Theodor Adorno y otros "pioneros 
frankfurtianos", fue la agencia de Rockefeller aquella que se encargó de
 "mover los hilos" para colocar a estos jóvenes intelectuales brillantes
 en  puestos clave y estratégicos del aparato organizacional 
estadounidense. Luego de cumplir tareas de inteligencia y de 
desempeñarse en la Columbia University, escribe en los años 50 "Eros y 
civilización", y en los años 60 "El hombre unidimensional", 
probablemente sus obras más relevantes que fueron rápidamente asimiladas
 por la juventud contestataria del mundo rico y desarrollado.
Sociedades del capitalismo tardío:
¿Por
 qué decimos "nueva izquierda" cuando hablamos de Marcuse? El subtítulo 
de su obra "El hombre unidimensional" es precisamente: "ensayo sobre la 
ideología de la sociedad industrial avanzada". Las juventudes francesas y
 alemanas, tras su regreso a Europa luego del Mayo del 68, lo aclamaron 
como su gurú, y le llamaron "padre de la nueva izquierda". Estamos ante un profeta espiritualmente proclamado por el Pueblo.
Marcuse
 establece un acertado diagnóstico de las sociedades desarrolladas de 
posguerra. A contrapelo de muchos marxistas ortodoxos de su tiempo (y 
aún de este tiempo), Marcuse se da cuenta de que las sociedades 
capitalistas contemporáneas mutaron respecto a aquel capitalismo 
industrial de corte siglo XIX. Cuando Marx murió esa transformación ya 
se hallaba en plena marcha: las sociedades de los países ricos del siglo
 XX, luego de la Segunda Guerra mundial producían suficiente riqueza, 
que en conjunto con la adecuada legislación en el seno del Estado de 
Bienestar, brindaron un marcado confort y un estatus al trabajador 
asalariado, por lo que éste ya no estaría plenamente estimulado a llevar
 adelante la revolución. En caso de pensar en hacer la revolución 
socialista en el seno profundo de la sociedad posindustrial (lo que 
algunos -como Jürgen Habermas- denominan "sociedades del capitalismo 
tardío"), el trabajador tendría que pensarlo dos veces, puesto que 
pondría en riesgo inminente su nuevo poder adquisitivo, su acceso al 
sistema de bienestar estatal (salud, educación pública), incluso su 
acceso a la cultura del divertimento y del turismo, antes lujos y 
esnobismos exclusivos de las clases más acomodadas. El plan Marshall 
tuvo mucho que ver en generar estas posibilidades de relanzar la 
acumulación de riqueza en el caso europeo. Lo que Marcuse intentará 
buscar es el corolario sociológico de este nuevo orden del mundo 
desarrollado, y plantea un problema que es crucial: si el proletariado 
europeo en tanto sujeto de la revolución ha quedado vaciado y agotado en
 la naturaleza del devenir del decurso histórico, ¿qué fuerza de cambio 
social ocupará su lugar? Esta pregunta se desarrolla en el seno de una 
constatación socio-histórica a la que Marcuse llamará el feliz matrimonio de lo positivo y de lo negativo, el fin de la dialéctica revolucionaria. (1993,
 p. 255) Esto refiere a que hay una tendencia positiva (fehaciente) de 
la historia, pero a su vez negativa desde el punto de vista de la 
prosecución de la revolución: con la humanización del capitalismo 
adviene un significativo bienestar material, pero a su vez resulta que 
ello implica la frustración histórica de la transformación de raíz del 
sistema mismo en términos de revolución socialista. El trabajador poseía
 ahora un nivel de vida inequívocamente muy superior al del proletariado
 de Manchester del siglo XIX, pero todo ello a costa de una 
"desexualización represiva" de la personalidad humana: producir y 
producir. Este modelo, hasta la Segunda Guerra, estuvo amparado sobre la
 base de lo que posteriormente en los 60 se criticará como "la familia 
burguesa patriarcal".  
El nuevo sujeto del cambio social: las minorías.
Pero
 llegados a cierto punto del capitalismo tardío, éste debe producir 
también el goce que le resulta redituable. Si el sujeto revolucionario 
del marxismo clásico ha quedado agotado porque ya no tiene cabida en el 
capitalismo tardío, ¿cuál es el nuevo sujeto entonces? 
Las minorías y "sectores marginales" estarán llamadas a ocupar ese lugar
 ante la ausencia de un proletariado revolucionario. El orden social no 
tolera vacíos.  
Ya no será el partido comunista de cada país, 
como tampoco probablemente los sindicatos de corte y estilo clásico: 
ahora serán las feministas las que llenen la casilla vacía de la 
estructura social, será la lucha de los negros, los drug users y los 
"yonquis", los inmigrantes, los estudiantes desempleados de clase media 
(caso de las juventudes del mayo francés), y serán -desde luego- las 
minorías sexuales, los homosexuales en particular, o serán Frentes 
activistas y políticos compuestos transversalmente por una fusión 
organizada de todas estas figuras. En términos sociológico e históricos 
hablamos de la revolución sexual y cultural de fines de los 60 y 
principios de los 70 en USA y Canadá. El historiador de izquierda Eric Foner hablará del discurso de la libertad sexual de los 60 como "acto de contracultura",
 la "revolución del amor", junto a "las melenas y las drogas". Esta 
marea de izquierda cultural pujante de los países ricos, estaba 
compuesta por juventudes de las clases medias portadoras de un profundo 
malestar, y que a diferencia de la "vieja izquierda", no era ya la lucha
 de clases la consigna de boca en boca, sino denunciar al hogar como 
"prisión burguesa", el derecho al sexo sin reproducción y el aborto. 
(Foner. 2010, pp. 459-468)
Estas nuevas fuerzas del cambio cultural y social (no
 ya una revolución, sino una transformación desde dentro del sistema, 
punto a subrayarse), serán mentoras, o meramente el vector de una nueva 
"racionalidad de la gratificación", cuya función será hacer converger 
"razón y felicidad" sobre la base de un nuevo vínculo entre racionalidad
 social e "instintos", mediante lo que Marcuse llama el esparcimiento de la libido. (Marcuse,
 2002, p. 207) Este esparcimiento de la libido sexual tiene como primer 
obstáculo la familia moderna tradicional del mundo anglo-protestante, la
 cual será denunciada en los 60 como una forma de "prisión burguesa".
 Marcuse pone en manos de toda una generación vaciada de una adecuada 
teoría de la revolución social la moneda seductora del hedonismo sexual:
 el hedonismo, en tanto prosecución de la sensualidad, 
será el cliché con el que se intentará derribar la supuesta sociedad 
"represiva". Y cuestionar este ordenamiento presuntamente represivo no 
puede carecer de su corolario "sexual", allí donde Marcuse establece un 
cierto uso de Freud: si la sociedad represiva se basa en la familia 
monogámica y patriarcal‖ centrada en los usos sexuales de la genitalidad
 al servicio de la reproducción, entonces, al derribar las instituciones
 tradicionales, ello llevará a la reconfiguración de la sexualidad como 
orden descentrado de la genitalidad. Estamos, así, ante el ascenso de 
los "placeres de pulsiones parciales": impulsos orales y anales por excelencia.
Valiéndose
 del psicoanálisis (y a nuestro juicio deformándolo), Marcuse planteará 
en una obra que presagia el espíritu del Mayo del 68 (nos referimos a Eros y Civilización),
 que se debería marchar hacia la disolución lisa y llana de las 
instituciones que han servido para configurar las relaciones humanas 
hasta ahora: abolir el matrimonio y la familia "patriarcales" basados en la monogamia. (Marcuse, 2002, p. 188) Condición ineludible para esto: debe cambiar la relación entre el eros humano,
 el deseo y las exigencias de la producción capitalista. En concreto, a 
mayor exigencia de producción mayor deserotización de los cuerpos, 
cuestión que Marcuse propone transformar. Marcuse dirá que la tecnología
 puede proveer una corrección histórica a la prematura identificación entre Razón y Libertad,
 pero ello no ocurrirá por sí mismo, sino que necesita del accionar 
político aplicado al caso, y de ese modo, ser utilizada la técnica en un
 esquema de adecuada racionalidad para pacificar y perfeccionar el 
ordenamiento humano. (Marcuse, 1993, pp. 262 ss.) Así, se vuelve 
necesario y atractivo para este gurú intelectual utilizar el desarrollo 
técnico para pulir la racionalidad opresiva heredada del capitalismo 
clásico y transformarla en aras de una nueva relación entre instintos y 
razón. (Marcuse, 2002, p. 185)
 La batalla cultural desde los medios: un nuevo 'mainstream' para las clases medias.
¿Cómo romper la estructura de la familia burguesa y de los usos sociales? Una de las tecnologías para "la corrección histórica a la prematura identificación entre Razón y Libertad" resultó ser, entre otras, el cine. Aquí aparece Hollywood, esa gran industria, funcionando muchas veces como un inusitado y auténtico ministerio de propaganda a
 nivel mundial y popular, en el marco de la globalización y la cultura 
del consumo de masas, promoviendo ciertas cosmovisiones a través del 
séptimo arte. Piénsese en una película como Deep Throat ("Garganta
 profunda"), film que asoló la ávida curiosidad del norteamericano 
promedio a principios de los años 70.  Protagonizada por la hermosa 
modelo publicitaria Linda Lovelace, se trató de la cuna
 germinal de la industria pornográfica del cine; film que mostraba -en 
plena eclosión de la revolución sexual de los años 70 en ese país- a una
 joven mujer que no lograba disfrutar del sexo convencional, pero a 
quien su médico le reveló el por qué: su clítoris estaba en verdad en su garganta.
 Desde entonces, Linda protagoniza prácticas sexuales despreocupadas de 
la sexualidad genital, para potenciar el goce de sus pulsiones parciales
 orales. Es decir, Linda efectúa el pasaje de una sexualidad genital a 
un polimorfismo sexual. La genitalidad se había vuelto 
aburrida. Bienvenido el descentramiento genital de la sexualidad, 
contrapunto en el que se basaba la familia "burguesa"  de tiempos de 
preguerra. El sexo libre sin compromisos es la nueva ratio liberal y revolucionaria.
Cuando Deep Throat se estrenó fue tal el boom mediático que
 era menester estar al tanto de su trama dado que de lo contrario no se 
tenía tema de conversación en la mesa o en las reuniones de cotillón de 
la mojigata clase media estadounidense. Así, si la generación anterior 
aún prestaba observancia a la Biblia de Martin Lutero y a la oración de 
gracias antes de la cena familiar, a partir de los 70 una señorita 
norteamericana de clase media se proyectaba en Linda Lovelace como nuevo
 significante del mainstream cultural. La revolución deseante 
iba esparciendo sus chispas en un campo social altamente incendiario. Se
 iba esparciendo la libido sexual de las masas. Sin caer en tesis 
"conspiranoicas", nos interesa señalar que muchos de los capitales 
financieros que financian Hollywood se hallan emparentados a su vez con 
las agencias de Rockefeller y del Tavistock Institute, lo cual nos 
brinda una interesante línea de reflexión y análisis.  Naturalmente, la 
revolución sexual no se explica por los efectos mediáticos de Hollywood 
sobre el cuerpo social, sino que es sólo expresión de la misma, e 
indudablemente un puntal estratégico. Pero vayamos más a lo sociológico.
 Surge el feminismo radical: 
El feminismo radical había comenzado a fermentar desde fines de los años 60 en el mundo anglosajón. Redstockings (así como otros grupos) tuvo como figura fundadora y emblemática de fuste a la joven intelectual judía Shulamith Firestone, autora de una importante obra que apareció en 1973 en inglés: La Dialéctica del Sexo. En ella supo enunciar muy bien lo que el nuevo feminismo radical aspiraba a conseguir:
"De
 acuerdo con la concepción feminista radical, el nuevo feminismo no se 
limita a ser el renacimiento de un movimiento político organizado a la 
búsqueda de la igualdad social. Es la segunda ola de la revolución más 
importante de la historia. Objetivo: la destrucción del sistema más 
antiguo y rígido de clases/castas existente, el sistema de clases basado
 en el sexo –sistema fosilizado en el curso de miles de años y que 
presta a las funciones-tipo varón/hembra una falsa legitimidad y una 
permanencia aparente." (1976, p. 25) 
Esta 
"destrucción" no pasaba sólo por el cuestionamiento de los roles y 
relaciones de poder "tradicionales" dentro del grupo familiar y su 
tipificación social, sino que había más: la propuesta del lesbianismo 
como acto revolucionario propio de las mujeres de izquierda. Este sector
 del feminismo es el ala radical "pos mayo del 68" del propio feminismo,
 hoy el ala más solapada, pero la más expuesta en aquel entonces. 
Algunos expertos lo han denominado "lesbianismo político".
 Algunas de sus exponentes más destacadas fueron Andrea Dworkin, 
Catharine MacKinnon, más recientemente Judith Butler. Pero esto no era 
ideológicamente del todo nuevo, sino que ya tuvo su antecedente en el 
pensamiento de Simone de Beauvoir en su famosa obra "El segundo sexo" en la Francia del existencialismo sartreano: "la
 mujer que se hace lesbiana porque rechaza la dominación masculina, 
saborea frecuentemente el gozo de reconocer en otra a la misma orgullosa
 amazona (...) una mujer que quiere gozar su feminidad en brazos 
femeninos, conoce también el orgullo de no obedecer a ningún amo". (2011, p. 360)
La historiadora del feminismo Alice Echols ha
 recogido numerosos testimonios de aquellos años, los cuales se resumen 
en: promoción de la subversión de los roles y valores tradicionales, así
 como un explícito anhelo de desestabilización de la familia tipo. 
(1989, p. XI) Cobra fuerza aquí para las feministas un lema altisonante 
del Mayo francés del 68: todo lo personal es político. Para estas miríadas militantes lo sexual es político. Las construcciones sociales son políticas.
Si
 la estructura de lazos a ser derribada es la que une en una cierta 
matriz de roles al hombre con la mujer bajo un modelo heterosexual, 
existe otra punta a ser atacada: la maternidad. Es que 
estos movimientos (como muy bien dice el antropólogo Marvin Harris), al 
ser el ala radical de la revolución sexual cultural, además de lo 
antedicho, se han encargado de producir todo un bagaje teórico en donde 
la maternidad es considerada como una pesada maldición impuesta por el 
patriarcado a las mujeres: si la mujer desea ser libre, si no logra 
lesbianizarse, al menos que rechace la maternidad como ideal. El 
embarazo es, para ellas, una deformación sobre el cuerpo impuesta por el
 patriarcado al servicio de la especie y los intereses de la 
civilización, y el feto es proclamado como un inquilino no deseado y 
hasta como un parásito biológico colocado por el 
patriarcado en el cuerpo de la mujer. La maternidad es considerada un 
estado de decadencia psicológica y física. (Harris, 2006, pp. 127 ss.) 
Shulamith Firestone hablaba de suprimir la niñez, es 
decir, el vínculo entre madre e hijo es el de una opresión mutuamente 
compartida, por lo tanto eliminémoslo. Liberar a la mujer implicará 
liberar al niño, dado que la opresión de la mujer está en la crianza y 
en sus funciones procreadoras. (1976, pp. 93 ss.) El corolario que se 
desprende de esto es la defensa del abortismo como postura ideológica en
 nombre de los derechos de la mujer. Como es de esperar, la mayoría de 
las mujeres no han adherido explícitamente a estos enunciados, pero ello
 no importa tanto de momento en que expresan una realidad que, aunque 
enunciada en otros términos mucho menos procaces, constituye la 
creciente tendencia de millones de mujeres que en Occidente renuncian a 
la maternidad en función de conservar un ideal de belleza corporal y un 
proyecto individual(ista) de vida. Adherir al espíritu de una época y 
sus enunciados va más allá del contenido explícito de los mismos; existe
 una dimensión colectiva y transindividual que captura las prácticas más
 allá del nombre en el que las mismas sean llevadas a cabo. Dice el 
propio Marvin Harris: "evidentemente sólo una pequeña minoría de
 las feministas mantiene estas posiciones extremas, pero a juzgar por la
 caída de las tasas de natalidad, el mensaje no ha caído en saco roto".
 (Harris, 2006, p. 128) Precisamente, ciertos grupos radicales como las 
Redstockings de New York tuvieron como consigna medular al abortismo, the issue of abortion,
 tal como le llamaban. (Echols, 1989, pp. 140 ss.) La mayoría de las 
mujeres no se atreven o no desean adherir a consignas tan radicales (y 
estas feministas lo saben, no son tontas) e insanas, pero ello no 
importa tanto, de momento en que el feminismo reformista, posteriormente
 a los 70, se desprenderá en sus raíces últimas, en una versión mucho 
más light y solapada, del propio feminismo radical, aspecto resaltado 
por la historiadora Alice Echols, pero con una diferencia de fondo: 
mientras el ala radical deseaba destruir el "sistema de clases" 
sexo-género, el reformismo feminista de izquierda apuntará a "revertir" 
el valor cultural del hombre. (1989, p. 6) Es decir: devaluar la masculinidad en lo cultural. Esto será un proceso histórico (por una vía o por la otra, la radical o la reformista liberal) de lo que Echols denomina female self-assertion. (1989, p. 14)
Un caso emblemático de cómo 'the issue of abortion'
 cobra ascenso es el caso de Canadá. En ese país apreciamos similares 
corrientes en los mismos años, defensoras de las mismas consignas: 
aborto libre y sexo libre sin compromisos. En 1968 cobró fuerza un 
movimiento feminista inicial salido de la Simon Fraser University,
 feminismo inspirado directamente en el 'new feminism' norteamericano, y
 cuyo núcleo fundacional estaba compuesto de activistas lesbianas 
veinteañeras y radicales. (Thomson, 2004, pp. 1-7) Esta corriente -que 
se extendió muy rápidamente a Vancouver y Ontario- tuvo una gran 
particularidad: su composición era auténticamente internacionalista, 
compuesta por estudiantes feministas provenientes no sólo de USA sino de
 Europa, especialmente Inglaterra. Entre sus fundadoras destacaron 
Margaret Benston, Andrea Lebowitz y Mary Cohen, estudiantes e 
intelectuales judías. Se presentaban a sí mismas como furious women. En 
1970, bajo el lema The Women are coming! se grafiteó toda la ciudad de 
Ottawa, y, en palabras de la activista e historiadora Ann Thomson, se 
invadió el Parlamento y la Suprema Corte reclamando aborto libre, así 
como saboteando en los medios al Ministro Trudeau, difamándolo de 
cobarde y asesino ante la opinión pública internacional. (2004, pp. 
51-61) Según dice la propia autora: 'We were very good at being very dramatic (...) and we did generate a fair amount of press'. (2004, p. 67)
Tolerancia represiva: la cultura de la "corrección política". 
Hemos
 visto algunos corolarios sociológicos y culturales de la doctrina de 
Marcuse y de la Escuela de Frankfurt. Otra de sus consecuencias es la 
llamada cultura de la "tolerancia represiva". Marcuse 
es -junto a Gramsci- el gran ideólogo del pasaje de una izquierda 
marxista a una izquierda liberal, la cual teje sus artificios desde la 
sociología de la familia a la industria del divertimento y del goce, 
pasando por la revolución sexual de los 70 y el neomarxismo cultural 
mediático. Este modelo, que aspira a ser el único válido a instalarse, 
es la matriz de la llamada izquierda progresista. Se 
trata de una versión precisamente unidimensional del pensamiento humano,
 la cual al descalificar de antemano otras posibles versiones, produce 
una clausura en la mentalidad de las nuevas generaciones hijas de la 
posmodernidad en las sociedades del capitalismo tardío. (véase: https://www.youtube.com/watch?v=zH0Fsh4OmJI)
Precisamente,
 la "tolerancia represiva" de Marcuse consiste en la promoción cultural 
de la descalificación de todo pensamiento no-alineado con este modelo. 
Esta tolerancia represiva, entonces, la cual no es otra cosa que la 
racionalización de la intolerancia para la batalla cultural del 
neomarxismo, es la aptitud que desde los años 70 impregna el discurso de
 las nuevas generaciones identificadas con "la izquierda", la cual 
pulula sobre todo en la cultura academicista de las universidades 
occidentales. Hoy, la tolerancia represiva se ha esparcido y se ha 
instalado mediáticamente, afianzando la hegemonía cultural de la 
izquierda neomarxista.
Todos los paquetes ideológicos que componen
 las políticas de la izquierda progresista, tras el vaciamiento 
ideológico de los años 90, han sido producidos en las principales 
Universidades e Institutos de USA, lo cual, sin dudas, nos debe llamar a
 la reflexión, y a la reivindicación del disenso. Las mismas 
Universidades que produjeron la doctrina neoliberal de Milton Friedman 
en los 70, son las que una década después comenzaron a fabricar for 
export los paquetes ideológicos de la izquierda progresista, entre los 
cuales resalta la "new gender politics" (la nueva política de género). ¿Una simple coincidencia? Creemos que no lo es.
Reivindicamos el disenso, un pensamiento de ruptura
 para las nuevas generaciones respecto a la hegemonía cultural de la 
izquierda neomarxista, la cual es el arma del Imperio para seducir a los
 pueblos de la periferia, atándolos de pies y manos a la supremacía de 
un cierto modelo económico y cultural a cambio de medidas y políticas 
liberal-progresistas seductoras con las que se compra la adhesión y la 
consciencia moral de la juventud.  
Fuentes en vídeo:
1)
 Carena, Lucas & Dávoli, Pablo. (2014) Acción psicológica e 
ingeniería social. (Programa nº1 de "La Brújula"). Canal TLV1. 
Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=Irn0Ofv50n4
2) Herbert Marcuse im Gespräch mit Ivo Frenzel und Willy Hochkeppel (entrevista alemana de 1976). Recuperado de http://www.youtube.com/watch?v=C5PU0EASi_Q
3) Historia de la corrección política (breve documental sobre el neomarxismo cultural y la Frankfurt School). Parte 1:  https://www.youtube.com/watch?v=s_hkYG3MtQw&list=UUXKDtOBiZqJn1osXxFbJK8Q
Parte 2 (sobre Marcuse): https://www.youtube.com/watch?v=zH0Fsh4OmJI&list=UUXKDtOBiZqJn1osXxFbJK8Q
Fuentes bibliográficas:
1) Beauvoir, Simone de. (2011) El segundo sexo. Buenos Aires: Debolsillo.
2) Echols, Alice. (1989) Daring to be bad. Radical Feminism in America, 1967-1975. Minneapolis: University of Minnesota Press.
3) Firestone, Shulamith. (1976) La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista. Barcelona: Kairós.
4) Foner, Eric. (2010) La historia de la libertad en EE.UU. Barcelona: Península.
5) Harris, Marvin. (2006) La cultura norteamericana contemporánea. Una visión antropológica. Madrid: Alianza.
6)
 Marcuse, Herbert. (1993) El hombre unidimensional. Ensayo sobre la 
ideología de la sociedad industrial avanzada. Barcelona: Planeta - De 
Agostini.
7) Marcuse, Herbert. (2002) Eros y civilización. Barcelona: Ariel.
8) Schulz, Bernhard. (2013) Herbert Marcuse and the CIA. The African Times. Recuperado de: http://www.african-times.com/index.php?option=com_content&view=article&id=12675%3Aherbert-marcuse-and-the-cia&catid=125%3Ajanuary-2011-life&Itemid=63
9)
 Thomson, Ann. (2004) Winning choice on abortion. How British Columbian 
and Canadian feminists won the Battles of the 1970s and 1980s. Canada: 
Trafford Publishing.

No hay comentarios:
Publicar un comentario