En la televisión por cable brotan los programas políticos que versan entre la insustancialidad, la reiteración y a veces, la novedad. Aunque por lo general, cuando algo es de excelencia, sobre todo en materia de periodismo político, se termina.
Prima, en el álbum televiso que intenta hacer política, la banalidad o las compulsivas enseñanzas de cómo se tienen qué hacer las cosas desde la pasividad de lo que cada uno cree.
De esta manera, quedan los mismos de siempre con invitados rotativos que también son los mismos, dado que no emergen figuras que superen a las ya existentes. No conforman, ni el oficialismo, ni la oposición la relevancia suficiente para acaparar la atención del televidente agudo que como dicen en el barrio, “no come vidrio”.
Pero lo peor se enciende cuando se ve, al mismo personaje, en dos programas distintos, a la misma hora y con la ausencia picaresca de cambiarse la corbata. De ahí, que la desolación de la conducción gubernamental se agudice al encontrar la profundización de un discurso ciertamente aprendido. Casi, meticulosamente memorizado.
Que no sorprende. Que no se distingue del resto y encima duplicado.
Así fue, como hace un rato, se lo podía ver a Mauricio Macri en el programa de Roberto García que se transmite por Canal 26 y en TN, en el programa de Joaquín Morales Sola haciendo culto a la decadencia del eterno más de lo mismo que comenzaba, con el beneficio del zapping, en uno de los programas y terminaba en el otro.
Un hilo conductor que podía seguirse paralelamente bajo los interrogantes de dos periodistas que al parecer, ante la precariedad retórica del entrevistado, le otorgaban el beneficio de la liviandad periodística.
Mismas preguntas, mismas respuestas y dos producciones que no se respetan.
Tampoco el invitado respeta a los conductores al estar, en uno grabado y en otro en vivo o en ambos grabados dentro de la misma franja horaria. Una situación que, por un lado, le quita relevancia a las dos entrevistas y por otro lado, diluye al entrevistado que termina de agotar al espectador que padece de hartazgo.
No hay, ni siquiera, en el caso de Macri, un hallazgo periodístico. Con lo cual, la falta de profesionalismo de unos y otros, los revela como incompetentes dentro de la jungla televisiva.
Los entrevistados se convierten -como hoy Macri- en Rocíos Marengos que pululan con el cliché del lamento y los periodistas que se especializan en el campo de la política, devienen en Riales y Canosas que no escatiman en tener al mismo invitado el mismo día o pasar, en idéntico minuto, la misma nota.
Laura Etcharren
http://www.informesdemedios.blogspot.com/
Prima, en el álbum televiso que intenta hacer política, la banalidad o las compulsivas enseñanzas de cómo se tienen qué hacer las cosas desde la pasividad de lo que cada uno cree.
De esta manera, quedan los mismos de siempre con invitados rotativos que también son los mismos, dado que no emergen figuras que superen a las ya existentes. No conforman, ni el oficialismo, ni la oposición la relevancia suficiente para acaparar la atención del televidente agudo que como dicen en el barrio, “no come vidrio”.
Pero lo peor se enciende cuando se ve, al mismo personaje, en dos programas distintos, a la misma hora y con la ausencia picaresca de cambiarse la corbata. De ahí, que la desolación de la conducción gubernamental se agudice al encontrar la profundización de un discurso ciertamente aprendido. Casi, meticulosamente memorizado.
Que no sorprende. Que no se distingue del resto y encima duplicado.
Así fue, como hace un rato, se lo podía ver a Mauricio Macri en el programa de Roberto García que se transmite por Canal 26 y en TN, en el programa de Joaquín Morales Sola haciendo culto a la decadencia del eterno más de lo mismo que comenzaba, con el beneficio del zapping, en uno de los programas y terminaba en el otro.
Un hilo conductor que podía seguirse paralelamente bajo los interrogantes de dos periodistas que al parecer, ante la precariedad retórica del entrevistado, le otorgaban el beneficio de la liviandad periodística.
Mismas preguntas, mismas respuestas y dos producciones que no se respetan.
Tampoco el invitado respeta a los conductores al estar, en uno grabado y en otro en vivo o en ambos grabados dentro de la misma franja horaria. Una situación que, por un lado, le quita relevancia a las dos entrevistas y por otro lado, diluye al entrevistado que termina de agotar al espectador que padece de hartazgo.
No hay, ni siquiera, en el caso de Macri, un hallazgo periodístico. Con lo cual, la falta de profesionalismo de unos y otros, los revela como incompetentes dentro de la jungla televisiva.
Los entrevistados se convierten -como hoy Macri- en Rocíos Marengos que pululan con el cliché del lamento y los periodistas que se especializan en el campo de la política, devienen en Riales y Canosas que no escatiman en tener al mismo invitado el mismo día o pasar, en idéntico minuto, la misma nota.
Laura Etcharren
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